Reseña bibliográfica | Estudios Fronterizos, vol. 13, núm. 25, 2012, 229-235 |
Última llamada. Una estrategia regional de desarrollo compartido frente a la globalización
Maximiliano Gracia Hernández *
Julio Reyes Pescador y Enrique Jacob Rocha. Porrúa, 2011, 209 pp.
* Director del Centro de Estudios Urbano Regionales en El Colegio del Estado de Hidalgo.
Profesor en la Universidad La Salle.
Correo electrónico:maximiliano@elcolegiodehidalgo.edu.mx
¿Es posible pensar que México se encuentra al inicio de un túnel sin salida? La pregunta surge a partir del título del libro Ultima llamada. Una estrategia regional de desarrollo compartido frente a la globalización, obra bien estructurada y fundamentada con datos estadísticos y buenas reflexiones, escrita por Julio Reyes Pescador y Enrique Jacob Rocha.
Los autores dividen el libro en cinco capítulos: en el primero se preguntan dónde estamos; en el segundo reflexionan acerca de un tema contemporáneo: la competitividad global de México; en el tercero van de lo general a lo particular para reflexionar acerca de la competitividad de los estados del país y presentar estadísticas interesantes y actuales; el cuarto es la aportación principal del texto pues presenan una propuesta de estrategia para un desarrollo regional compartido; y finalmente, en el quinto capítulo ofrecen las reflexiones finales del libro.
“¿Dónde estamos?” es la pregunta del primer capítulo. Por supuesto, nadie puede negar la existencia de la globalización, la cual permea los lugares más recónditos del planeta. En los últimos 50 años se han inventado y reinventado más productos que en toda la existencia de la humanidad, lo cual a su vez se acompaña del surgimiento de una mayor polaridad entre los países e individuos del mundo. En este marco, afirman los autores, “será necesario que cada país considere la solución a los problemas mencionados mediante un análisis profundo de las diversas interacciones que guardan entre sí los ámbitos económico, político y social que estructuran toda sociedad” (p. 3).
Los autores se preguntan si el Estado debe quedar dentro o fuera en la gestión de la economía. Para dar respuesta a esta interrogante, afirman: “creemos posible una posición intermedia respecto a la forma de promover el desarrollo económico. Esa propuesta se cimienta en la colaboración entre todos los sectores sociales; especialmente entre el gobierno y la iniciativa privada” (p. 8).
Más Estado o más mercado ha sido la discusión en diferentes foros académicos, políticos y sociales; sin embargo, ésa no debe ser la cuestión. En el pasado, en su afán por atender las recomendaciones de los organismos financieros internacionales, el gobierno mexicano vendió casi la totalidad de las empresas públicas; si bien es cierto que las empresas vendidas se manejaban con números rojos y por ello debían recibir subsidio estatal, eran botín político y agencia de colocación para los que ostentaban el poder.
No cabe duda, como afirman los autores, de que el gobierno es un propietario y administrador poco eficiente. Los empresarios, por su parte, no apuestan en todos los ámbitos de la economía, sino sólo en aquellos con posibilidades de obtener riqueza, lo cual es lógico para la empresa privada ya que es parte fundamental de su naturaleza.
Otros factores detectados son: la banca comercial no es nuestra, 83% de ella se encuentra en manos del capital extranjero; en política fiscal existe en México la cultura de no pagar impuestos: según datos del Centro de Estudios del Centro de Investigación y Docencia Económica, la evasión del iva en México está entre 35 y 39% de su recaudación potencial, además, sólo uno de cada 33 contribuyentes mexicanos paga el impuesto sobre la renta.
Por otra parte, el sistema de pensiones es una bomba de tiempo. Los autores sustentan esta afirmación a partir de un dato crucial: en el ISSSTE hay 10 millones de derechohabientes, de los cuales menos de la cuarta parte todavía cotizan, el resto son beneficiarios (p. 16).
El desempleo es otro grave problema de la economía mexicana. Ya lo decía Felipe Calderón cuando fue candidato a la Presidencia de República: “Seré el presidente del empleo”. Finalmente, no logró resolver el problema, que continúa con mayor profundidad. Según datos presentados por los autores, la tasa de desempleo –eliminadas las distorsiones de la estacionalidad– ascendió a 5.89% en 2010. Si a este grupo se suma el de la población no económicamente activa disponible para laborar (5.8 millones de personas), la tasa de desempleo en el país llegaría a 18.7 por ciento.
Competitividad, desarrollo tecnológico y educación son temas entrelazados que no pueden soslayarse. En la actualidad, México no puede mejorar su índice de competitividad dentro de la escala internacional. Los autores detectan la problemática en los siguientes hechos: menos de 6% de las empresas mexicanas tiene una norma internacional de calidad; 85.6% no posee certificación alguna; no existen cadenas de proveeduría y sólo 1% de las empresas usa la estrategia de justo a tiempo; no existe voluntad de los actores políticos para generar reformas estructurales; en Inversión en Ciencia y Tecnología, México se ubica en el último lugar dentro de los países de la ocde; en el país hay un investigador por cada mil trabajadores, mientras en países como Finlandia esta cifra se eleva a 16; México está por debajo de Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Trinidad y Tobago y Uruguay en el número de artículos científicos publicados en revistas especializadas; dentro de América Latina, registra el mayor número de estudiantes por profesor y una deserción en el bachillerato de 69%.
Aunado a los problemas señalados anteriormente, los autores mencionan –por si fuera poco– las siguientes problemáticas: altos costos impositivos, competencia desleal, insuficiente promoción de las exportaciones, inseguridad jurídica, inseguridad pública, falta de redes de distribución, etcétera (p. 30).
Un talón de Aquiles en cualquier economía es alcanzar altos niveles de competitividad que permitan mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. En el segundo capítulo de este libro se presenta una reflexión al respecto. Para los autores, la competitividad se define como “un conjunto de políticas, instituciones y factores que determinan el nivel de productividad de una nación. El nivel de productividad, en consecuencia, define el nivel de prosperidad sostenible que puede obtenerse de una economía” (p. 33).
Los autores retoman el índice global de competitividad para considerar 12 grandes elementos que mejoran o inciden en la competitividad: instituciones, infraestructura, ambiente macroeconómico, salud y educación básica, educación superior y capacitación, eficiencia del mercado de bienes, eficiencia del mercado laboral, desarrollo del mercado financiero, disponibilidad tecnológica, tamaño del mercado, sofisticación de empresas e innovación.
Presentan, además, un diagnóstico y propuestas de solución. Entre los elementos más destacables, señalan que el sistema impositivo es un lastre para el desarrollo económico de México. Los impuestos en relación con el pib están por debajo de otros países similares a México. Entre otras acciones, se debe reforzar la administración tributaria local y trabajar en el surgimiento de nuevas leyes y en la aplicación de las mismas.
Otro gran lastre para la economía mexicana son los niveles de desigualdad social. Se ejemplifica la cuestión a partir de la comparación con los países miembros de la ocde, organismo al cual pertenece México. En dichos países –con excepción de México–, los ingresos del decil más rico son en promedio nueve veces superiores a los del más pobre; en México, la diferencia es de 27 veces.
En salud se detecta una mejora en las expectativas de vida y una reducción en las tasas de mortalidad infantil; no obstante, se requiere seguir avanzando a través de la solución de los problemas de las zonas rurales y de los estados más pobres.
El tercer capítulo, titulado “Competitividad en los estados”, presenta un diagnóstico de la competitividad estatal en el que los estados mejor clasificados son Distrito Federal, Nuevo León, Querétaro, Colima, Coahuila, Baja California Sur, Sonora, Tamaulipas, Baja California y Aguascalientes, mientras que los del nivel más bajo son: Chiapas; Oaxaca y Guerrero (los cuales, por cierto, son también los estados con mayores niveles de desigualdad social). A lo largo de este capítulo se consideran diferentes variables entre las cuales destacan: desempeño económico, eficiencia gubernamental, eficiencia de negocios, infraestructura e índices de coyuntura.
Los autores detectan una serie de problemas y obstáculos para mejorar los índices de competitividad en los estados del País, entre los que destacan: seguridad, gestión del agua, sistema de transporte, oferta educativa, facilidad para hacer negocios, transparencia gubernamental, etcétera.
El cuarto capítulo, titulado “Estrategia regional de desarrollo compartido”, inicia con un diagnóstico: “México tiene un gran potencial de desarrollo en el mediano y largo plazo, pero está por cumplir tres décadas de estancamiento estabilizador, con un ingreso por habitante cada vez menor frente al de nuestro vecino. Al mismo tiempo, es uno de los países más desiguales del mundo y con una enorme deuda social para su población” (p. 91).
Los autores se preguntan: ¿podemos salir de la trampa y avanzar hacia un círculo virtuoso? La respuesta es sí, a condición de adoptar un proyecto de nación diferente, basado en un fuerte mercado interno, con mayor productividad y poder adquisitivo de la población. Lo importante es crear proyectos de desarrollo nacional con metas de corto, mediano y largo plazo, los cuales sean creíbles para la población. Aquí cabe un matiz a la idea de los autores: las estrategias deben ser creíbles para los diputados y senadores, porque en el marco de la política nacional actual, si ellos no creen en el proyecto, no aprobarán las reformas y entonces será una espiral sin fin.
Para generar una política económica adecuada se requiere: colaboración con sinergia, reactivar el mercado interno, impulsar el mercado doméstico a través del financiamiento al desarrollo, incrementar el gasto, fomentar la creación y desarrollo de las pymes, fortalecer la banca de desarrollo, bancarizar las remesas y fomentar las empresas medianas para que sean palancas de la economía.
En este diagnóstico con propuestas se detectan amenazas al desarrollo: debilidad de los ingresos petroleros en el mediano y largo plazo, inseguridad, sistema de pensiones, pérdida de competitividad, deterioro del hábitat y seguridad alimentaria, prácticas monopólicas, etcétera.
El capítulo quinto presenta las conclusiones finales, las cuales son un resumen de los cuatro capítulos precedentes.
El texto en general presenta un buen diagnóstico de la situación actual de la economía mexicana. El título de la obra –Última llamada. Una estrategia regional de desarrollo compartido frente a la globalización– es debatible. No considero que lo sea en la realidad. Creo en el México de las oportunidades, en el México solidario, en el México próspero; no obstante, sí creo en la necesidad de actuar ya, de tomar decisiones radicales para el bienestar colectivo. Es necesario una reforma del modelo económico, darle vuelta a la página y analizar otras opciones de cambio.
En este año tendremos elecciones y serán un parteaguas en la historia de México. Se nos presentarán tres propuestas emanadas de los tres grandes partidos políticos. Los mexicanos decidiremos si regresamos al pasado, seguimos con la política económica actual o nos aventurarnos por una nueva estrategia de desarrollo nacional. La palabra la tenemos los mexicanos.