e-ISSN 2395-9134
ArtículosEstudios Fronterizos, vol. 25, 2024, e152

https://doi.org/10.21670/ref.2416152


Las fronteras territoriales de las antiguas civilizaciones analizadas a través de sus cosmogonías

Ancient civilizations’ territorial borders analyzed through their cosmogonies

Guido Cimadomoa * https://orcid.org/0000-0002-2926-3678
Iraj Esmailpour Ghoochanib https://orcid.org/0000-0002-0517-833X
Pilar Martínez Poncec https://orcid.org/0000-0002-7916-0933

a Universidad de Málaga, Departamento de Arte y Arquitectura, Málaga, España, correo electrónico: cimadomo@uma.es

b Institute for Ethno-psychoanalytical Art and Theater, Stuttgart, Alemania, correo electrónico: iradjesmailpour@ifagverlag.de

c Investigadora independiente, Málaga, España, correo electrónico: pilar@cimadomo.com

*Autor para correspondencia: Guido Cimadomo. Correo electrónico: cimadomo@uma.es


Recibido el 26 de noviembre de 2023.
Aceptado el 27 de agosto de 2024.
Publicado el 30 de septiembre de 2024.


CÓMO CITAR: Cimadomo, G., Esmailpour Ghoochani, I. & Martínez Ponce, P. (2024). Las fronteras territoriales de las antiguas civilizaciones analizadas a través de sus cosmogonías. Estudios Fronterizos, 25, Artículo e152. https://doi.org/10.21670/ref.2416152

Resumen:
Este artículo compara el concepto que las antiguas civilizaciones mediterráneas y mesopotámicas tenían de las fronteras y su relación con los espacios que transformaban mediante un enfoque comparativo sobre algunas civilizaciones seleccionadas, situando estas cosmogonías en una línea evolutiva cronológica. El examen de los distintos motivos, símbolos y marcos teológicos se realiza a través de fuentes secundarias. Aunque cada una de estas civilizaciones cuenta con estudios individuales, se han hecho pocos intentos rigurosos de abordar estas cuatro civilizaciones de forma conjunta. La discusión pretende sentar las premisas de la importancia de las fronteras en los estudios urbanos y territoriales contemporáneos, cuando la religión tiene a menudo un papel secundario. Si en el pasado fueron elementos críticos en la definición de los límites territoriales, su herencia sigue presente en nuestra concepción contemporánea de las fronteras como productoras de miedos.
Palabras clave: cosmogonía, historia de las civilizaciones, historia de las religiones, cartografía, fronteras, miedo.


Abstract:
This paper compares the ancient Mediterranean and Mesopotamian civilizations’ concept of borders and their relation with the spaces they transformed through a comparative approach of selected ancient civilizations, putting these cosmogonies into a chronological evolutionary line. The distinct motifs, symbols, and theological frameworks are examined through secondary sources. While each of these civilizations counts with individual studies, few serious attempts have been made to address these four civilizations together. The discussion aims to set the premises of the importance of borders in contemporary urban and territorial studies when religion often has a secondary role. While they were critical elements in the definition of territorial limits in the past, their inheritance is still present in our contemporary concept of borders as producers of fears.
Keywords: cosmogony, history of civilizations, history of religions, cartography, borders, fear.


Lenguaje original del artículo: Inglés.

Introducción

El concepto de la creación del mundo fue asimilado por las culturas antiguas como la creación del cosmos (del griego κόσμος, que significa “el universo ordenado”) a partir de la nada absoluta. Se creía que solo las deidades poseían el poder de transformar el caos primitivo en el mundo común experimentado por los humanos. La comprensión de las cosmogonías1 antiguas se considera la base de la principal explicación de la génesis del mundo en las culturas antiguas.

Las cosmogonías deben entenderse como un constructo humano relacionado con su contexto histórico y geográfico, desarrollado para comprender el orden y la estructura del universo a través de la conexión entre los seres divinos y los fenómenos naturales. Se trata de un concepto abstracto, en muchos casos complejo de entender sin una comprensión más amplia de las culturas implicadas. Aunque las descripciones del universo por las civilizaciones antiguas ─con las que se pretende significar el mundo experimentado y desconocido─ eran a menudo figurativas, no se puede asumir que fueran creencias literales. En algunos casos, el uso de la metáfora podría haber ayudado a explicar la realidad y a consolidar el dominio de los gobernantes sobre sus súbditos, como en el caso de las descripciones del paraíso (Russell, 2006, p. 2).

En seguimiento a la idea de las metáforas, “antes” del tiempo y el espacio “exterior” son conceptos muy relevantes utilizados con frecuencia por las civilizaciones antiguas para describir la ecúmene (el mundo conocido). El análisis de las fuentes literarias, los mapas como representaciones de las creencias y observaciones empíricas de las civilizaciones antiguas y las fuentes iconográficas y arqueológicas pueden ayudar a comprender cómo ocupaban las zonas fronterizas y percibían las creencias religiosas y la realidad directamente vinculada al cielo y al inframundo con esas mismas creencias religiosas. Esto es especialmente relevante en una época en la que no existía una representación consistente del territorio que ocupaban (Farinelli, 2018).

Las cosmogonías pueden revelar cómo una civilización percibía las zonas fronterizas entre su territorio y el de sus vecinos. Pueden revelar información importante sobre cómo veían estas zonas como espacios de conflicto o intercambio potencial, y cómo navegaban por ellas o cruzaban las fronteras para acceder al reino del “otro lado”. Cada construcción o sistema defensivo creado por los humanos es a la vez un “modelo de” y un “modelo para” el cosmos en su conjunto (Geertz, 1972; Rennie, 2009). Trasladar esta misma idea a las fronteras debe ayudar a comprender la influencia que siguen ejerciendo en la actualidad, en función de cómo las civilizaciones del pasado trataban las fronteras en sus discursos políticos y religiosos.

La cartografía, sus modelos primitivos, y los mapas en general no son solo herramientas para la comprensión espacial, sino que también representan conceptos y acontecimientos cualitativos del mundo humano (Dorling, 1998). Las cosmogonías se incluían a menudo en las descripciones del mundo conocido, lo que permite conocer las creencias de las sociedades del pasado a través de estos objetos. Estas representaciones suelen distinguir entre los reinos sagrado y profano, así como entre el mundo planificado y organizado y el espacio exterior profano, caótico y desconocido.

La historia de Gog y Magog permite vislumbrar los orígenes de la xenofobia y las políticas fronterizas, ya que presenta la frontera como un muro físico (Brandes, 2016; Doufikar-Aerts, 2020). Con el tiempo, la historia de Gog y Magog ha sido utilizada por algunos para justificar políticas xenófobas y aislacionistas, considerando las fronteras como un medio necesario para mantener a los “buenos” de adentro protegidos de los “malos” de afuera. Esta interpretación difiere de la visión que surgió a finales del siglo XIX, cuando “la religión se convirtió en sinónimo de superstición y la ciencia en la única fuente legítima de verdad” (Russell, 1997, p. x).

No obstante, la ideología de Mog y Magog, que transforma la frontera de una simple línea en un muro físico, sigue prevaleciendo en algunos discursos políticos contemporáneos. Esta transformación representa un mecanismo de defensa psicológico, en el que el muro se convierte tanto en una representación real como simbólica de protección contra las amenazas externas percibidas, como el terrorismo y la delincuencia. Esto ya es evidente en las civilizaciones estudiadas, donde solo el héroe era capaz de cruzar las fronteras conocidas de la ecúmene, en las que luchaba con monstruos desconocidos en un proceso de creación de nuevos mitos (Prados et al., 2012, pp. 23-47).

Este trabajo se centra en el concepto de frontera y en cómo las antiguas civilizaciones la entendían y describían, y convivían con ella. Tras una sección sobre la metodología aplicada, se expone el concepto de fronteras y cómo las civilizaciones antiguas las entendían, describían y convivían con ellas en el caso de las antiguas civilizaciones mediterráneas (mesopotámicas ─en concreto los sumerios, amorreos y caldeos─ egipcios, griegos y romanos). El análisis del modo en que estas civilizaciones justificaron los conceptos teóricos relacionados con el mundo material se desarrolla posteriormente en la sección de discusión y conclusiones para fundamentar las teorías geográficas actuales, especialmente ahora que este campo está experimentando un resurgimiento de los conflictos fronterizos relacionados con las migraciones y las guerras contemporáneas (Anteby-Yemini et al., 2014; Blake, 1998; Cimadomo, 2023). La transición de los modelos bidimensionales a los tridimensionales señalada durante esta investigación también ofrece la oportunidad de desarrollar la idea de fronteras abiertas, extendiendo los dominios de una única civilización a todo el mundo conocido.

Analizar el modo en que las civilizaciones antiguas abordaron estos temas puede contribuir a entender su impacto actual y, en algunos casos, a resolverlos.

El objetivo de este análisis es comparar el origen del concepto de frontera en las civilizaciones antiguas con los espacios físicos en los que se asentaron. De este modo, se podrá profundizar en el conocimiento de los límites geográficos de estas sociedades. Este tipo de análisis es relevante para el discurso contemporáneo sobre las fronteras porque muchas de las creencias actuales tienen sus raíces en ideas antiguas que se han transformado y adaptado para ajustarse a las circunstancias actuales. Sin embargo, es preocupante que estos conceptos antiguos se adopten a veces sin un análisis crítico, lo que da lugar a miedos que siguen presentes actualmente y que a menudo son perpetuados por el poder político, que hoy está más vinculado al poder económico que al religioso (Cimadomo, 2017; Van Houtum & Strüver, 2002). No obstante, siguen existiendo fronteras basadas en la discriminación religiosa, que son el origen de conflictos relevantes, como en el caso de las fronteras israelí-palestina y pakistaní-india.

En las últimas décadas, el estudio de los mapas antiguos ha cobrado un interés creciente por parte de los investigadores, abarcando todas las grandes civilizaciones del pasado (Brotton, 2012; Farinelli, 2007; Harley & Woodward, 1987). Se han desarrollado aplicaciones específicas en la comprensión del universo desde disciplinas como la biología y la geociencia (Gargaud et al., 2011), la teología y la filosofía (Scafi, 2006), y desde enfoques basados en construcciones políticas subjetivas (Brotton, 2012). La función de los mapas para mostrar el poder de una deidad omnipotente, también conocida como el arte de la persuasión de la cartografía religiosa, se presenta en la exposición de Tuzzeo en el Centro de Mapas David Rumsey de Stanford (Tuzzeo, 2017).

La palabra “reino” procede del latín regalimen o regalis, que significa “real”. Con el tiempo, el significado de la palabra evolucionó para abarcar un abanico más amplio de ideas, como una esfera de actividad, un dominio de conocimiento o experiencia, o un estado particular del ser. Aunque la etimología de esta palabra no se relaciona directamente con el concepto de fronteras, puede afirmarse que el concepto de reino está estrechamente vinculado a la idea de límites y fronteras. Un reino puede verse como un espacio o territorio específico que está definido por ciertos límites o fronteras. En este sentido, un reino puede considerarse un espacio separado de los demás, con sus propias cualidades, características y reglas. Un reino suele estar gobernado por un monarca u otra figura de autoridad que ejerce un grado significativo de control sobre el espacio y las personas que lo habitan. Por tanto, el concepto de reino está estrechamente ligado a la idea de soberanía y al poder de definir y aplicar fronteras y límites.

La fusión del reino con el poder y el gobierno puede considerarse una vuelta atrás hacia el concepto de miedo, inherente a la idea de territorio. El teórico crítico Homi Bhabha escribió: “Etimológicamente incierto, ‘territorio’ deriva tanto de terra (tierra) como de terrēre (asustar), por lo que territorium sería ‘un lugar que asusta a la gente’” (Bhabha, 1985, p. 78). Los conceptos de terror, religión, política y muerte son complejos y polifacéticos y a menudo están vinculados de diversas maneras (Cimadomo, 2015). Es lógico pensar en las descripciones del mundo como una representación plana de esta compleja interacción espacial entre estos temas interrelacionados. En las civilizaciones antiguas, el ámbito de lo sagrado ya estaba vinculado al miedo y al castigo, y esta conexión ha persistido a lo largo de la historia. Aunque explorar cada aspecto de esta amalgama va más allá del alcance de este artículo, existen numerosos ejemplos en los que un reino se entrelaza con los otros.

Además, si el término “terror sagrado” o “terror santo” es nuevo y fue acuñado en parte por el filósofo Paul Virilio (Diken & Bagge Laustsen, 2018), el vínculo entre lo sagrado y el terror existe desde los albores de las civilizaciones. El terror es el elemento principal de todo mapa, como bien ha dicho Francis Bacon: Dolendi modus, timendi non item (El dolor tiene un límite; el miedo no tiene ninguno) (Stone, 2005, p. 28). El terror no tiene forma (Virilio & Lotringer, 2008, p. 173), pero también es el creador y modelador de las formas. Cada línea o muro divide la tierra en dos territorios: dos territorios diferentes de terror. Al reducir el omnipresente globo laberíntico del “terror” a un mapa delimitado se pueden explicar mejor los múltiples “territorios” posibles entre lo expresado y lo reprimido, lo profano y lo sagrado, el Bien y el Mal, nosotros y ellos, la vida y la muerte.

En cuanto a la etimología de la palabra explicar, procede del latín explanare, que significa “poner llano o en claro”. La palabra explanare se compone de dos partes: ex, que significa “fuera” y planare, que significa “nivelar”. Cualquier línea divide la superficie entre dos lados y, simultáneamente, explica el reino del ser. Virilio ya mencionó que “quien controla el territorio lo posee. La posesión del territorio no tiene que ver principalmente con leyes y contratos, sino sobre todo con el movimiento y la circulación” (Armitage & Virilio, 2000).

Las fronteras tienen hoy distintos significados según el ámbito desde el que se miren, y hay que entenderlas desde el punto de vista de la entropía social. La entropía social, en su esencia, es la medida del desorden o la incertidumbre dentro de un sistema social. Refleja la tendencia de las estructuras sociales a cambiar con el tiempo, ya sea hacia un mayor desorden o hacia estados más ordenados. Por ejemplo, la globalización considera las fronteras como elementos que han de ser atravesados por las mercancías lo más rápidamente posible en su desplazamiento entre sus lugares de producción y consumo, permaneciendo ajenos al territorio que atraviesan (Castells, 1996; Cidell & Prytherch, 2015). Los flujos migratorios pueden entenderse de forma similar, pero a menudo generan turbulencias y nuevas configuraciones territoriales debido a los esfuerzos de los países por limitar nuevos ingresos (Cimadomo & Martínez Ponce, 2006).

Las fronteras religiosas, a menudo entrelazadas con las políticas, se erigen en un intento de mantener o conquistar la supremacía o el liderazgo (moral) sobre el “otro”, quien necesariamente asume un papel de riesgo para el bienestar de la población de este lado. En el pasado, las fronteras funcionaban y se concebían de forma diferente, incluso si mantienen una relación directa con las actuales. Los mitos de las civilizaciones antiguas y las historias de la creación describen a menudo islas de orden dentro de un océano de caos. En estas narraciones, la isla representa un espacio delimitado de orden, estabilidad y coherencia, mientras que el caos circundante simboliza las fuerzas ilimitadas e impredecibles del desorden y el cambio.

Los límites de la ecúmene en la antigüedad tendían a modificarse permanentemente mediante la capacidad de explorar y ocupar territorios antes desconocidos, transformando los miedos y peligros en algo posible de dominar y controlar. Los límites eran desplazados, transformados en algo inalcanzable, hasta que la cartografía llegó a un nivel de precisión que le permitió reflejar la realidad del mundo (Prados et al., 2012, pp. 19-22). Al mismo tiempo, las fronteras eran sumamente relevantes para las civilizaciones antiguas como áreas de contacto, bajo un concepto zonal que propiciaba nuevas formas sociales a través de intercambios culturales y económicos (Prados et al., 2012, pp. 9-17). Proporcionaban un marco para comprender las complejidades de la existencia humana y ofrecían perspectivas sobre la perdurable búsqueda del orden en medio de las siempre presentes fuerzas del caos y de agentes externos.

En alemán, la palabra Jenseits refleja esta relación entre “el otro lado” y lo sobrenatural. Otros ejemplos etimológicos refuerzan este argumento. Por ejemplo, en latín, la palabra trans, similar al acadio aḫūla, ebertān o elat, significa “a través” o “más allá” y es la raíz de palabras como “trascendencia” y “trascendente”, que connotan un sentido de ir más allá del mundo ordinario o material hacia el reino de lo divino o místico. La idea del cielo y el infierno en las civilizaciones antiguas puede atribuirse a una especie de cosmovisión, que a menudo incluía la creencia en un reino sobrenatural que estaba conectado con el mundo físico. En muchos casos, se creía que estos reinos estaban situados más allá de las fronteras del mundo conocido, y la frontera servía de punto de transición entre los reinos físico y sobrenatural. Estas ideas siguen presentes en las fronteras geográficas actuales, a menudo ocultas bajo creencias inconscientes. Explicarlas puede mejorar el diseño contemporáneo de las fronteras y los elementos conocidos y desconocidos que existen a cualquier escala.


Metodología de la investigación

Desde una perspectiva crítica, es importante señalar que, aunque las cosmogonías antiguas pueden aportar información sobre creencias y valores de las civilizaciones antiguas, deben analizarse con precaución. Por ejemplo, la interpretación de los textos y objetos antiguos puede verse influida por los prejuicios y las ideas preconcebidas de los investigadores modernos que los estudian. Además, es difícil sacar conclusiones claras sobre las cosmogonías antiguas, ya que variaban mucho de una cultura a otra y de una época a otra. Por lo tanto, cualquier análisis de las cosmogonías antiguas debe basarse en una cuidadosa consideración de los contextos históricos, culturales y lingüísticos en los que se produjeron.

Analizar las cosmogonías antiguas es una tarea complicada porque exige comprender la episteme de las civilizaciones antiguas, que puede considerarse imposible de entender en su totalidad. Sin embargo, como ilustra el cuento de Jorge Luis Borges Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (Borges, 1940), se pueden obtener valiosos conocimientos de civilizaciones foráneas paralelas, así como de las del pasado, adoptando un enfoque más imaginativo y creativo de la erudición. En este relato, Borges describe un mundo ficticio llamado Tlön, creado por una sociedad secreta de intelectuales que desean construir un mundo completamente ideal. Esta sociedad cree que el mundo es una mera construcción humana y que pueden cambiarlo alterando el lenguaje y la percepción. En Tlön no hay distinción entre realidad y ficción, y todo se considera producto de la invención humana.

Aunque a algunos les pueda parecer una metodología poco ortodoxa, pone de relieve la importancia y el poder de la imaginación para comprender mejor el pasado. Al reconocer que la comprensión del pasado está siempre condicionada por el contexto cultural e histórico de cada uno, es posible adoptar un enfoque más flexible y crítico a la hora de interpretar las cosmogonías antiguas. De este modo, la perspectiva de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius puede ayudar a abordar las cosmogonías antiguas de forma más holística e imaginativa, permitiendo apelar al espíritu del pasado y obtener una comprensión más profunda de las creencias y valores de las civilizaciones antiguas en algún punto intermedio entre el positivismo puro y el “¡Todo vale!” (Feyerabend, 1975, 1976, 1987).

Ersatz-Ansatz es un término alemán que puede traducirse como “enfoque sustitutivo” o “método de sustitución”. El Ersatz-Ansatz es una metodología matemática que consiste en proponer una hipótesis aleatoria o aparentemente absurda ante un problema irresoluble. Aunque en un principio este planteamiento arroja resultados incorrectos, puede alterar la forma de enfocar el problema y conducir a una nueva comprensión. Al introducir un elemento inesperado, el problema se redefine y los datos de error resultantes pueden proporcionar una valiosa perspectiva. Con cada iteración, el problema se remodela y puede empezar a perfilarse una solución más clara. El Ersatz-Ansatz permite un enfoque creativo de la resolución de problemas y puede dar lugar a importantes avances incluso en las situaciones más difíciles.

Trabajar con civilizaciones antiguas requiere un cierto nivel de creatividad e imaginación, ya que a menudo es necesario enfrentarse a información incompleta o fragmentaria. En cierto modo, el método Ersatz-Ansatz se utiliza siempre, ya que el conocimiento real que se tiene de estas civilizaciones es a menudo limitado y es necesario rellenar los huecos con hipótesis e interpretaciones. Como ilustra el relato de Borges, incluso los detalles más pequeños de una civilización pueden tener un profundo impacto en la comprensión de esta. Estos pequeños detalles tienen el poder de modificar la percepción de la realidad. Asimismo, la poca información que se tiene sobre las civilizaciones antiguas, cuando se compara y complementa con la de otras civilizaciones, puede ser un sustituto (Ersatz) de lo que realmente ocurrió.

También hay que reconocer que este estudio es limitado y parcial, ya que se basa en fuentes secundarias que han sido estudiadas y descritas por arqueólogos e historiadores desde finales del siglo XIX. El valor de este trabajo reside en su enfoque comparativo que sitúa estas cosmogonías en una línea evolutiva cronológica, sugiriendo la forma en que se realizaron los cambios a través de la continuidad de las creencias anteriores, ampliadas y adaptadas tras los nuevos descubrimientos geográficos y científicos. Aunque hay que señalar que el ámbito del estudio se limita a las regiones mediterránea y mesopotámica, estas albergaron civilizaciones que tuvieron un profundo impacto en el desarrollo del pensamiento y las tradiciones religiosas de todo occidente.

Comprender las cosmogonías de estas culturas ayuda a arrojar luz sobre los orígenes de influyentes sistemas de creencias, proporcionando una base para entender posteriores desarrollos culturales e intelectuales, así como equilibrios geográficos y políticos contemporáneos. Las regiones mediterránea y mesopotámica sirvieron como encrucijadas del comercio, la comunicación y el intercambio cultural. Las antiguas civilizaciones de estas regiones interactuaron, se influyeron mutuamente y compartieron ideas cosmogónicas. Por ejemplo, los antiguos griegos se vieron influidos por los conceptos cosmogónicos egipcios y mesopotámicos, lo que dio lugar a interpretaciones sincréticas y paralelismos mitológicos. Al centrarse en estas regiones, dentro de un contexto definido, se espera un análisis más matizado de los factores culturales, históricos y religiosos. El análisis de los distintos motivos, símbolos y marcos teológicos presentes en estas cosmogonías debería conducir a una comprensión más profunda de sus características únicas y de su impacto en las teorías fronterizas modernas.

El estudio de las cosmogonías antiguas permite comprender mejor cómo las fronteras configuran y organizan el espacio. A diferencia de la típica visión del universo como una expansión hacia el exterior desde una capital central a través de la conquista militar, las cosmogonías ofrecen un enfoque más centrado en el interior, donde los límites exteriores desempeñan un papel clave en la organización de la Tierra. Por otra parte, los tipos de fronteras imaginados por las distintas civilizaciones también pueden aportar información valiosa. Mientras que las sociedades pacíficas solían ver las fronteras como transiciones abruptas entre el mundo conocido y el vacío desconocido del más allá, las civilizaciones más agresivas imaginaban las fronteras como muros defensivos que marcaban el fin de su mundo conocido. Estos hallazgos ponen de relieve la importancia de comprender cómo las creencias y conceptos antiguos siguen influyendo en el discurso contemporáneo sobre las fronteras y la necesidad de una reflexión crítica sobre los orígenes y las implicaciones de estas ideas.


Culturas mesopotámicas, una comprensión radial del universo (3500-555 a.C.)

El Creciente Fértil, en particular el valle entre los ríos Tigris y Éufrates, ha sido identificado como el lugar de nacimiento de la “Revolución urbana” y albergó algunas de las civilizaciones más significativas desde alrededor del 3500 a. C. Aunque se trata de una región extensa y diversa, tanto geográficamente como en cuanto a las poblaciones que la han habitado, Mesopotamia (que significa “entre dos ríos”, en griego) es un interesante caso de estudio debido a la importancia que estos ríos y la geografía de la región tienen para sus habitantes. También es el origen de la primera cosmogonía y cosmología de la humanidad (Kramer, 1956, p. 75).

Las distintas comunidades culturales se adaptaron a las muy diferentes condiciones geográficas, creando una red basada en la coexistencia (no siempre respetada) y la interacción entre diversos grupos, como señala el historiador Mario Liverani: “Las fronteras son un concepto más que una característica del entorno. Una zona fronteriza se sitúa a lo largo de los límites de una comunidad determinada, más allá de la cual no hay nada, o los ‘otros’, generalmente inferiores. Una frontera es unívoca, es un punto de vista o, mejor, una idea” (Liverani, 2013, p. 18).

Además, aunque las numerosas civilizaciones que se asentaron en la región compartían algunas características, como su escritura y sus dioses, existían diferencias significativas en sus conceptos de la tierra y las fronteras, que se analizarán a continuación.

Los sumerios

La cultura sumeria, que habitó la zona meridional de la región entre el 3500 y el 2000 a.C., es significativa por sus avances urbanísticos y por sus creencias cosmológicas. Los sabios y filósofos sumerios veían el mundo físico como una manifestación del reino divino, aunque utilizaban su entorno y sus experiencias como base de su cosmogonía. La cantidad de documentos sobre esta época, que abarca más de 2500 años, ofrece una visión coherente de la percepción sumeria del universo, pero al mismo tiempo discordante (Horowitz, 1998). Evolucionó en función del desarrollo de nuevos descubrimientos astronómicos y de la comprensión geográfica, lo que dificulta una imagen clara de su cosmovisión.

Según sus creencias, el mar original, representado por la diosa Nammu, produjo una montaña cósmica que formó simultáneamente los cielos y la tierra. Las dos deidades, An (cielo) y Ki (tierra) dieron origen al dios de la atmósfera, Enlil, que actuó como mediador y separó la tierra de los cielos. Estos cuatro dioses principales eran los elementos más esenciales del cosmos (cielo, tierra, mar y atmósfera) y facilitaron la creación de los seres humanos, los animales y todas las demás cosas. La existencia de planes predeterminados creados por las deidades para establecer normas y reglamentos permanentes, o la falta de interés por cuestionar todos y cada uno de los aspectos del cosmos, resolvieron varias cuestiones con preguntas retóricas más complejas.

La evidencia de la realidad ayudó a construir esta cosmogonía: los dioses eran semejantes a los humanos, pero también necesitaban ser inmortales, aplicando la doctrina del poder creador, según la cual estos dioses solo tenían que trazar sus planes y pronunciar la palabra (Kramer, 1956, p. 77). La estructura de la sociedad humana se reproducía en el panteón de dioses, y lo mismo puede decirse de su imagen del universo. Los filósofos sumerios daban por indiscutible la existencia de un mar sin límites, un mar primigenio fijo e inamovible, que rodeaba la montaña (cielo y tierra). Una descripción de su mundo sería la siguiente:

El cosmos estaba dividido en diferentes estratos, uno de los cuales era el mundo terrestre que descansaba sobre el inframundo y estaba cubierto por la bóveda celeste. Se representaba como una isla rodeada de agua y las montañas del “fin del mundo”. (Crescentino, 2001)

Existe una relación entre la cosmogonía de alternancia del caos y el orden a manos de los dioses y el poder imperial que pone orden en el caos anterior. Los dioses son responsables de los acontecimientos naturales ─lluvias e inundaciones─ y, por tanto, del bienestar de la comunidad. De ahí la importancia de vincular al emperador con los dioses, como garante del bienestar de la comunidad. Piotr Michalowski (2009), en Masters of the Four Corners of the Heavens: Views of the Universe in Early Mesopotamian Writings (Amos de las cuatro esquinas del cielo: Visiones del Universo en los primeros escritos mesopotámicos) describe cómo los primeros escritores mesopotámicos concebían a sus vecinos y al mundo que les rodeaba. Los sumerios eran una compleja civilización multicultural, que durante el reino acadio (ca. 2334-2150) “no reconocía fronteras geográficas conceptuales o topográficas; extendían sus conquistas hasta los confines de la tierra que conocían” (Michalowski, 2009, p. 152). Era una percepción geopolítica radial, con Akkad en el centro, gobernando sobre todas las direcciones, o “sobre las cuatro esquinas del universo”.

En efecto, el número cuatro tiene una importancia significativa en la civilización sumeria. No basta con creer que el mundo se compone de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. También se creía que estos elementos estaban asociados a las cuatro direcciones: norte, sur, este y oeste. Y quizá de muchas otras maneras, como la división del año en cuatro estaciones, la división del día en cuatro partes y la división del espacio en cuatro puntos cardinales. Por eso el símbolo del dios sumerio Enlil, asociado al viento y al elemento aire, se representaba con una cruz de cuatro brazos. El número cuatro, como símbolo del cuerpo y de vivir dentro de una cuarta parte, puede verse como una forma de representar esta relación fundamental entre el ser humano y el mundo que le rodea. La cuarta parte no solo simboliza el cuerpo de un humano o de un dios, sino que también representa la idea de vivir dentro de una cuarta parte, o de un mundo estructurado en torno a cuatro puntos cardinales. Este concepto de vida dentro de cuatro partes era una pieza integrante de la cosmovisión sumeria y se refleja en su arte, arquitectura y literatura.

Los amorreos

De 2000 a 1600 a.C., la región estuvo gobernada por varias dinastías de origen amorreo, formadas por grupos nómadas procedentes del norte de Siria. Establecieron el reino de Babilonia, y su panteón de dioses derivaba directamente de la cultura sumeria, pero con especificidades propias que se remontan a la geografía de la región.

Con el tiempo, el lodo se acumuló entre los ríos Tigris y Éufrates, así como cerca del Golfo Pérsico, expandiendo gradualmente la masa terrestre hacia el mar. Este proceso creó un suelo fértil que, una vez contenidas las crecidas periódicas de los ríos en primavera para controlar posibles daños, permitió a los amorreos aumentar su poder gracias a los excedentes de las cosechas y el comercio. Estas experiencias tangibles hicieron que las aguas del mar y los ríos se consideraran el origen de las divinidades del barro, Lahmu y Lahamu, que luego generaron a Anshar y Kishar, las divinidades que representaban los límites del cielo y la tierra, respectivamente, divididos posteriormente por el viento.

Se cree que la descripción que los sacerdotes hicieron de Babilonia era similar a una bolsa llena de aire, con la Tierra en el fondo y el cielo como techo. Se creía que esta bolsa estaba sumergida en agua primitiva, que a veces se filtraba en el interior de la bolsa, creando ríos y lluvias. El mapamundi babilónico (700-500 a.C.), descubierto por Hormzud Rassam en 1881, ayuda a comprender mejor este modelo (véase Figura 1). Representa dos anillos concéntricos, con el círculo exterior representando el océano o agua salada (Marratu), rodeando el mundo habitado representado por el río Éufrates, la ciudad de Babilonia en posición dominante, y otras ciudades y regiones del país. Fuera del círculo exterior, varios triángulos representan lugares lejanos menos conocidos con animales mitológicos y exóticos, como se describe en el texto contiguo.

Tanto la descripción de los sacerdotes como el mapa babilónico del mundo son importantes desde el punto de vista histórico, ya que permiten comprender la visión del mundo de la antigua civilización babilónica en la que los conceptos de cielo, tierra y agua eran fundamentales para sus creencias religiosas y su comprensión del mundo. El mapa también muestra su conocimiento de tierras y animales lejanos, así como su interés por las criaturas mitológicas.

Figura 1. Mapa babilónico del mundo, hacia el siglo VI a.C., arcilla, zona de hallazgo: Abu Habba (Sippar), Irak, tamaño: 12.2 cm x 8 cm aproximadamente
Fuente: Museo Británico, dominio público

Creado durante un periodo en el que los imperios babilónico y asirio habían alcanzado sus mayores extensiones, el mapamundi babilónico es un ejemplo de imposición de orden y estructura en la extensión aparentemente ilimitada del mundo conocido (Brotton, 2012). En el centro del mapa se encuentra Babilonia, demostrando una actitud centralista, una característica común en muchos mapas posteriores hasta el presente, y en todos los casos estudiados en este trabajo. Este enfoque permitía distinguir y reforzar una identidad colectiva ordenada por deidades sagradas en relación con un reino profano desconocido, al crear una fuerte conexión entre ese país y el Dios creador del mundo, y situar todo lo demás en un segundo plano.

Los caldeos

En el sureste de Babilonia, extendidos a lo largo de cientos de kilómetros por la orilla occidental del Golfo Pérsico, los caldeos, posiblemente una tribu originaria del lejano oriente, encontraron un territorio adecuado para asentarse durante el primer milenio antes de Cristo. Esta tierra, también conocida como Sealand, se formó a partir de los depósitos dejados por las periódicas crecidas primaverales de los dos ríos. Aunque no se sabe con certeza si existía alguna forma de organización y coordinación interna entre los caldeos, se reconocen tres grupos principales. Se sabe que al menos una de estas tribus lideró varias rebeliones y ataques contra el Imperio asirio durante los siglos VIII y VII a.C., que dieron lugar a acciones punitivas por parte de los reyes asirios. Solo hasta el 620 a.C., tras siglos de revueltas y la caída de los asirios, los caldeos pudieron gobernar toda Mesopotamia, aunque durante un breve periodo. Controlaron un número significativo de ciudades amuralladas, lo que puede atribuirse a los frecuentes asedios a los que se enfrentaron en sus batallas contra los asirios.

Figura 2. “Los albores de la civilización: Egipto y Caldea” (1897)
Fuente: Faucher-Gudin, publicado en Maspero, 1901, vol. 3. Dominio público

Esta condición, unida a las creencias de civilizaciones anteriores, configuró la idea del mundo desarrollada por los caldeos, ligeramente diferente de las civilizaciones anteriores (véase Figura 2). Veían a la Tierra como un elemento plano que se elevaba hasta la cima de una montaña en el centro, desde donde nacían los ríos. Un gran muro la fortificaba sin aberturas, y las aguas llenaban el espacio intermedio. Este océano misterioso, el muro fortificado, y una cúpula metálica que brillaba durante el día y aparecía como una superficie oscura durante la noche, separaban el dominio de los humanos de las regiones reservadas a los dioses (Maspero, 1901, vol. 3). La navegación estaba prohibida en este océano también conocido como el Agua de la Muerte. Cualquier intento de cruzarlo sin permiso, autorizado solo en contadas ocasiones por las divinidades, debía pagarse con una caída al abismo sin fin (Moreno Corral, 1997). El muro tenía también la función de dejar fuera todo lo que no existía dejándolo sin nombre y, por tanto, dejando de existir. Todo lo oculto tras el muro, ya no formaría parte del mundo real.


Egipto, fronteras borrosas adaptables (3100-332 a.C.)

Las dinastías egipcias (que siguieron un periodo predinástico y arcaico que comenzó hacia el 5000 a.C.) florecieron en el valle del Nilo entre el 2700 a.C. y el 2200 a.C. La región estaba delimitada naturalmente por desiertos al este y al oeste, y por el delta del río al norte, lo que creó fuertes fronteras geográficas, aunque estas no se correspondían exactamente con las fronteras políticas egipcias. Las fronteras imperiales se controlaban mediante patrullas y elementos fortificados, aunque las civilizaciones vecinas no ejercían mucha presión sobre estos territorios. Se ha descubierto poca información sobre el sistema defensivo de los egipcios en el desierto y la zona afluente del Nilo, esta última un objetivo mucho más atractivo para las civilizaciones cercanas.

La investigación de Espinel sobre los diferentes términos utilizados para referirse a las fronteras abstractas y reales refuerza la hipótesis de que los egipcios adaptaron su sistema defensivo a su realidad geográfica, con el uso de patrullas móviles para cubrir las tierras más fértiles del imperio y estructuras defensivas para proteger los puntos de acceso estratégicos al corazón del imperio (Espinel, 1998).

Debido al limitado número de mapas conservados y a la larga historia del antiguo Egipto, resulta difícil establecer el papel de las principales dinastías en la evolución de la cartografía. Pese a la escasez de mapas catastrales y levantamientos topográficos, un importante grupo de dibujos tempranos (alrededor del 1400 a.C.) está relacionado con la representación de conceptos míticos, en particular el mundo de los infiernos y el paisaje que aguarda a los muertos, tal y como se describe en el Libro de los Dos Caminos y el Libro de los Muertos.

En el antiguo Egipto existía una importante separación entre la corte imperial y los ciudadanos comunes. Por un lado, existía una dimensión simbólica basada en creencias religiosas y míticas y, por otro, una dimensión práctica fiel a la vida cotidiana. Una interesante representación de un mundo generado por la división de la tierra y el cielo se encuentra en el papiro de la princesa Nesitanebtashru, datado alrededor del año 1000 a.C. (véase Figura 3). Muestra una visión generalizada del mundo, con las formas de las divinidades Nut (el Cielo) y Shibu (la Tierra) estrechamente relacionadas con el extenso territorio del valle del Nilo (Moreno Corral, 1997). Una imagen similar está representada en la tapa de un sarcófago de piedra de Saqqara (alrededor del 350 a.C.), donde Nut, en posición arqueada, cubre o protege a Geb, el dios de la Tierra. Sobre los hombros de Geb, un círculo representa la región de Egipto, y el anillo exterior presenta a sus vecinos y a varios otros dioses (Harley & Woodward, 1987, pp. 117-129).

Figura 3. Papiro del entierro de Nesitanebtashru: Shu sosteniendo a Nut, o la separación de la Tierra del Cielo por el dios del Aire
Fuente: Museo Británico. Dominio público

Nuevamente, como en las culturas mesopotámicas precedentes, se da gran relevancia al espacio entre la tierra y el cielo, en este caso, representado por la forma humana de Shu, que también ayuda a sostener el círculo simbólico. Más tarde, cuando la figuración dio cabida a una representación geográfica del mundo, este se describió como una caja rectangular, orientada de norte a sur como el país egipcio, siendo el sur, por donde fluía el Nilo, el principal punto cardinal. El plano de la Tierra estaba en el fondo, flotando sobre el agua. Egipto estaba en el centro de esta caja, ya vista como una sucesión alterna de continentes y mares. Cubriendo la caja estaba el cielo, otro plano, tendido sobre cuatro montañas situadas en las esquinas.

La evolución de este concepto fue paralela a las observaciones astronómicas, por lo que el cielo pronto se modificó para convertirse en una superficie convexa, según los descubrimientos realizados por los astrónomos egipcios. Lo mismo ocurrió con las montañas de las esquinas (Mediterráneo, el muy Verde; Apit, el Cuerno; Bâkhû, la Montaña del Nacimiento; y Manú, la Región de la Vida), orientadas según los cuatro puntos cardinales (véase Figura 4). Los cuatro picos se identificaron con las montañas más lejanas conocidas, pero cuando las exploraciones posteriores descubrieron que no eran los límites de la Tierra, fueron simplemente “retirados de la vista”. Estos descubrimientos eliminaron los anteriores puntos de referencia como límites de la tierra, sustituidos por un río que fluía por la caja (Maspero, 1901, pp. 21-23). Las montañas que limitaban el mundo pronto se hicieron inalcanzables para los humanos ─según relatos oficiales─ y el estrecho valle entre ellas y el río se llenó de aire denso y de una noche eterna que hacía imposible habitarlo o traspasarlo.

Figura 4. “Un intento de representar el universo egipcio” (1897)
Fuente: Faucher-Gudin, de Maspero, 1901, vol. 1. Dominio público


Grecia, la difícil tarea de evolucionar con los descubrimientos (750-30 a.C.)

Se conoce mucho más de la cultura griega que de las anteriormente mencionadas debido a los registros escritos en forma de literatura, filosofía, relatos históricos y documentos legales que se han conservado y estudiado ampliamente a lo largo de los siglos. En esta civilización, que tanto debe a las anteriores, se sigue intentando vincular el origen del mundo con los procesos naturales, mediante una mezcla de observaciones científicas e intentos metafísicos de justificar las creencias contemporáneas. La geografía estaba estrechamente relacionada con la comprensión de la cosmogonía, porque entender los orígenes de la Tierra significaba comprender su creación. Durante el periodo arcaico, entre los siglos VIII y VI a.C., se creía que la Tierra era un plano circular apoyado sobre columnas, con el mundo subterráneo del Tártaro debajo. En la rememoración de la mitología griega conocida como Teogonía, escrita por Hesíodo hacia el 600 a.C., el universo original era el Caos, un material irregular a partir del cual se generó la Tierra (Gea), y más tarde Urano, el cielo, la cubrió y la protegió para proporcionar un lugar seguro para los dioses (Téllez, 1994). Es posible encontrar una interesante dicotomía entre el Caos y Gea:

Una primera espacialidad sin forma, ilimitada e indefinida, que no tiene límites ni forma recortada... En segundo lugar aparece Gea, en contrapunto con Caos... Si Caos es lo ilimitado, Gea es el espacio recortado, definido, de bordes nítidos, que se convierte en el suelo seguro de hombres y dioses. (Colombani, 2008)

Las fronteras organizaban el territorio, siendo este el lugar donde los humanos podían vivir con seguridad. Las primeras tenían conferida, por tanto, una especial relevancia, considerando siempre la visión del mundo conocido como un espacio centrado en sí mismo, y cuanto más alejado del centro del mundo conocido, del yo y de su casa, más caos y ambigüedad podían encontrarse. A finales del periodo arcaico, Anaximandro de Mileto (siglo VI o V a.C.) descubrió cómo medir los solsticios y los equinoccios y pudo así realizar la primera representación cartográfica jamás conocida. Se realizó sobre una columna conocida como Gnomon, posiblemente el primer mapa cartográfico conocido en Occidente. Gnomon representaba al mundo como una columna rodeada de aire, en medio del Universo, que no podía caerse porque estaba “justo en el centro”. Farinelli (2007) se refiere al Universo de Anaximandro (véase Figura 5), el primer filósofo que describió el orden de las cosas, como un espacio redondo lleno de fuerzas iguales y opuestas que empujaban desde el exterior hacia el centro, donde se encontraba la Tierra, en el único punto donde estas fuerzas estaban equilibradas. El oikoumene (mundo habitado) ocupaba la superficie del cilindro y estaba dividido en tres partes, Europa, Asia y África (Libia), separadas por los ríos más relevantes. A pesar de que la obra de Anaximandro solo se conoce a través de fuentes secundarias como por ejemplo su mapa, se le considera el primero en realizar un modelo mecánico del mundo, que intenta crear un prototipo inclusivo con elementos terrestres y celestes, al partir de cosmogonías tradicionales adaptadas a los descubrimientos contemporáneos (Siebold, s. f.). Es un mapa que muestra varias similitudes con el Mapamundi babilónico representado anteriormente.

Figura 5. La reconstrucción del mundo de Anaximandro fue realizada por su sucesor Anaxímenes. Las tierras conocidas, Europa, Libia y Asia están circunscritas por el océano, que representa un círculo perfecto
Fuente: Arthur Cavanagh

Los descubrimientos de Anaximandro no tuvieron una relevancia significativa para culturas posteriores como las de Platón y Aristóteles, que desempeñaron un papel más importante en la definición conceptual de la Tierra durante el periodo helénico. De hecho, según el filósofo y geógrafo griego Estrabón (alrededor del año 64 a.C.-24 d.C.), el razonamiento sobre los orígenes del universo se basaba por igual en pensamientos míticos, filosóficos y científicos. La estructura griega del mundo se basaba en dos tipos de cosmogonías: la primera mítica y la segunda basada en la evidencia, la razón y el debate (Gargaud et al., 2011, p. 576). Platón, en sus diálogos Timeo, describió el Universo como esférico, con movimientos circulares de los cuerpos celestes, una descripción metafísicamente perfecta que era difícil de justificar incluso teniendo en cuenta los todavía reducidos conocimientos astronómicos de la época. En estas descripciones se encuentra también la palabra óros, que significa tanto “montaña” como “frontera”. Los griegos, y por extensión todas las civilizaciones europeas que crecieron después de ellos, reconocieron las montañas como el primer límite para su desarrollo (Farinelli, 2007). Hacyan describe la idea del mundo de Aristóteles de la siguiente manera:

(...) la tierra era esférica en medio del Universo, y el cielo, los cuerpos celestes y las estrellas se organizaban en diferentes esferas que se movían alrededor, la última definiendo la frontera con el vacío. (Hacyan, 2001)

Era una explicación muy difícil de descifrar, y el autor no intentó justificarla ni explicarla más a fondo. De nuevo, es difícil imaginar cómo los ciudadanos comunes podían asumir todas estas teorías, si es que lo hacían. ¿Eran capaces de discernir entre lo real y lo imaginario, o simplemente confiaban literalmente en las explicaciones que recibían de sacerdotes, matemáticos y filósofos? ¿Era algo difícil de discernir? Esto llama la atención sobre lo ambiguas que eran estas explicaciones en comparación con las teorías emergentes basadas en observaciones científicas y naturales en torno a la escuela de Mileto.


Imperio romano y cristianismo temprano, fronteras pragmáticas (753 a.C.-500 d.C.)

Si todas las culturas hasta aquí presentadas habían expandido sus territorios hasta el límite de sus fronteras naturales, el Imperio romano superó toda imaginación con sus conquistas. Esta expansión exigió un concepto mejorado de los límites territoriales para defender las nuevas posesiones de las incursiones y resolver las disputas fronterizas entre las autoridades locales. Además, la necesidad de establecer nuevas colonias o dividir nuevos dominios públicos también exigía una clara comprensión de los límites territoriales. Los griegos perfeccionaron y mejoraron los conocimientos cartográficos bajo el patrocinio de Roma, lo que ayudó a las campañas militares y a la expansión territorial del imperio, así como a comprender el mundo habitado y las distancias entre asentamientos. Los desarrollos teóricos de los griegos, que se perfeccionaron a principios de la época romana, fueron aplicados de forma práctica por Roma, que tenía necesidades más tangibles y prácticas. La elaboración de mapas se convirtió en un aspecto relevante de la topografía, con fines jurídicos, administrativos y fiscales. Como tal, la exactitud topográfica y la representación eran secundarias a la exactitud legal y administrativa. Estos mapas también permitieron mejorar la eficacia de la administración y las obras públicas de la ciudad. Aunque el programa de expansión de Roma pretendía borrar las fronteras conocidas, los límites geográficos que encontraron, como océanos, desiertos y montañas, lo dificultaron. Las fronteras solo fueron desplazadas (Prados et al., 2012, pp. 19-22).

Los romanos adoptaron los mitos griegos y también su cosmogonía, manteniendo prácticamente inalterados el origen de la vida en la Tierra y el concepto del mundo habitado. A pesar del perfil práctico de la cartografía romana, se pueden encontrar varias descripciones relacionadas con funciones religiosas. Por ejemplo, el mapa de Cerdeña del año 174 a.C., uno de los primeros mapas producidos por los romanos, se utilizaba para dar gracias a los dioses por la conquista de la isla (Harley & Woodward, 1987, pp. 234-257). En Roma, Ovidio (43 a.C.-17 d.C.), el poeta que más abordó los orígenes de la Tierra, describió en el primer libro de las Metamorfosis cómo un Dios desconocido organizó todos los elementos a partir de un caos confuso y sin desarrollar. La creación del mundo es una mezcla de acontecimientos científicos y sobrenaturales, que comienza con la creación del fuego y el aire. Debajo de estos elementos se crearon rocas más pesadas, barro y otros elementos, configurando la Tierra como el centro del universo. Más adelante, el agua fluyó por todo este mundo. Solo después de creados todos estos elementos, este dios empezó a organizarlos y detallarlos, creando montañas y campos y poblando la Tierra de animales y seres humanos. La Madre Tierra, diosa suprema de la tierra, inició la génesis después del caos.

Plutarco (alrededor de 46-120 d.C.) en la introducción a sus Vidas Paralelas, habla de los geógrafos como personas que

(...) presionan los límites de sus mapas sobre partes de la tierra que escapan a su conocimiento, con notas que explican que “todo lo que hay más allá es desierto arenoso sin agua o lleno de animales salvajes” o “pantano inexplorado” o “helada de Escitia” o “mar helado” (...) con actualizaciones permanentes originadas por los descubrimientos y conquistas de los romanos. (Harley & Woodward, 1987, p. 253)

Plutarco demuestra de forma descriptiva cómo se daban soluciones genéricas y a veces imposibles a lo “desconocido”, sin ninguna justificación lógica. Nuevamente esto “desconocido” podría relacionarse con el nichts-objekt (no-objeto) o el vacío en el psicoanálisis lacaniano. Los elementos desconocidos, como todo lo que queda fuera de un límite previamente establecido, eran una condición originada por el propio límite.

El cristianismo adquirió un papel relevante en el Imperio romano durante el siglo III d.C. y realizó una tabula rasa con las cosmogonías anteriores en un intento de borrar a los opresores de los primeros pasos cristianos. El periodo cristiano del Imperio romano es, por tanto, un caso interesante para profundizar en su estudio. Con cada nueva religión surgen nuevas fronteras, acompañadas de la introducción de nuevos tabúes. En el caso del cristianismo, esto llevó a la fortificación y construcción de muros como medio de demarcar la frontera entre fieles y profanos. Esta práctica está arraigada en el concepto de pureza de la antropología, que considera esencial la separación de lo sagrado y lo profano para mantener la integridad y la coherencia de una comunidad religiosa. La construcción de muros se convierte así en una manifestación física de esta separación y en una forma de mantener la pureza de la comunidad. En el caso de la Roma cristiana, la construcción de muros no era solo un medio de defensa, sino también una forma de marcar la ciudad como un espacio sagrado, separado del mundo circundante de creencias y prácticas paganas.

No en vano, los romanos son famosos por su construcción de muros defensivos, que se levantaron para proteger sus ciudades y fronteras de amenazas externas. Los avances tecnológicos respecto a civilizaciones anteriores permitieron que muchas de estas infraestructuras llegaran hasta la actualidad. Uno de los más famosos de estos muros es el de Adriano, construido en el siglo II d.C. en lo que hoy es el norte de Inglaterra, que servía de frontera defensiva contra las tribus de Escocia. Los romanos también construyeron muros alrededor de sus ciudades, como los muros aurelianos alrededor de Roma, que se levantaron en el siglo III d.C. para proteger a la ciudad de las invasiones.

La teoría de la pureza de Mary Douglas proporciona una lente interesante a través de la cual contemplar la construcción de muros en la antigua Roma (Douglas, 2002). Según Douglas, la pureza es una construcción social que implica el mantenimiento de límites claros entre categorías de personas, objetos e ideas. En su opinión, las sociedades desarrollan elaborados sistemas de clasificación y tabúes para garantizar el mantenimiento de estos límites y que las impurezas o la “inmundicia” no amenacen el orden social. Esta teoría puede aplicarse a la construcción de muros en el contexto de la defensa de ciudades y países. La teoría de Douglas postula que las sociedades crean sistemas de clasificación y límites para distinguir entre lo puro y lo impuro, y que estos sistemas sirven para mantener el orden social y evitar el caos. Sostiene que los límites crean una sensación de claridad y certeza sobre lo que pertenece y lo que no, y que permiten a los individuos tener una sensación de control sobre su entorno. Douglas también subraya la importancia de la piel y los orificios del cuerpo como límites simbólicos que separan al individuo del mundo exterior.

Del mismo modo, la construcción de muros alrededor de ciudades y países puede considerarse una forma de establecer límites simbólicos entre lo que está dentro y lo que está fuera. Estos muros sirven para proteger la ciudad o el país de amenazas externas y crear una sensación de seguridad para los que están dentro. La construcción de muros también sirve para crear un sentimiento de identidad y pertenencia, ya que los que están dentro de los muros se consideran parte de un grupo distinto y separado de los que están fuera. Además, el trabajo de Douglas sobre las leyes levíticas de exoneración también señala la importancia de los límites sobre la pureza y el peligro (1993). Este énfasis en los límites y la purificación puede verse como una forma de establecer un sentido de orden y control sobre el mundo natural, que se considera peligroso e impredecible.

Al mismo tiempo que el Imperio romano se expandía y se enfrentaba a la necesidad de asegurar sus fronteras, el cristianismo se consolidó a través de un complejo proceso, desde ser considerado una amenaza para el orden religioso y político politeísta establecido, hasta convertirse en la religión oficial del estado con Teodosio a finales del siglo IV. Si se examina el Génesis para comprender la visión cristiana del comienzo del Universo, se muestra como un intento onírico de explicar cómo se creó el mundo, no tan distinto del de poetas como Ovidio. Más que nunca, se trata necesariamente de un acto de fe en las Sagradas Escrituras, olvidando todo lo que ahí no se describe y todos los avances astronómicos realizados hasta el momento, ayudados por el colapso cultural experimentado bajo el Imperio romano (Russo, 2013):

[1:1] En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

[1:2] La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.

[1:3] Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz.

[1:4] Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad;

[1:5] y llamó Dios a la luz “día”, y a la oscuridad la llamó “noche”. Y atardeció y amaneció: día primero.

[1:6] Dijo Dios: “Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras”.

[1:7] E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas por debajo del firmamento, de las aguas por encima del firmamento. Y así fue.

[1:8] Y llamó Dios al firmamento “cielos”. Y atardeció y amaneció: día segundo.

[1:9] Dijo Dios: “Acumúlense las aguas por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco”; y así fue.

[1:10] Y llamó Dios a lo seco “tierra”, y al conjunto de las aguas lo llamó “mares”; y vio Dios que estaba bien. (New American Bible, 2002, El libro del Génesis 1:1-1:10)

Las concepciones romana y griega del origen del mundo fueron ampliamente aceptadas durante mucho tiempo, hasta que en el siglo XV surgieron nuevas teorías científicas.


Discusión y conclusiones

Las civilizaciones antiguas intentaron eliminar el caos original del universo creando límites conceptuales que permitieran el avance de la vida y de las sociedades. El estudio de los comportamientos de estas civilizaciones ha revelado algunas características comunes entre las cosmogonías antiguas. Todas ellas comenzaron con el caos, normalmente relacionado con el agua, y solo después se creó una estructura ordenada tras la separación del cielo y la tierra, lo que demuestra la gran relevancia de los límites como organizadores del espacio. Los relatos de la creación suelen implicar la separación o división de elementos o fuerzas. Por ejemplo, en la creación babilónica, el dios Marduk separa las aguas primigenias en dos partes para crear los cielos y la tierra.

En todas las civilizaciones se ha detectado una ambivalencia entre las creencias religiosas descritas en los documentos sagrados y la realidad cotidiana. Por otro lado, es difícil encontrar alguna aclaración sobre cómo los seres humanos podrían actuar en estas zonas fronterizas, cerca del vacío, sin tener ningún contacto real con él. La creación del mundo ha sido a menudo una mezcla de acontecimientos científicos y sobrenaturales, enfrentando cuestiones teóricas y teológicas con necesidades más tangibles y prácticas. La centralidad del país o de las ciudades-estado gobernantes se ha identificado en todas las civilizaciones; en la Antigüedad se utilizaba para demostrar una relación entre los gobernantes y los dioses que se situaban en el centro del mundo conocido. A pesar de esta consideración común, las cosmogonías también ofrecían un enfoque más introspectivo, donde los límites externos desempeñaban un papel crucial en la organización de la tierra.

Estos modelos aportan una distinción entre fronteras cerradas, donde se construían elementos defensivos y de lucha como torres de control o muros, y fronteras abiertas donde la caída a un abismo o vacío era la prolongación del mundo conocido. Estas afirmaciones acercaban a quienes las mencionaban a los dioses y divinidades, siendo una poderosa herramienta para mantener las distancias con sus ciudadanos. Las fronteras abiertas también pueden relacionarse con culturas o civilizaciones pacíficas que debido al carácter geográfico de su tierra no necesitaban controlar sus fronteras, como el caso concreto de las zonas desérticas de Egipto que no estaban sometidas a presión. La transición de los modelos bidimensionales a los tridimensionales también ofreció la oportunidad de ampliar la idea de fronteras abiertas, ya que el mundo conocido, bajo la forma de una columna, un cubo, o más tarde de una esfera, se extendía desde los dominios de una sola civilización a todo el mundo conocido.

La finalidad de la Gran Muralla China, la manifestación más monumental de una frontera ─cuya construcción inició el primer emperador de China Shi Huangdi, que gobernó del 221 al 210 a.C.─ puede equipararse al uso previsto por los romanos presentado anteriormente. Se levantó para proteger a China de las tribus nómadas que vivían al norte, especialmente los xiongnu. La Gran Muralla China podía considerarse una manifestación física del deseo del pueblo chino de mantener un sentimiento de pureza y separación del “otro” representado por las tribus nómadas del norte. La muralla también servía para marcar una frontera entre el mundo civilizado chino y el mundo salvaje e indómito del otro lado.

En este sentido, la construcción de muros físicos en China, el Imperio romano, o en cualquier otro lugar, puede considerarse un símbolo de la importancia de mantener los límites sociales y la necesidad de protegerse de las amenazas exteriores. Es posible establecer una conexión entre la construcción de cualquier muro y las ideas de pureza y peligro expuestas por Douglas (1993, 2002), ya que ambas están relacionadas con la creación de límites y la necesidad de mantener una sensación de orden y control. También es posible establecer una conexión con el concepto de tabula rasa, que marca un nuevo comienzo y una frontera clara entre el pasado y el futuro, sugerido por el análisis del cristianismo como nueva religión.

Otro aspecto que requeriría un estudio más profundo es la diferencia observada entre los modelos bidimensionales y tridimensionales. Mientras que sumerios, caldeos y griegos de antes del 800 a.C. se conformaban con simples modelos bidimensionales del mundo, babilonios, egipcios y griegos posteriores a esta fecha necesitaron un modelo mucho más complejo, utilizando tres dimensiones para describir cómo funcionaba su mundo. La Tierra de Anaximandro flotando en medio del Universo tiene muchos aspectos en común con las otras cosmogonías presentadas, entre ellos el problema de una definición más profunda de la frontera. Prohibir el acceso a las zonas más favorables del mundo o cerrarlas tras muros defensivos eran sin duda tácticas que ayudaban a los ciudadanos con menos cultura, pero no respondían a la pregunta de cómo podría existir un límite donde el agua no pudiera caer y, en consecuencia, donde acabaría cayendo, una pregunta a la que sacerdotes y filósofos no solían responder abiertamente. Este trabajo ha mostrado construcciones cosmológicas muy similares que pueden ser el resultado de la transferencia de conocimientos entre estas civilizaciones, pero también el resultado de aplicar experiencias terrestres al panteón superior de los dioses. Todos los demás aspectos por resolver fuera de la experiencia real reciben soluciones más imaginativas. Los avances astronómicos y matemáticos dejaron atrás la idea de una tierra plana, ya que unas pocas observaciones que no necesitaban ninguna herramienta particular reflejaban fácilmente esta realidad a quienes querían escuchar. Aparte de la pura consideración teórica sobre la forma del mundo ─como la de Pitágoras que imaginó la tierra como una esfera “porque es una forma geométrica perfecta” y prescindiendo de los bordes para que nada pudiera caer al vacío (véase Figura 6)─, se puede considerar a Aristóteles como el primer filósofo que imaginó la tierra como una esfera a partir de varias observaciones astronómicas.

Figura 6. Dibujo de una antigua moneda griega fabricada bajo el emperador Decio, que representa a Pitágoras con un mundo esférico sobre una columna
Fuente: Baumeister, Monumentos de la Antigüedad Clásica. 1888 Tomo III, página 1429. Dominio público

Las explicaciones sobre las diferentes posiciones de las estrellas con el horizonte según la ubicación del observador en la Tierra, las diferentes alturas de la Estrella Polar según el lugar desde donde se mida, la simple sensación que ofrecen los barcos al aproximarse a tierra (cuando primero solo es visible la cima de las montañas y solo después aparecen la tierra llana y los puertos), o la sombra circular que se puede observar durante los eclipses de Luna, serían muy difíciles de defender si la Tierra no fuera esférica, como afirma Aristóteles en Περὶ οὐρανοῦ (De Caelo). Estos materiales de primera mano están en la base de la investigación griega de la naturaleza (Kahn, 1960). De hecho, para los griegos, los mapas y la geografía formaban parte de una investigación especulativa más amplia sobre el orden de las cosas: eran explicaciones tanto escritas como visuales del origen del universo y del papel de la humanidad en él.

Entonces, ¿por qué muchas civilizaciones han seguido creyendo en una Tierra plana durante mucho tiempo después de las observaciones de Aristóteles? Aparte del posible “error plano” señalado por Russell (1997), tal vez habría que introducir la consideración del sentido común de las personas que no salieron de su morada y fueron adoctrinadas por los sacerdotes y más tarde por la Iglesia católica. En el siglo IV, Lactancio interpretó las Sagradas Escrituras en contra de las consideraciones de Aristóteles, defendiendo un concepto más fácil de asumir por los creyentes. Los científicos y líderes religiosos que tenían acceso a tratados y libros más antiguos no podían olvidar las observaciones realizadas por los griegos, pero tampoco se podía asumir que todas sus explicaciones debían tratarse como creencias literales. En algunos casos, el uso de la metáfora pudo ayudar a explicar la realidad y así debía entenderse. La difusión de los mapas y la cartografía, en general desde principios de la era moderna, cuando apenas se discutía la forma esférica de la Tierra, no eliminó varios legados antiguos: se enriquecieron con dibujos de monstruos y criaturas imaginarias en sus márgenes, como una premonición de lo que le esperaba al viajero en sus travesías, demostrando cuánto duró la influencia de estas creencias (Scafi, 2006). Además, solo la circunnavegación de Fernando de Magallanes y Sebastián Elcano entre 1519 y 1522 dio la prueba tangible de la inexistencia de fronteras.

Al comparar las realidades fronterizas antiguas y contemporáneas se observa que los temores inducidos y su definición siguen siendo los mismos, mantenidos vivos por el poder político, hoy mucho más relacionado con el poder económico que con el religioso. En comparación con la actualidad, en épocas antiguas el poder y la religión estaban íntimamente ligados. Tal vez se hayan cambiado los monstruos por nuevos miedos, pero poco se ha hecho por borrar las fronteras para equilibrar económica, social y culturalmente el territorio (Muñoz Ramírez, 2008; Pain, 2000). La estructura de la tierra tiene su origen común en guerras históricas, luchas políticas y tratados de posguerra, y en realidad se mantiene viva para defender privilegios y recursos que son el origen del estado del bienestar. Como en el pasado, toda línea o muro divide la tierra en dos territorios con fuerzas asimétricas. Es necesario dar un paso adelante para borrar la herencia de las cosmogonías del pasado, que definen el concepto contemporáneo de las fronteras como productoras de miedo.


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Notas

1 Cosmogonía, del griego κοσμογονία, significa “creación del mundo” y abarca tanto las narraciones míticas como las teorías racionales sobre el origen y el desarrollo del cosmos. Mientras que los antiguos mitos cosmogónicos intentan hacer comprensible el origen del mundo y dotarlo de significado, las teorías cosmogónicas científicas, como la del Big Bang, pretenden proporcionar marcos racionales para comprender los orígenes cósmicos. No obstante, la distinción entre mito y ciencia en cosmogonía es fluida, y las teorías científicas pueden ser reevaluadas como mitos debido a sus limitaciones inherentes y a las preguntas sin respuesta. Por ejemplo, la teoría del Big Bang, a pesar de sus fundamentos científicos, podría considerarse un mito en el futuro. Insiste en que “¡el universo se expande!” sin abordar la pregunta fundamental: “¿se expande en qué?”.

Guido Cimadomo
Italiano. Doctorado en arquitectura por la Universidad de Sevilla. Es profesor asociado en el Departamento de Arte y Arquitectura de la Universidad de Málaga (España). Líneas de investigación: transformaciones urbanas, exposiciones universales, historia de la arquitectura, bienes comunes urbanos, documentación y catalogación del patrimonio arquitectónico. Publicación reciente: Cimadomo, G. (2023). Spatial transformations in Ceuta, Spain: effects of a low-density hinterland on a border enclave. En Q. M. Zaman & G. Hall (Eds.), Border urbanism: transdisciplinary perspectives (pp. 321-336). Springer. https://doi.org/10.1007/978-3-031-06604-7_19

Iradj Esmailpour Ghoochani
Iraní. Doctorado en filosofía por la Ludwig-Maximilians-Universität, Múnich. Antropólogo visual y fundador del Instituto de Arte y Teatro Etno-psicoanalítico (IFEKT por sus siglas en alemán) con sede en Alemania. Líneas de investigación: cultura onírica y pedagogía del arte; etno-psicoanálisis; Arquitectura morisca. Publicación reciente: Esmailpour Ghoochani, I. (2017). Bābā Āb Dād: the phenomenology of sainthood in the culture of dreams in Kurdistan with an emphasis on Sufis of qāderie brotherhood [Tesis doctoral, Ludwig Maximilians Universität de Múnich]. Tesis electrónicas de la LMU de Munich. https://edoc.ub.uni-muenchen.de/21528/

Pilar Martínez Ponce
Española. Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla (2002). Investigadora independiente con sede en Málaga (España). Líneas de investigación: transformaciones urbanas, identidad cultural. Publicación reciente: Cimadomo, G. & Martínez Ponce, P. (2006). Ceuta y Melilla: un sistema defensivo. En The Sarai Programme, Sarai Reader 06: Turbulence (pp. 336-341). http://archive.sarai.net/files/original/7df1a8eefe5e96f9dd0bd803ebd5c789.pdf



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