Reseña bibliográfica | Estudios Fronterizos, vol. 10, núm. 20, 2009, 155-162 |
Apocalypse
Rafael Arriaga Martínez*
MICHEL MAFFESOLI, PARÍS, CNRS, 2009, 60 PP.
* Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Autónoma de Baja California.
Correo electrónico: rarriaga@uabc.mx
En su último libro, Apocalypse, aun no traducido al español,1 Michel Maffesoli nos dice que la civilización se invierte en cultura cuando aquélla termina por dar de sí misma lo mejor. La civilización, explica, es como una relación conyugal de la cual de pronto nos sorprende que nos encontremos en situación de unión cuando hemos perdido de vista las cosas (lazos sociales) que nos unen o cuando sencillamente esas cosas, con el tiempo, pierden sentido y fuerza como para asegurar la unión. Ante una situación así, de “rutinización“ de la vida en todos sus aspectos, de desgano y vitalidad disminuida, surge inevitablemente la necesidad de considerar las relaciones ante los demás y el mundo de una manera viva, emocional, liberada de los esquemas utilitarios y cuantitativos que rigen nuestra civilización. Así surgen las culturas y ello es característico de la posmodernidad.
Para Maffesoli la posmodernidad es época de apocalipsis, entendida ésta no de manera escatológica sino como la revelación de cosas que anuncian una nueva era. El apocalipsis es una presentación de lo que está allí, de lo que se había olvidado: el estar allí, el estar juntos, el ser simplemente. Con esto Maffesoli nos recuerda que el hombre no es sólo un ser racional, sino también emocional.
En Maffesoli resuena extrañamente el Evangelio: la noción de apocalipsis o aun la idea según la cual el hombre no sólo vive del pan o de lo que se puede cuantificar. ¿Místico, Michel Maffesoli? Sí, pero no de las cosas del más allá, sino de las cosas de este mundo. De allí la recomendación metodológica: ponerle atención a las criptas y la vida social que corre debajo de ellas en la forma de estructuras en el sentido de Levy Strauss, de residus en el sentido de Pareto, de arquetipo en el sentido de Jung, de caracteres esenciales en el sentido de Durkheim.
El pensamiento apocalíptico, como él llama a esta cualidad analítica, debe ponerle particular atención a los signos (germinaciones) de la nueva era que son por lo general manifestaciones de rechazo al utilitarismo, como es el romanticismo de la tierra (apego a la tierra, a lo local, al consumo de productos biológicos, etcétera) y que no es otra cosa que un eco lejano del espíritu romántico del siglo XIX. Para Maffesoli las germinaciones cuentan con Dionisio, la figura emblemática de la emoción, la pasión y, de manera general, de todos los valores con connotación hedonista. Para este autor el hedonismo es una disposición de espíritu favorable al desarrollo de las grandes culturas porque privilegia el instante, el presente, la eternización del presente y no la trascendencia y el proyecto, que es lo propio de la civilización o de la modernidad. A la diferencia del trascendentalismo cuyo ideal ha sido sucesivamente la ciudad de Dios y la sociedad perfecta, el “presenteismo” se detiene a contemplar colía para la modernidad: una característica emocional.
La modernidad es melancólica porque vive bajo la nostalgia de un paraíso perdido y la culpa del pecado original. Es un sentimiento que ha contribuido en mucho a la formación de la cultura cristiana, la cual lo destila a través del arte, la teología, las teorías de emancipación del siglo XIX y la promesa de una sociedad perfecta.
Las historias humanas se suceden al ritmo de un columpio cíclico en el que se alternan la política y el juego, Prometeo y Dionisio, las dos figuras emblemáticas que Maffesoli emplea para representar polaridades inversas pero no menos complementarias (complexio oppositorum).
La ideología productiva, insiste Maffesoli, nos impide comprender que nos adentramos hacia una nueva inversión de polaridad, pues de alguna manera los valores dionisiacos han contaminado la mentalidad contemporánea. Y ello se puede ver a través de una manera de estar juntos en donde lo onírico, lo lúdico y lo imaginario ocupan un lugar muy importante. Se trata, en resumidas cuentas y como ya hemos dicho, de una actitud contraria al racionalismo y, de una manera más reciente, a la ideología productivista derivada de una interpretación simplista de la teoría marxista de la oposición entre infraestructura y superestructura. La economía, el trabajo y la productividad como nociones predominantes pierden cada vez más fuerza ante el resurgimiento de las manifestaciones superestructurales, como diría Marx –véase la importancia de lo espiritual, lo cultural, lo inmaterial, lo invisible. Asistimos, nos asegura Maffesoli, a una gran mutación de signo mundano entregado a Dionisio, constatable empíricamente a partir de una serie de fenómenos como el apego a la tierra, la estética de la existencia,2 la importancia de lo cualitativo, la oposición y la denuncia del ”saqueo productivista”, la “revelación contra la devastación espiritual”.
Ahora bien, la mundanería, como actitud, surge de un proceso de saturación a la desvalo el mundo, la belleza de las cosas tal cual. Se trata de una actitud favorable al desarrollo de una ética de la estética, es decir, de un comportamiento contrario al racionalismo de la economía y del tiempo. A la estética no le importa el tiempo ni los recursos, no cuantifica la inversión ni la ganancia. Su objeto de trabajo es el mundo, pero como fuente de inspiración y no de transformación materialmente brutal. Lo onírico, lo imaginario son sus fuentes adicionales de inspiración, materia tan inmaterial como su objetivo: compartir emociones y pasiones. Podríamos decir que es bajo el cielo de Dionisio que florecen tanto la estética y el romanticismo de la tierra como todas las germinaciones (signos) de la posmodernidad. Lo lúdico es para la posmodernidad lo que la melanrización constante de la relación del hombre con el mundo (teorización del desarraigo) y la obsesiva orientación racional de las energías colectivas hacia la salvación espiritual. Y es precisamente de la religiosidad racionalizada de esta manera que surge el racionalismo económico y el desencanto del mundo (intelectualización del mundo o liquidación progresiva de las explicaciones metafísicas de la vida y del mundo) como efecto no esperado.
Dice Maffesoli que la moral descansa en la lógica del deberser, pero que cuando ésta pone demasiado el acento en la perfección se corre el riesgo de que ello provoque un efecto excesivo no previsto: la bestialización. Se trata, pues, de una consecuencia imputable a la influencia de la moral cristiana sobre la lógica del deberser. Es a partir de este proceso que se opera el regreso a las raíces o arraigamiento al mundo que Maffesoli califica de dinámico porque moviliza las energías para vivir aquí y ahora, con imaginación y sin arrepentimiento. Se trata, en suma, de una actitud totalmente incompatible con el imperativo categórico productivista del “debo trabajar“ y la moral (del bien, del ideal, de lo humano) a través de la cual las instituciones dominan el cuerpo social. Y si las instituciones llegan a dominar el cuerpo social es precisamente sobre la base del ideal de la reducción de las cosas a la unidad. Sobre la base de la búsqueda de la unidad y la evacuación de las diferencias los Estadosnación logran avanzar en sus proyectos de unidad cultural, política y social. La república única e indivisible, como máxima, nos brinda un claro testimonio de esa búsqueda, de ese ideal. Pero para Maffesoli se trata de un proceso saturado dadas las evidencias cada vez más claras en cuanto al regreso de la heterogeneidad, lo que Max Weber definiría como “politeísmo de valores“.3
La “balcanización“ del mundo podría ser un claro ejemplo del fracaso de los proyectos de homogeneización de las conciencias colectivas y la universalización de formas de ser y pensar. Contra el imperio de la razón y como consecuencia de la saturación de ese ideal, el cuerpo social se difracta en pequeños cuerpos tribales agrupados en torno a afinidades de carácter instintivo (placeres del cuerpo), ético (ecología, religión), étnico (comunitarismo), etcétera. Para las “tribus de la posmodernidad“, como Maffesoli define a estos grupos, lo importante es ser, estar juntos, compartir gustos (musicales, culturales), preferencias (sexuales), ideas (religiosas, políticas), hábitos (culinarios, deportivos), etcétera, y la revalorización de la solidaridad y todo lo que de una manera u otra se relacione con lo imaginario o el reencantamiento del mundo a través de la contemplación, las creencias religiosas o la superstición. A través de las tribus de la posmodernidad se expresan fuerzas primitivas cuya forma de vida se podría resumir en un dejar vivir, dejar hacer, dejar ser.
Maffesoli define la posmodernidad como la ”sinergia de lo arcaico y el desarrollo tecnológico”. ¿Por qué ‘sinergia de lo arcaico’ y ‘desarrollo tecnológico’? Porque, a la manera de las antiguas tribus, para las que la solidaridad era un consuelo emocional importante en el medio de lucha por la sobrevivencia, las tribus de hoy comparten ideas, emociones, sentimientos, pasiones, fantasmas, todo ello a través de redes electrónicas de comunicación y en medio de una crisis general y desconfianza en valores que ya no garantizan la unidad de los lazos sociales. Myspace y Facebook son un ejemplo de estas redes sociales existentes en línea, nos dice Maffesoli. En You Tube los usuarios comparten música y creaciones artísticas y Levely confedera la vida en línea de sus utilizadores. Dentro de estas citadelas comunitarias se encuentran muchas formas de técnicas de entreayuda, supliendo con ello funciones del estado social.
La circunnavegación, la que se da ahora a través de los nuevos medios interactivos (nave gación sobre Internet) y la que se dio a lo largo de los mares en el siglo XV y XVI, es causa y efecto de un nuevo orden mundial, nos dice nuestro autor. Porque en ambos casos provocan cambios profundos en la estructura de las relaciones sociales, en las maneras de ser y pensar y de relacionarse con los demás y el mundo. La solidaridad orgánica es para las tribus de la posmodernidad lo que la solidaridad mecánica para la modernidad: su ideal.4
Maffesoli nos asegura que nos encontramos en el umbral de una nueva era y que es preciso forjar las nuevas palabras que la puedan describir5 lo más justo posible o por lo menos lo menos falso posible.6 Ante tal urgencia es mejor voltear la página, sobre todo cuando se trata de sacudirnos esas “ideas rancias” que de acuerdo a Maffesoli se han propagado a través de las ideologías del siglo XVIII y XIX. Maffesoli nos pone en guardia contra el “conformismo lógico” y “totalitario” de las élites. Califica de totalitarismo la actitud de las élites que juzgan “lo que es” en virtud de lo que “debería ser”.
El moralismo de esas élites, compuestas de falsos profesores e intelectuales lacras se fundamenta en las teorías de emancipación social del siglo XIX y en la vieja concepción agustiniana según la cual el mundo es inmoral. Para Marx, Freud y sus seguidores, según Maffesoli, el mundo no puede ser otra cosa que receptáculo de infamia e inmundicia. Políticos, periodistas, intelectuales, asistentes sociales, líderes sociales, todos ellos comparten la existencia de un mundo dividido entre lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, lo perfecto y lo imperfecto, lo justo y lo injusto…, todo ello, naturalmente, contemplado desde el pedestal de la virtud.
Las élites, sometidas intelectualmente a la economía, a la producción y el trabajo, no son capaces de discernir las vivencias sociales del nuevo modo de vida que emerge en la posmodernidad. No son capaces de comprender que por efecto de saturación, las tribus se rebelan contra el ideal de la conversión de todos a productores y consumidores, contra el trabajo como valor esencial. La “insurrección de los espíritus”, como diría Maffesoli, es cada vez más manifiesta y ella se expresa a veces de manera brutal (quema de autos en gran escala) o sensata como la elección de un trabajo temporal o el enrolamiento como voluntarios en organizaciones humanitarias.
En la rebelión de las tribus Maffesoli distingue la emergencia de otro modo de vida que pone acento en lo cualitativo y cuya máxima sería la de “no perder la vida para ganarla”. Ya no se trata de “debo trabajar”. Ahora sería “hay que trabajar”. 7 Ahora hay tiempo para la creación y la creación sería una de las características más resaltantes de la posmodernidad. Además, la creación se ha revelado en la historia como el principal motor de la cultura, como lo atestiguan el siglo XVII francés, el Renacimiento y otras épocas.
La creatividad como ideal activa el imaginario colectivo y la necesidad de aventura existente en el inconsciente colectivo. La expatriación, cada vez más frecuente en los jóvenes, podrá ser motivada por razones de realización profesional, pero no es menos cierto que haya algo y mucho de emocional al lado de lo racional: la necesidad de vivir una aventura existencial y profesional.
Al considerar la pasión como un resorte adicional del comportamiento humano, Maffesoli se posiciona conceptualmente en contra de la posibilidad de comprender el mundo como una pura instrumentación, como lo propone James Colman en su teoría de la elección racional (rational choix theory) y Raymond Boudon en la teoría racional general. Maffesoli reconoce que, además de pasión y sueños, la razón y el cálculo actúan como elementos activos en la estructuración de la sociedad, pero que en definitiva pesa más lo irracional que lo racional.
Notas
1 Michel Maffesoli es un autor con numerosas obras traducidas al español. Sólo por mencionar algunas, tenemos En el crisol de las apariencias (2007), La transfiguración de lo político (2005) y El nomadismo (2004).
2 Por estética de la existencia Maffesoli entiende la manera como el arte se capilariza a través de la existencia: piercing, tatuaje, estética física, arte en objetos decorativos, arte en el espaciohabitación, etcétera.
3 La idea weberiana de politeísmo de valores define la existencia de numerosos valores en situación de competencia dentro de una misma sociedad. Cuando la sociedad se debilita es porque marca el fin de la tensión entre los valores en competición y el triunfo de uno de ellos. Para Maffesoli la existencia de una situación de conflicto entre los valores es saludable porque garantiza el equilibrio de la sociedad. Maffesoli se suscribe a la teoría del equilibrio de Sigfred Pareto, la cual relaciona estrechamente heterogeneidad y equilibrio o politeísmo de valores y equilibrio. Maffesoli se posiciona conceptualmente a favor de la existencia de la heterogeneidad y el conflicto de valores en las sociedades.
4 Maffesoli corrige la tipología de sociedades descrita por Emile Durkheim al reconsiderar la solidaridad orgánica como propia de la posmodernidad y la solidaridad mecánica como correlativa de las sociedades modernas. En las sociedades modernas, según Durkheim, los individuos son diferentes en sus modos de vivir y de pensar y ello es propio de la solidaridad orgánica. En las sociedades tradicionales la solidaridad mecánica describe una sociedad de individuos poco diferenciados debido al poco desarrollo de la división del trabajo. Aquí las creencias y los valores son ampliamente compartidos, lo cual favorece la cohesión de la sociedad. En las sociedades modernas sucede todo lo contrario. Con estas reconsideraciones Maffesoli logra adecuar la teoría de la anomia de Durkheim a la visión que tiene de la historia humana: de la heterogeneidad en donde reina el politeísmo de valores (sociedades tradicionales) a la homogeneidad o evacuación de las diferencias bajo el dominio de un valor (modernidad) y de nuevo el regreso a la sociedad de equilibrio sobre la base de la tensión o conflicto entre los valores (posmodernidad). A esta visión de espiral Maffesoli la define como “teoría del columpio cíclico“, a la cual ya hemos hecho alusión antes.
5 Maffesoli cuestiona la existencia de la objetividad, por lo cual recomienda interrogar los fenómenos desde una perspectiva descriptiva y no explicativa.
6 La verdad es relativa porque sólo tiene sentido dentro de un conjunto social dado. Se trata de una posición epistemológica relacionada con la interpretación relativista que ofrece Maffesoli de la idea weberiana de politeísmo de valores ya comentada.
7 Maffesoli se suscribe a la tesis de Weber en torno al origen de la percepción del trabajo como un deber (beruf) para poner luego énfasis en su tesis según la cual asistimos a un fenómeno de saturación de ese ideal. El “debo trabajar” marcaría durablemente la sociedad moderna, mientras que el “hay que trabajar” sería el rasgo más sobresaliente de la posmodernidad en materia de actitud respecto al trabajo.