Reseña Estudios Fronterizos, vol. 2, núm. 3, 2001, 109-116

El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI.

 

Leticia Figueroa Ramírez*

 

Carlo Ginzburg. Trad. Francisco Martín y Francisco Cuartero, 1a. ed. en español, Océano, México, 1998.

 

* Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UABC E-mail: lfiguero@faro.ens.uabc.mx

 

Esta obra fue publicada por primera vez en 1976 por la editorial Einaudi en la lengua materna de Ginzburg. Corresponde a 255 cuartillas resueltas en un prefacio, 62 subtítulos, abreviaturas, notas y una noticia editorial. Esta última es una misiva de agradecimiento que el autor dirige a sus colaboradores, así como el relato acerca de las redacciones provisionales del texto en su conjunto.

El italiano Carlo Ginzburg nació en Turín en 1939, y actualmente imparte cátedra en la Universidad de Bolonia. Es considerado uno de los historiadores más polémicos en el mundo, principalmente por la metodología que utiliza para la reconstrucción de la historia. Su cualitativa hermenéutica logra comprensiones por demás novedosas, otorgando relevancia insospechada a fenómenos en apariencia intrascendentes. En ésta y en otras investigaciones, sostiene que un caso individual es representativo de la cultura subalterna. Por ello, en El queso y los gusanos se dedica a interpretar la cultura oral del siglo XVI en la que están presentes las tradiciones rurales más remotas y acontecimientos históricos como la reforma y la invención de la imprenta.

En su obra se observa que como historiador ha privilegiado el análisis de acontecimientos de los siglos XVI y XVII, particularmente los que atañen a procesos de brujería. Es de singular importancia Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia, que corresponde a una recopilación de textos publicados entre 1961 y 1984, entre los que se encuentran "Brujería y piedad popular. Notas a propósito de un proceso de 1519 en Módena" y "Lo alto y lo bajo. El tema del conocimiento vedado en los siglos XVI y XVII", por mencionar algunos.

Ginzburg relata que parte de la metodología que lo orienta en El queso y los gusanos..., se apoya en la hipótesis de Bachtin, según la cual existe una influencia recíproca entre cultura de las clases subalternas y cultura dominante. Incorpora esta lupa de observación a partir de los problemas de método que enfrentó en Los procesos de brujería entre los siglos XVI y XVII. En esa experiencia investigativa se dio cuenta de la imposibilidad de conocer las representaciones que tenían de la brujería los llamados brujos y brujas si no lograba obtener, por un lado, documentación sobre la demonología y, por el otro, conocimiento de las creencias sobre dicho fenómeno que le permitiesen contextualizar las representaciones mencionadas. Logra enterarse que las creencias diferían según la clase: en la subalterna, los benandanti 1 eran considerados protagonistas de un culto agrario, y en la dominante, brujos. Esto lo lleva a preguntarse:

¿Hasta qué punto los eventuales elementos de la cultura hegemónica rastreables en la cultura popular son fruto de una aculturación más o menos deliberada, o de una convergencia más o menos espontánea, y no de una deformación inconsciente de las fuentes, claramente proclives a reducir al silencio lo común y lo corriente?

Para responder a la interrogante, el autor analiza los procesos2 efectuados por el Santo Oficio a Domenico Scandella, molinero friulano conocido como Menocchio,3 quien fue ejecutado en la hoguera. No obstante la experiencia que vivió este personaje es meramente particular y acotada en un espacio reducido, Ginzburg la convierte en representativa de la cultura subalterna de la Europa del siglo XVI. Utiliza el caso Menocchio "[...] para descifrar el vasto problema de la cultura popular ante la cultura oficial". Aprovecha el notorio desfase entre las lecturas realizadas por Menocchio y la manera en que las asimiló y refirió tanto a sus coetáneos como a los inquisidores que lo enjuiciaron. De esta manera le apuesta a que tanto la cultura oral como los acontecimientos históricos de una época inciden en "[...] el disfrute del texto, modificándolo, reconfigurándolo hasta casi desnaturalizarlo [...]".

En la indagatoria, el autor rastrea profusamente la historia con dos objetivos: a) situar la problemática de Menocchio, y b) descifrar las afirmaciones fantasiosas y audaces de éste, contextualizándolas tanto a partir de las lecturas que realizó como por medio de la cultura oral que compartía. En este esfuerzo recupera raíces de la utopía popular, además de hechos históricos como el de la reforma y la contrarreforma, sin perder de vista las estrategias de las clases dominantes para mantener la hegemonía mediante "[...] la intensificación de los procesos de brujería y el rígido control de grupos marginales como vagabundos y gitanos. Sobre este fondo de represión y de aniquilamiento de la cultura popular se inscribe precisamente el caso de Menocchio".

Asimismo, el connotado historiador analiza la eclesiología del personaje mencionado, que le posibilita descartar en este último, vestigios de la ideología de los anabaptistas.4 Más bien el análisis lo remite a once libros que Menocchio fue mencionando durante sus comparecencias ante el Santo Oficio. Entre éstos destacan: el Florilegio de la Biblia, el Decamerón, II cavallier Zuanne de Mandavilla, Historia del Giudicio, el Corán e II Sogno dil Caravia. También el autor pudo documentar que el último texto le fue proporcionado a Menocchio por Nicola de Porcía, conocido como "hombre herejísimo".

Ginzburg indica que en las lecturas señaladas, lo más importante consiste en:

el tamiz que Menocchio interponía inconscientemente entre él y la página impresa: un tamiz que pone de relieve ciertos pasajes y oculta otros, que exasperaba el significado de una palabra aislándola del contexto, que actuaba sobre la memoria de Menocchio deformando la propia lectura del texto. Y este tamiz, esta clave de lectura, nos remite continuamente a una cultura distinta de la expresada por la página impresa: una cultura oral.

Después de exhaustivas contrastaciones entre los textos leídos por Menocchio y lo fantasioso de su discurso, Ginzburg comprueba la poderosa influencia de la cultura oral. Ésta se conformaba por creencias campesinas de siglos atrás que habían estado latentes y que la reforma hizo resurgir. Por ello los hallazgos de este investigador indican:

[...] Menocchio no repetía como un loro opiniones ni tesis ajenas. Su método de aproximación a la lectura, sus afirmaciones retorcidas y laboriosas, son signo inequívoco de una reelaboración original [...] en ella confluyen [...] corrientes doctas y corrientes populares. [...]. No es el libro como tal, sino el choque entre página impresa y cultura oral lo que formaba en la cabeza de Menocchio una mezcla explosiva.

Otros elementos de análisis que le permitieron a Ginzburg interpretar las reelaboraciones discursivas de Menocchio, abarcaron desde lo muy puntual y minucioso —como metáforas y figuras retóricas — , hasta aspectos más amplios como: localización de contradicciones; de incomprensiones entre las partes actuantes en los interrogatorios; contrastaciones entre los testimonios de habitantes de Montereale y las actas del proceso, así como conjeturas respecto a si Menocchio tenía conocimiento de textos como el de Miguel Serveto y el de Giorgio Filaletto.5

En relación con Menocchio, el autor señala que nació en 1532 en Montereale, comunidad pequeña del Friuli, a 25 km al norte de Pordenone. Era un molinero autodidacta, casado y padre de once hijos de los cuales habían fallecido cuatro. En el año 1583, apenas cumplidos 51 años, este hombre fue denunciado al Santo Oficio por protagonizar proselitismo en contra de la iglesia y de Cristo.

Tal como se relata en la obra, Menocchio se presentó voluntariamente ante los inquisidores vestido con las prendas tradicionales de los molineros: bata, capa y gorro de lana blanca. El franciscano e inquisidor fray Felice da Montefalco le hizo arrestar y llevar esposado a la cárcel del Santo Oficio de Concordia. El 7 de febrero de 1584 el molinero se presentó a su primer interrogatorio durante el cual no tuvo empacho en relatar su concepción cosmogónica de la manera siguiente:

Yo he dicho que por lo que yo pienso y creo, todo era un caos, es decir, tierra, aire, agua y fuego juntos [...] Al principio este mundo no era nada, y [...] del (sic.) agua del mar fue batida como una espuma, y se coaguló como un queso, del cual luego nace gran cantidad de gusanos, y estos gusanos se convirtieron en hombres, de los cuales el más poderoso y sabio fue Dios.

Ginzburg relata que no sólo se ventiló en los juicios la muy particular visión cosmogónica de Menocchio, sino su cuestionamiento acerca de la virginidad de María y del comportamiento poco piadoso de la iglesia católica, entre otros asuntos delicados. También señala que a tal grado llegaron las audacias del enjuiciado, que los integrantes de la inquisitoria conjeturaron si estaban ante un poseído o un loco, por lo que uno de los hijos de Menocchio aprovechó el desconcierto para difundir que había razones para otorgarle a su padre esos calificativos. Sin embargo, el Santo Oficio no le creyó. La familia hizo todas las luchas para salvarlo a través de la contratación de abogados, quienes finalmente se vieron limitados en la defensa, pues su cliente "[...] Pedía perdón pero no renegaba de nada [...]".

Mediante los archivos consultados, Ginzburg se enteró que Menocchio fue procesado en dos ocasiones que incluyeron varios interrogatorios. En la sentencia que resultó del primer proceso se acordó se le emparedara entre dos muros por el resto de su vida; abjurara de las herejías cometidas; realizara diversas penitencias entre las que debía llevar de por vida un hábito con una cruz. El sentenciado cumplió con todo esto durante tres años que estuvo prisionero. Como uno de sus hijos pidió reabrieran el caso porque Menocchio había llevado en la cárcel una vida piadosa y estaba arrepentido, la sentencia se conmutó. Entonces, en lugar de la prisión se le asignó la villa de Montereale como cárcel perpetua.

Asimismo, le fue posible indagar al autor, que Menocchio una vez en Montereale, fue nombrado nuevamente camarero de la iglesia de Santa María y a la vez se dedicó a diversos oficios como: maestro de escuela, guitarrista en las fiestas; segador, molinero, trabajador de hostería, y había tenido escuela de ábaco y de leer y de escribir para niños. También había logrado permiso para tocar la guitarra fuera de Montereale.

En El queso y los gusanos... se asienta que no obstante lo padecido, Menocchio volvió a compartir sus fantasías con sus coetáneos, lo que resultó en denuncias en su contra. Habían transcurrido más de quince años desde la primera vez que lo interrogó el Santo Oficio. Tenía 67 años y había encanecido. Las denuncias dieron pie para que el 12 de julio de 1599 iniciara el segundo proceso y el último. En ese sentido, Ginzburg plantea:

[...] Era evidente que [durante] todos aquellos años [Menocchio] había ido siguiendo el hilo de sus antiguas ideas. Y ahora volvía a presentársele la oportunidad de exponerlas a quien (creía él) estaba capacitado para entenderle. Ciegamente se olvidó de toda prudencia y cautela.

Durante la segunda sentencia

[...] Menocchio fue declarado 'relapso'6 por unanimidad. Era un reincidente. El proceso estaba cerrado. Sin embargo, se dictaminó que el reo fuera sometido a tortura para arrancarle los nombres de los cómplices [...]. El jefe supremo del catolicismo, el papa Clemente VIII en persona, bajaba su mirada hacia Menocchio, convertido en miembro infecto del cuerpo de Cristo, y exigía su muerte. Por aquellos mismos meses finalizaba en Roma el proceso contra un ex fraile: Giordano Bruno.

Tal como se había señalado (vid. supra), Ginzburg hace hincapié en que la ejecución de Menocchio también se debió a la coincidencia de su proceso inquisitorial con la estrategia de las clases dominantes por mantener la hegemonía.

Una reflexión obligada que se inspira en los hallazgos del autor de El queso y los gusanos... se refiere a que no sólo Menocchio y Giordano Bruno se convirtieron en mártires de la citada estrategia hegemónica, sino centenares más que cayeron en las redes del Santo Oficio. Entre ellos se localizan los 10 280 enjuiciados que perecieron en las llamas durante el mandato de Tomás de Torquemada un siglo antes (1483-1498).

Sin lugar a duda, El queso y los gusanos... constituye una estética literaria impresionante. Además, su autor contribuye al conocimiento en varias direcciones entre las que destacan las siguientes: a) pone al descubierto las formas de imbricación de la cultura dominante con la subalterna; b) consigue cimbrar nuestra capacidad de asombro desentrañando al detalle las prácticas de una institución lúgubre como el Santo Oficio, a través de analizar los juicios a Menocchio; c) logra articular el momento Menocchio con el de intereses hegemónicos irracionales, y d) lega una obra que se ha constituido en referencia obligada de estudiosos en el campo de la investigación cualitativa hermeneútica.

Quedan aspectos en el tintero que seguramente el autor quiso analizar pero le fue imposible por no haber sido viables a menos de haber resucitado al molinero para, por ejemplo, aplicarle psicoterapias intensivas amén de rastreos biogenéticos entre otros, que permitiesen clarificar los orígenes de sus obstinaciones, porque éstas finalmente lo hicieron un reincidente y de ello se aprovecharon sus verdugos.

Finalmente, cabe preguntarle a Ginzburg si las interpretaciones que proporciona El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, respetan Los límites de la interpretación que como advierte Humberto Eco, sin límites, esta última ha logrado seducir a algunos estudiosos a tal grado que han perdido de vista las posibilidades reales de la misma.

 

Notas

1 Ginzburg en su obra Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia, señala que los benandati era una secta que durante los siglos XVI y XVII se difundió en el Friuli, al norte del Adriático, quienes se definían a sí mismos como benandanti, algo así como "bienaventurados", y se sentían obligados a combatir en espíritu contra los brujos y brujas en favor de la fertilidad de las cosechas. Durante largo tiempo fueron presionados por lo inquisidores hasta lograr que admitieran que no solamente no eran adversarios de la brujería, sino brujos y brujas ellos mismos.

2 Dichos procesos fueron localizados por Ginzburg en el Archivo de la Curia Arzobispal de Udine.

3 Corresponde al nombre que figura en los documentos de la Inquisición. En otros se le nombra como Menoch y como Menochi.

4 Este movimiento religioso negaba la divinidad de Cristo; basaba su práctica en las obras y criticaba el poder de la iglesia dominante, entre otros.

5 El mismo Ginzburg considera audaz dicha conjetura debido a que los textos señalados eran más complejos que las lecturas que sin lugar a duda se le atribuían a Menocchio.

6 Dísese del que vuelve a incurrir en un pecado o en una herejía (Larousse, 1989).