Artículos y ensayos Estudios Fronterizos, vol. 1, núm. 2, 2000, 143-182

Vieja y nuevas concepciones de la frontera: Aportes teóricos y reflexiones sobre la historia sudcaliforniana

 

Micheline Cariño*, Luis Alberto González**, Erín Castro***, Esteban Ojeda****

 

* Profesora Investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Correo electrónico: irda@mexico.com

** Estudiante de licenciatura en Historia en la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Correo electrónico: coqui@balandra.uabcs.mx

*** Licenciado en Historia por la UABCS, actualmente estudia el doctorado en Historia en la Sorbonne en París, Francia. Correo electrónico: Castroliera@wanadoo.fr

**** Licenciado en Historia por la UABCS, y maestro en Historia Regional de la misma institución.

 

Resumen

Ante la complejidad de la globalización, la historia de los fenómenos fronterizos permite entender las fases y los mecanismos que desarticularon el paradigma del Estado-nación para conformar el de mundialización. En este ensayo se analiza, desde la perspectiva de la historia, la concepción cultural, social y económica de la frontera. Primeramente, se hace una revisión de los principales conceptos y autores considerados indispensables para abordar la problemática fronteriza. Posteriormente, y en lo que se considera la mayor aportación de este documento, se propone una revisión del pasado subcaliforniano a partir de los conceptos constitutivos del nuevo paradigma de frontera.

 

Abstract

In the wake of the complexity of globalization, the history of border phenomena allows for the understanding of the stages and mechanisms that actually disarticulated the State-Nation paradigm in order to give way to the paradigm of worldlization. From a historic perspective, this essay analyzes the cultural, social, and economic conception of the border. First off, a review of the chief concepts and authors deemed indispensable in order to address the border problems is done. Subsequently, in what is considered the most important contribution of this document, a review of the Southern Californian past on the basis of the concepts that constitute the new border paradigm is proposed.

 

Introducción

Mundialización es el paradigma que caracterizará al nuevo milenio. Este siglo inició con la primera conflagración a escala mundial y termina saludando a la aldea global. ¿Contradictorio?, ¿congruente con la historia magister vita?, ¿fase evolutiva y extrema del capitalismo? Planteamientos que requieren la reflexión interdisciplinaria y multidisciplinaria para su esclarecimiento.

Ante la complejidad de la globalización, la historia tiene un lugar privilegiado para analizar los procesos que a ella condujeron. Particularmente, la historia de los fenómenos fronterizos permite entender las fases y los mecanismos que desarticularon el paradigma del Estado-nación para conformar el de la mundialización.

Éste es un debate que los más destacados especialistas de las ciencias humanas abordan en la actualidad (Sciences Humaines, 1997). En ninguna medida el presente ensayo aspira a esas alturas, tampoco nos dejamos seducir por la moda. Nuestro esfuerzo recae en tratar de analizar, desde la perspectiva de la historia, la concepción cultural, social y económica de la frontera, por lo que nos corresponde aportar a nuestros colegas —y a todos los interesados— los criterios que consideramos insoslayables desde la perspectiva de Clío. Así, desde el punto de vista teórico no aportamos ninguna novedad, sólo nos limitamos a identificar y presentar a los estudiosos que, a nuestro criterio, deben ser estudiados.

Este trabajo tiene más mérito en su matiz empírico, ya que al analizar la historia regional desde la perspectiva anterior, proponemos una revisión del pasado sudcaliforniano a partir de los conceptos constitutivos del nuevo paradigma de frontera.

Iniciamos este trabajo discutiendo la inoperancia del viejo concepto de frontera; lo que es evidente ante la actual mundialización, pero que en Baja California no es un proceso reciente sino una constante histórica. Situación esta última que justifica —académica y socialmente— aún más la imperiosa necesidad de reflexionar en torno a los múltiples enfoques de la nueva concepción de frontera. En este ensayo hemos seleccionado tres de ellos: el geográfico-ecológico, la identidad cultural y la economía.

 

Las viejas fronteras del enfoque político-administrativo

Reflexiones en torno al límite fronterizo México-Estados Unidos

La definición tradicional de frontera como la línea divisoria internacional que indica la demarcación geográfico-política entre un país y otro, ha quedado rebasada desde el punto de vista académico. Un nuevo concepto va más allá de esa simple idea, e incluye elementos que analizan las condiciones históricas, económicas, políticas y culturales que llevaron a que esa línea quedara establecida y a sus implicaciones globales. No es posible estudiar a la frontera como algo inerte y unilateral, sino como el resultado de las complejas relaciones de los hombres en su afán de apropiación territorial para extender su poder político y dominación económica, alentados por fuertes acicates ideológicos justificadores de la expansión. El análisis histórico de la frontera que parte de esa óptica, implica necesariamente verla como un punto de conflicto, donde confluyen una serie de problemas e intereses de ambos lados de la línea.

En el periodo de la conquista y colonización española en América, especialmente en su expansión hacia el noroeste, la frontera fue tierra abierta y la demarcación era meramente simbólica. La misión y el presidio fueron las instituciones puntaleras que abrieron brecha para extender el dominio español en una tierra de guerra con los grupos nómadas y seminómadas que habitaban esos lugares. La frontera española, pese a su carácter conquistador y destructor, actuó siempre con criterios de inclusión de las culturas indígenas que se encontraban en los territorios dominados. La principal causa de esta asimilación fue la endémica escasez de mano de obra, aunque los indígenas también fueron la clientela potencial para difundir las ideas religiosas que justificaban la conquista (Weber en Solano y Bernabeu, 1991:70-71).

La frontera angloamericana, por su parte, tuvo esas mismas premisas expansivas, pero aplicó un criterio de exclusión con las culturas aborígenes. Su tendencia fue aniquiladora y pocas veces aislante, pero nunca incluyente. La preocupación de los estadounidenses era la de llevar el límite de su expansión más allá del territorio ocupado por las trece colonias.

Al sur de angloamérica y al norte de la América española se abrían una inmensidad de tierras de frontera incitantes a la expansión. Los novohispanos fueron los primeros en ocupar gran parte de esas vastedades, pero no demarcaron ni sostuvieron un límite preciso que indicara sus dominios.

Con la independencia, México heredó un amplio territorio cuya línea fronteriza septentrional era incierta. Esas áridas tierras norteñas poco pobladas pronto fueron motivo de acechanzas expansionistas y grandes controversias.

Los estadounidenses vieron en esas tierras la posibilidad de extender sus dominios y, al amparo del Destino manifiesto, iniciaron el desplazamiento multidireccional de su frontera, pero especialmente hacia el sur de su territorio, de tal manera que el gran norte mexicano sufrió, durante todo el siglo XIX, las disputas y amenazas expansionistas de los Estados Unidos. En 1836, México, ante la imposibilidad de defender exitosamente su territorio, tuvo que ceder forzosamente al reconocimiento de la independencia de Texas. Pocos años después, las circunstancias generadas por la invasión estadounidense de 1847, obligaron al gobierno de la república a firmar el Tratado de paz y amistad de Guadalupe Hidalgo, en el que se reconocía la pérdida de más de la mitad de nuestro suelo patrio.

Desde el punto de vista estadounidense, la frontera seguía siendo flexible, completamente laxa, de tal manera que se podía extender hasta donde ellos pudieran llegar; es decir, empujar la frontier constantemente hacia el sur. En efecto, el borderline no solamente rebasó los límites primigenios de Texas, sino que abarcó los territorios de Arizona, Nuevo México y California, y no conforme con ello, bajó más allá, incluyendo a la Mesilla, y después, todo lo que pudiera comerse del río Bravo. Así, la invasión militar se legitimó con el acuerdo diplomático de Guadalupe Hidalgo.

Para ese periodo, la frontera norte de México no implicaba el concepto de tierra abierta a la expansión, sino mantener la línea divisoria internacional en su nueva posición salvaguardando los territorios que, después de la guerra de 1847 y tras la venta de la Mesilla en 1853, seguían siendo mexicanos. La nueva zona fronteriza aún estaba poco poblada y permanecía bajo la constante amenaza de la frontier.

Los esfuerzos del gobierno federal para frenar ese avance expansionista en el norte, se canalizaron fundamentalmente hacia el poblamiento. El intento de trasladar personas del centro del país al norte y de establecer colonias militares en la línea fronteriza, no siempre fue exitosa. Esta política fracasó, entre otras cosas, por la enorme distancia entre el centro y la frontera, así como por los escasos medios de comunicación y los constantes conflictos por los que atravesaba el país en el tránsito de consolidar un gobierno estable. Por ello, durante mucho tiempo, las poblaciones de la frontera estuvieron al garete y resolvieron sus problemas económicos y políticos como mejor pudieron. La vigilancia y cuidado de la línea divisoria internacional prácticamente quedo a la deriva. Constantemente el suelo mexicano era objeto de incursiones de bandoleros estadounidenses y las poblaciones fronterizas no sólo estaban prácticamente abandonadas por el gobierno federal, sino que vivían en la zozobra por la acechanza del país vecino.

 

Reflexiones en torno al caso sudcaliforniano

Baja California vivió exacerbadamente los problemas que planteó la definición de la frontera decimonónica. A las ya mencionadas características de los territorios norteños se agregaba su aislamiento, lo que dificultaba aún más la presencia y acción del gobierno federal. Asimismo, la existencia de su largo frente marítimo y sus ricos recursos naturales, fueron elementos que atrajeron de manera especial los intereses expansionistas estadounidenses.

Para resolver el problema de la falta de población en la zona fronteriza norte del país, el gobierno de Benito Juárez inició una política de colonización y de incentivación a la inversión extranjera. Así justificó, en 1864, la autorización de una de las más controvertidas concesiones territoriales conocida con el nombre de "concesión Leese". Con ella otorgó amplios derechos a los concesionarios estadounidenses a cambio de un pago de cien mil dólares (Panian, en Ojeda, 1996:179). Entre otras cosas, los empresarios y comerciantes del país vecino debían colonizar una buena parte de Baja California, concretamente la zona de bahía Magdalena. La concesión Leese no pobló la zona pero sí explotó, intensiva e irracionalmente, la orchilla, una epífita tintórea que abundaba en los llanos de Magdalena-Hiray (Cariño, 1995: 5-18).

Con el mismo pretexto de poblar la zona fronteriza y la península de Baja California en especial, el gobierno del general Porfirio Díaz inició también un programa de colonización y deslinde de tierras a cargo de las compañías deslindadoras, que con una extraordinaria facilidad obtenían los permisos para posesionarse de extensas porciones de tierra. Cuando las compañías eran nacionales, rápidamente traspasaban sus propiedades a las extranjeras, de tal forma que en pocos años la mayor parte de la extensión territorial de la península bajacaliforniana estaba en manos de extranjeros; sólo se salvaba una pequeña porción de la parte austral del hoy estado de Baja California Sur. Al respecto, Pablo Herrera Carrillo (1976:10) estima que: "al finalizar el siglo XIX, la península de Baja California estaba prácticamente perdida para México. La inmensa mayoría de su territorio había caído en manos extranjeras mediante maniobras y especulaciones de las llamadas compañías colonizadoras.

En la época de las concesiones, los peligros que cernían a la franja fronteriza de Baja California y a la península eran tan evidentes, que la frontera como línea divisoria internacional de facto fue recorrida hasta los límites de la actual municipalidad de Los Cabos, Baja California Sur. Aquí encontramos un claro ejemplo de una concepción de la frontier, en tanto que un límite capaz de permitir el empuje hacia tierra ajena aunque ésta no estuviera vacía.

Tanto esta apreciación de las compañías colonizadoras como la invasión estadounidense a Baja California y las posteriores acciones filibusteras a tierras peninsulares, son ejemplos claros de las intenciones anexionistas que los Estados Unidos tenía respecto a la península. Estas evidencias colocan a Baja California y a Baja California Sur como tierra de frontera. Las invasiones militares como la guerra de 1847 y las gestiones diplomáticas, fijaron una línea divisoria internacional que bajo la óptica estadounidense marcaba el principio de las tierras por anexar y que para México representaba un límite difícilmente sostenible para el ejercicio de su soberanía.

En efecto, la acumulación de tierras a través de las compañías colonizadoras, aunado a la propaganda de la inminente anexión que se hacía en el país vecino del norte, hicieron de la península una imaginaria tierra de jauja naturalmente destinada a formar parte de los Estados Unidos.1

De manera excepcional, desde el siglo XIX la frontera bajacaliforniana abarca una zona de más de 1 500 km de ancho, sin duda de las más vastas del mundo. Por ello, el concepto tradicional de frontera decimonónica es, a todas luces, inoperante para Baja California, pero no así el concepto de frontier.

La influencia del expansionismo estadounidense que con el Destino manifiesto afectaría a toda Latinoamérica, tuvo sus más evidentes repercusiones en Baja California, de tal manera que, a pesar de encontrarse tan alejada de la línea divisoria internacional, la península siempre ha sido percibida, tanto por estadounidenses como por mexicanos, como una zona fronteriza, por lo que proponemos considerar a Baja California Sur, con el viejo concepto de frontera, como una pseudofrontera.

Las reflexiones anteriores evidencian que el concepto decimonónico de frontera es inoperante para el estudio de regiones comparables a Baja California. El análisis de las implicaciones geopolíticas, económicas, y culturales que tiene la permeabilidad de la línea divisoria internacional, conlleva a la reflexión en torno a nuevos conceptos de frontera, ya que la flexibilidad de la frontera no implica su inexistencia, por el contrario, remite a una realidad cuyas implicaciones afectan todas las esferas del quehacer y desarrollo socioeconómico. Por ello, en los próximos tres apartados analizaremos conceptos que permiten acercarse al nuevo paradigma de frontera.

 

Obstáculos geográficos y fronteras naturales

Notas conceptuales

La primera frontera que el hombre conoció fueron los límites naturales a su reproducción social y a la expansión territorial de su grupo. La naturaleza dominó durante milenios el devenir de la humanidad. Las posibilidades de sobrevivencia, primero, y de crecimiento después, dependieron de la capacidad de adaptación del hombre a su espacio. Esta adaptación fue el resultado de un proceso de conocimiento del potencial biótico y abiótico del espacio y de desarrollo del ingenio humano para diseñar estrategias que le permitieran convertir en recursos los elementos naturales de dicho potencial y en parte integral de su territorio las características físicas del medio geográfico.

Es importante notar que las fronteras naturales siempre han tenido un carácter global, circundante y no sólo vertical u horizontal, lo que contraviene a la definición clásica del término frontera, a saber: "la avanzada de un poder más periférico" (Guhl, 1991:7).

Fernand Braudel, el historiador del medio geográfico, explica que éste está constituido por cuatro complejos: el atmosférico,2 el hidrológico,3 el terrestre4 y el biótico.5 A través del tiempo, el conocimiento y el dominio de estos cuatro complejos han aportado al hombre la base geohistórica sobre la cual ha desarrollado una serie de estrategias civilizatorias para organizar su espacio, explotar de forma particular los recursos naturales y definir sus medios de apropiación territorial. La trama compleja que así se constituye es llamada por Braudel la civilización material (Braudel, 1979). Cada sociedad, aunque viva en medios geográficos similares y en la misma época, construye su propia civilización material o por lo menos da un cariz sui generis a ésta. La diversidad tan grande de relaciones que se crean en el eterno y dialéctico juego de estímulo y respuesta entre la base geohistórica y la civilización material, demuestran que este enfoque ambientalista de la historia no sólo se aparta del determinismo geográfico, sino que rompe por completo con él (Lepetit, 1996:39-48), de ahí que la geohistoria braudeliana6 sea fundamental para entender la formación y reconfiguración de las fronteras naturales que las sociedades humanas han enfrentado durante milenios.

Una visión menos alejada del determinismo geográfico —pero no por ello desdeñable— es la propuesta del origen de la civilización de Arnold Toynbee. Este historiador británico, amante de las grandes síntesis históricas, consideró que la capacidad para dominar el entorno era lo que permitía a una simple sociedad convertirse en una civilización. En consecuencia, las sociedades que no lograran invertir el papel avasallador de la naturaleza, no serían sino civilizaciones abortadas (Toynbee, 1991). De esta manera, el origen de la civilización —y con éste el de la verdadera historia de la humanidad— es determinado por la superación de las fronteras naturales globales. El hombre civilizado no se enfrenta al medio geográfico, lo pone a su servicio. Sabemos que esta tesis, además de obsoleta, es peligrosa, sin embargo, no podemos negar su arrolladora presencia en la mentalidad de los siglos XIX y XX, así como la importancia que puede tener en el estudio histórico de las fronteras naturales (Veyret y Pech, 1993).

La idea de que la ciencia y la técnica otorgarían al hombre pleno dominio sobre la naturaleza y con éste la seguridad de su progreso permanente, dio origen a lo que Fredric Ratzel calificó como la economía de pillaje y desperdicio: la "rawbrichcrtaft". En una escala intensiva, desde el siglo XVII hasta la actualidad, la civilización occidental se empeñó en extender su dominio al mundo entero para asegurar el crecimiento del capitalismo a través del control de los recursos naturales y humanos. Se gestó, así, un fenómeno paradójico desde la perspectiva del análisis histórico de las fronteras. A medida que se eliminaban las fronteras naturales se erguían las fronteras político-administrativas. Para poder usar y abusar del potencial natural y humano de cualquier región del planeta, la competencia entre las principales potencias capitalistas requería precisar la apropiación territorial de las zonas dominadas, de tal manera que el hombre moderno creyó que había vencido las fronteras naturales y que era necesario imponer un nuevo concepto de frontera para delimitar los territorios; concepto que será discutido en el siguiente apartado.

Por el momento es importante retomar la cuestión de la eliminación de las fronteras naturales. Es evidente que la relación hombre/naturaleza en la época contemporánea es radicalmente diferente a la de todos los siglos anteriores en la historia de la humanidad. Más aún en la actualidad, cuando la tecnología ha creado la cibernética modificando por completo los conceptos de tiempo y espacio. La relación que el hombre tiene con los complejos del medio geográfico es otra debido al transporte aéreo, a la comunicación satelital, al clima artificial, a la bioquímica, entre muchos otros. Nada parecería más evidente: el hombre ha vencido las fronteras naturales.

¿Pero se podrían olvidar los efectos perversos del avance tecnológico e industrial? La grave crisis ambiental presente muestra que las fronteras naturales, si bien distintas, siguen imponiéndose al desarrollo de la humanidad. Para entender estas nuevas fronteras se requiere un cambio de mentalidad: no sólo vivimos en la Tierra sino vivimos de la Tierra, y ella tiene una dinámica que, por mucho, sobrepasa el conocimiento humano y su capacidad de dominio. La Terre nourricière!7, la biosfera, "el planeta viviente", son algunas apelaciones que indican el surgimiento de esta nueva mentalidad, de esta nueva conciencia.

El primer paso está dado, sin embargo, aún no inicia la verdadera batalla que permitirá limitar, erradicar y, en el mejor de los casos, revertir los atentados que contra nuestra aldea global ha perpetuado la Raubwirtschaft (Raumolin, 1984:798-819). Esto precisa de un cambio profundo y complejo que transforme nuestra civilización material, nuestra economía y, por supuesto, la sustitución del capitalismo por un nuevo sistema; temas éstos que, por su envergadura, no nos corresponde discurrir. Lo que es un hecho innegable es la permanencia efectiva de las fronteras naturales. Éstas se encuentran, en la actualidad, en el límite de carga de los ecosistemas marinos y terrestres, en la debilitada capa de ozono, en la reforestación, en el saneamiento de las áreas perturbadas, en la lucha contra la contaminación atmosférica, hidrológica, subterránea y terrestre. Así, las nuevas fronteras naturales tienen una doble identidad: la reparación de daños al ambiente y la prevención de los mismos.

Es importante notar que esta reconfiguración de los límites naturales no sólo se impone al desarrollo de la sociedad, sino a la continuidad de la vida en este planeta. Las nuevas fronteras naturales no son propias de una región, de un país, de un grupo social en particular, sus efectos globales involucran y afectan a todos los hombres, mujeres y niños en general, donde sea que habiten y cualquiera que sea su ocupación.

Siendo el papel de la historia el de analizar las causas que nos condujeron a la situación presente y [...] a la vista de la gravedad de la crisis ambiental, se deberían cuestionar los supuestos teóricos y metodológicos con los que hasta ahora hemos abordado el pasado. El replanteamiento crítico debe partir de una nueva teoría en la que se restituya la unidad entre los seres humanos y la naturaleza. A esta tarea se dedica la historia ecológica (González de Molina y Martínez, 1993).

Por lo tanto, es una necesidad insoslayable incorporar el enfoque ecohistórico en el análisis histórico de la frontera como una nueva concepción cultural.

 

Reflexiones en torno al caso sudcaliforniano

Baja California es una de las penínsulas más largas del mundo, con aproximadamente 1 300 km de longitud y una anchura máxima de 240 km (Wiggins, 1980:125). Se encuentra casi rodeada por mar, al este por el golfo de California y al oeste por el océano Pacífico, situación que le confiere una calidad casi insular y que origina una de sus principales constantes geohistóricas: el aislamiento.

A lo largo de la península se erige un complejo montañoso formado por elevadas serranías. En la mayoría de éstas, la pendiente del golfo es más pronunciada que la del Pacífico, y se encuentran cortadas transversal o diagonalmente por numerosas fallas. En el extremo noroeste de la mitad de la península se encuentra el desierto del Vizcaíno, que es una planicie árida y extensa. Otro aspecto particular de la fisiografía peninsular es la presencia de numerosas islas en ambas costas, con muy variadas características todas ellas (Breceda y Cariño, 1995:13-28).

La aridez es una de las principales características de la geografía sudcaliforniana, sin embargo, existen correntías que hacen posible la vida en este territorio. El drenaje natural de Baja California (Wiggins, 1980:23) consiste en numerosos arroyos casi rectos que forman profundos cañones. Casi todos los arroyos se encuentran secos la mayor parte del año, por ello la principal fuente son los acuíferos subterráneos.

El clima de la península es caliente y seco, en gran parte determinado por su posición latitudinal. Las temperaturas de verano son más altas en el noreste, y pueden llegar por arriba de los 43 °C hasta 50 °C. La costa del golfo es más cálida que la del Pacífico a la misma latitud. La precipitación anual es más alta en las montañas y mucho menor en las laderas desérticas. Dos diferentes patrones de lluvias se presentan en Baja California. En general, de la mitad norte a dos terceras partes de la península reciben la mayor cantidad de precipitación durante los meses de invierno. En la porción sur, la mayor cantidad de lluvia se presenta durante el verano, y generalmente bajo forma torrencial. A pesar de la existencia de estos patrones de precipitación, Baja California forma parte del gran desierto sonorense, que tiene un promedio anual de lluvias menor a 200 mm, y en ciertas áreas llega apenas a 50 mm (Breceda y Cariño, 1995:38).

En cuanto a la flora de Baja California, se han reportado 2 958 especies y subespecies de plantas (Wigging, 1980). Es característico de su vegetación la poca riqueza específica de las familias vegetales que en ella se encuentran, y las que presentan mayor variedad de especies son: compuestas, gramíneas, leguminosas y cactáceas. En general, la vegetación de la región presenta la fisonomía de un desierto arbóreo-arbustivo.

Por otra parte, la fauna de la península se distribuye en una amplia gama de grupos de animales terrestres (mamíferos, aves, reptiles y, sobre todo, insectos) aunque la fauna marina es mucho más variada y abundante.

Las características geográficas que acabamos de esbozar, evidencian la hostilidad del entorno bajacaliforniano para el establecimiento y desarrollo de la población en general, y particularmente de la sociedad occidental. Sólo los indios californios lograron, tras largos siglos de experiencia, y probablemente ante la imposibilidad de migrar hacia regiones más benignas, adaptarse simbióticamente al medio geográfico peninsular. Esta adaptación estaba basada en las siguientes estrategias: una gran economía energética, un uso variado e integral de la diversidad biótica, y el respeto a los niveles de carga de los ecosistemas de los que extraían su sustento (Cariño, 1996b:47-49).

Fueron necesarias más de diecisiete décadas para que en Baja California iniciara el proceso de anexión definitiva al imperio español. Ni el ímpetu expansionista de los conquistadores y colonos españoles logró vencer tanto el aislamiento como la aridez; esta hazaña se debe al celo misional de los jesuitas que creyeron poder establecer en esta tierra, pobre y alejada, un reino mariano. Paradójicamente, la ruptura de la simbiosis hombre/naturaleza de los californios al ser parcialmente incorporados al sistema misional, redundó en el fracaso de la utopía jesuita. Antes de poder hacer a los californios cristianos ejemplares, la inadecuación de la tierra y los aborígenes peninsulares a los medios civilizatorios occidentales, conllevaron a una mortalidad masiva que dejó a las misiones sin neófitos.

Baja California pudo tener una historia contemporánea a través del mestizaje cultural de los rancheros sudcalifornianos con el que diseñaron inteligentes estrategias de adaptación al ambiente. La economía y la cultura ranchera remiten a una civilización material sui generis, en la que se complementaron las estrategias de adaptación de los ignacianos y el conocimiento indígena del potencial natural. En este caso, el aislamiento y la aridez no fueron obstáculos al desarrollo ranchero, por el contrario, dieron origen a una identidad cultural a la que hoy se le confiere un papel pionero.

En el siglo XIX, Baja California entró a la era de la globalización a través del saqueo de sus recursos naturales, como será comentado en el último apartado de este capítulo. Para explicar la historia regional de los siglos XIX y XX, el modelo de la Raubwirtschaft es idóneo. Los intereses del mercado mundial, la debilidad del Estado mexicano, la escasa población bajacaliforniana y la riqueza del potencial natural peninsular, constituyeron una coyuntura en la que las fronteras naturales se diluyeron e incluso se extinguieron ante los recursos de la explotación capitalista.

La estratégica ubicación de la península, con su vasto frente oceánico y su cercanía a la California estadounidense, como en los tiempos del comercio de la nao de China, recupera su importancia en el concierto internacional y en particular en el de la cuenca del Pacífico. Por citar un ejemplo, durante el siglo XIX, en espera de la integración de la península al territorio estadounidense, la árida tierra que había sido un obstáculo al desarrollo, se convirtió en un peleado recurso para la especulación de bienes raíces.

Las distintas percepciones —tanto entre mexicanos y estadounidenses— del espacio bajacaliforniano evidencian que lo que para unos era una frontera natural que presentaba obstáculos infranqueables para el desarrollo productivo, para otros era una frontera muy atractiva para la expansión económica, e incluso, para algunos, política también.

Así, Baja California, para el gobierno federal decimonónico, fue el territorio prescindible, el comodín en las negociaciones diplomáticas con el país vecino.

En cambio para éste, la península fue (y sigue siendo) una región codiciada por sus recursos naturales y por su ubicación geoestratégica, aspectos éstos que serán discutidos más detenidamente en el siguiente apartado.

Baja California, que tiene un medio geográfico inestable y frágil, cuyos recursos renovables han sido víctimas de la Raubwirtschaft, en la actualidad no ha podido aún beneficiarse de un reencuentro con la identidad geográfica demostrada por indios y rancheros. Más bien sigue sometida a los efectos perversos de la racionalidad del mercado internacional y de la debilidad e ignorancia del gobierno mexicano. El saqueo de los recursos naturales y humanos son una realidad que no pueden disimular los cínicos discursos del desarrollo sustentable. Hay débiles —aunque significativas— voces que denuncian la usurpación de las costas por el capital extranjero y la consecuente destrucción del paisaje —que es un recurso natural no renovable—, el uso abusivo del suelo, el agua y los hombres en los campos concesionados a la agricultura intensiva transnacional, la contaminación por desechos sólidos, líquidos y gaseosos, etcétera, pero aún no se ha emprendido la batalla para lidiar con las nuevas fronteras naturales y aprender así a vivir en un sistema de menor desigualdad social y de mayor respeto al ambiente.

Desde el siglo pasado, el aislamiento y la aridez dejaron de ser, en cierta forma, barreras que hicieran de Baja California una región refugio capaz de mantenerse al margen de los efectos perversos de la expansión capitalista. No obstante, es importante señalar que siguen siendo obstáculos para la integración nacional de la región, aún son espejismos que alejan al tibio capital nacional, y continúan siendo pretexto a la ineptitud de los gobernantes. Cierto es que el mar y el desierto confieren a la península una cualidad prácticamente insular, aunque en la actualidad, con los medios de comunicación y de transporte que caracterizan a la globalización, estos obstáculos naturales no guardan, ni por asomo, la misma significación que en años anteriores.

Es tiempo ya de que se entiendan en su real y actual dimensión las características geográficas bajacalifornianas, y esto en beneficio, primero, de sus moradores, y luego de los otros mexicanos. El paradigma de la vieja frontera natural es obsoleto y nefasto para el desarrollo sustentable de la región. La cabal comprensión del paradigma de las nuevas fronteras naturales puede abrir la brecha para que en Baja California Sur dicho modelo de desarrollo deje de ser demagogia y logre realizarse de manera efectiva.

 

Identidad cultural y transculturación: multitud de fronteras

Notas teóricas

Identidad es una palabra de difícil definición. En el diccionario se le consigna como la correspondencia de una cosa consigo misma. En el uso común, comprobar la identidad de alguien es constatar que ese alguien es quien dice ser. En el caso de la identidad de cualquier congregación humana se da una serie de características comunes que identifican a sus miembros como pertenecientes a ese grupo. Estas características les permiten identificarse entre sí como parte de algo y les permite diferenciarse de otros grupos humanos. La identidad no es algo tangible ni conmensurable. La identidad es un fenómeno netamente humano y se forma a través de una coyuntura histórica, económica, social, educativa y geográfica. Todos los componentes materiales y culturales que intervienen en la vida de una sociedad son factores que inciden en la formación de su identidad. La identidad tampoco es inamovible, está en constante cambio, y éste es de larga duración (Braudel, 1989), ya que la mentalidad, y sobre todo la colectiva, aunque se transforma, lo hace de manera lenta.

La identidad no es algo tangible, sin embargo, es posible aprehenderla mediante las manifestaciones culturales, entendiendo por éstas todo lo que es obra y acción del hombre, en oposición a la naturaleza, que es algo dado, no elaborado, no cultivado (Diccionario Enciclopédico Argos Vergara, 1977). Llamemos entonces a la identidad de un grupo humano, identidad cultural.

Los grupos humanos son más conscientes de su identidad cultural —la reafirman— cuando interactúan con grupos humanos con identidad cultural distinta. La existencia del otro marca las diferencias que permiten saber lo que no se es y, al mismo tiempo, conocer y analizar las características que le hacen distinto. Sin embargo, la identidad también se vive por similitud, los miembros del grupo se identifican con sus símiles, por lo tanto, la identidad se manifiesta entre congéneres.

Así, toda agrupación forma, poco a poco, su identidad a través de cierto consenso, por lo cual se le advierte en todas las actividades colectivas, reflejo a su vez de las actividades individuales que la retroalimentan. De esta forma, la comunidad genera una serie de costumbres, de tradiciones, una vida cultural (literaria, artística, etcétera) común. En la investigación histórica el análisis de la identidad cultural es sumamente importante, pues es un componente fundamental de la historia social, la historia cultural, la historia de las ideas, la historia de las mentalidades, en suma, trasciende en el estudio de la conducta colectiva.

Se puede notar lo difícil que resulta llegar a un concepto de identidad cultural, pero el problema se complica cuando tomamos en cuenta la existencia de identidades culturales insertas unas en otras. Los niveles de identidad cultural forman un modelo de interrelaciones a semejanza de las matruscas rusas. Una comunidad forma su identidad cultural por influencias que provienen de varias magnitudes espacio-temporales. De la misma manera, varios grupos humanos con una identidad cultural propia se unen y forman entre todos una organización humana más compleja, que tendrá también una identidad cultural propia. Esta nueva identidad cultural buscará elementos comunes entre estos pequeños grupos para formar una identidad cultural común, pero en ningún momento significará la desaparición de las particularidades de cada uno de esos grupos. Así tenemos que la identidad cultural de un área geográfica de vastas dimensiones — América Latina, Europa occidental, por ejemplo— guarda relación con las identidades culturales que la conforman, en un proceso de constante retroalimentación. Por lo tanto, no es lo mismo la identidad cultural de determinado barrio de La Paz, que la de la ciudad de La Paz, que la sudcaliforniana, que la del norte de México, que la mexicana, ni que la latinoamericana, aunque al mismo tiempo un paceño sea sudcaliforniano, norteño, mexicano y latinoamericano.

Ahora bien, la identidad cultural funciona en dos sentidos: como unificadora y como diferenciadora. En su función unificadora permite que cualquier agrupación humana ate lazos. En su papel diversificador, la identidad cultural forma fronteras entre las distintas agrupaciones humanas. La identidad cultural se reafirma ante la igualdad y ante lo diverso. Un pueblo define y redefine su identidad a través de actividades y actitudes colectivas y también al enfrentarse a identidades culturales distintas. De hecho no es fácil transformar la identidad de un pueblo o asimilar costumbres diferentes. Uno de los factores que más inciden en la modificación de cierta identidad son los contactos interculturales. Los procesos de aculturación, además de ser lentos y largos, pueden ser traumáticos, violentos y destructivos, antes de dar origen al surgimiento de una cultura. Aunque claro, las congregaciones humanas no sólo no están exentas de entablar relaciones con otras congregaciones, sino que les es imposible dejar de influir y recibir influencias. Así, el contacto pacífico y las relaciones comerciales motivadas por la vecindad en los tiempos antiguos y por la globalización en los actuales, han sido factores que han permitido los contactos culturales y sus respectivas influencias. Sin embargo, estos contactos interculturales se dan en diferentes grados y de diferentes maneras.

El fenómeno de aculturación ha estado presente a lo largo de toda la historia del hombre. Hasta el siglo XIX las conquistas fueron un motor de cambio, de adaptación, de renovación y de desaparición de diversas culturas. En la forma de conquista y en la actual de subordinación económica, la identidad se ha manifestado como un importante elemento de dominación, y en menor medida, de resistencia. Los países imperialistas necesitan mercados, mano de obra y afirmar su identidad ante los países subordinados. El mundo es cada vez más pequeño gracias a los avances científicos y a los medios de comunicación, por lo tanto, es cada vez mayor el contacto entre diferentes identidades culturales, tanto cualitativa como cuantitativamente.

La modificación consciente de la identidad de cualquier pueblo puede convertirse en un arma muy peligrosa, si se piensa que la riqueza cultural podría ser dirigida de tal forma que se subordinase ésta al interés económico. No obstante, la identidad cultural es algo muy fuerte, la única manera de desaparecerla es eliminando a todos sus componentes, lo que ha sucedido en contadas y lamentables ocasiones.

 

Reflexiones en torno al caso sudcaliforniano

Los puntos de mayor contacto cultural y, por lo tanto de mayor variación, choque y retroalimentación de identidades culturales, son las zonas fronterizas. Éstas, como todos los espacios geográficos, al mismo tiempo que separan, unen.

Como se ha señalado, desde el siglo XIX uno de los problemas que enfrentó el gobierno federal mexicano fue la integración de los estados norteños, alejados física y culturalmente del centro político y económico de la república. Estos estados tuvieron que vivir el abandono y la incomprensión del gobierno federal. La política de la época no supo considerar la especificidad cultural de esos territorios, pues aunque formaban parte de México, no tenían la misma dinámica política, social y económica. Por ello, desde entonces se dictaron políticas inadecuadas a la realidad fronteriza, con el consabido costo territorial y económico.

Baja California Sur es un estado perteneciente a México que, sin compartir territorio con la línea divisoria internacional, funge como frontera con Estados Unidos. Esta característica de pseudofrontera afecta determinantemente la identidad cultural sudcaliforniana. La incomprensión de esta situación sui generis, así como la falta de conocimiento de las potencialidades naturales calisureñas por parte del poder central, han provocado que a Baja California siempre se le haya tratado como la parte prescindible de la federación, aquélla que cada vez que ha sido necesario, se ha puesto en la mesa de negociaciones, buscando cederla o venderla a Estados Unidos. Curiosamente, sólo el rechazo de estas ofertas por parte del senado estadounidense, ha salvado de la anexión a la península.

Las condiciones geográficas de aislamiento y aridez no han permitido que la población sudcaliforniana sea muy numerosa.8 A lo largo de toda su historia, Baja California se ha nutrido de población que llega de muy diversos lugares, tanto del extranjero como de varios estados de la república. Franceses, ingleses, estadounidenses, sinaloenses, sonorenses, guerrerenses, entre muchos otros, han formado el pueblo sudcaliforniano, por lo tanto, podría pensarse que es una gran mezcla, tal vez uniforme, de todas estas influencias culturales, pero no es así. Baja California Sur tiene características culturales bien definidas y su gente es partícipe de una identidad sui generis. No negamos que la gente llega y trae consigo sus tradiciones, pero las condiciones de vida en la península son tan extremosas, que es más lo que esta población foránea tiene que hacer para adaptarse que lo que puede influir en las costumbres locales. Sin embargo, no podemos negar que, ante tan nutridos contactos, los sudcalifornianos han creado una identidad flexible, abierta, que sólo así ha podido sobrevivir ante estos embates culturales; esto la convierte en una identidad cultural con raíces muy estables y muy fuertes.

Por otra parte, la sociedad sudcaliforniana está compuesta por varios grupos sociales que coexisten y, eventualmente, se enriquecen mutuamente. Por un lado, tenemos a la población que podríamos llamar autóctona, formada por los primeros colonos civiles que llegaron en el siglo XVIII y que forjaron la cultura ranchera. Ésta es considerada como la identidad sudcaliforniana primigenia. Los rancheros pudieron sobrevivir en el medio sudcaliforniano con una mínima dependencia del México continental y mucho menor de Estados Unidos. Los rancheros crearon una cultura de autosuficiencia. Vivían en una situación precaria y sabían lo importante que era para sobrevivir el aprovechamiento integral y racional de los recursos naturales (Cariño, 1996b:65-103). Ésta es la cultura que se encargó de conservar el conocimiento de la herbolaria de los indios californios, que sabe aprovechar la flora y la fauna silvestres, que gusta de inventar historias extraordinarias sobre animales extraordinarios; es una cultura que vive inmersa en la mística del desierto y la serranía.

Debe quedar claro que estos rancheros no tienen nada que ver con los hacendados o terratenientes del México continental. La geografía sudcaliforniana nunca ha permitido la existencia de haciendas y latifundios de aquellas dimensiones.9 Ésta es una característica muy importante en la formación de la identidad sudcaliforniana y que contrasta profundamente con la identidad nacional. No se debe olvidar que la unificación de México, su consolidación como país, se da sobre las bases de una revolución que encontró su principal sustento en la abolición de numerosas injusticias que se vivían en el agro mexicano. En Baja California Sur, el peonaje acasillado, por citar sólo un ejemplo, era inexistente. La problemática sudcaliforniana era muy distinta de la que se vivía en el centro del país.

La cultura de los rancheros, hoy casi desaparecida, se ha manifestado en diferentes formas según han cambiado las condiciones económicas y políticas sudcalifornianas. Parcialmente permanece en ranchos aislados, otra parte se conserva en los pueblos que, por no ser tan importantes para el capital internacional, se han mantenido como oasis culturales.

En el siglo XIX, con el auge de actividades como el buceo de concha perla, la minería, la explotación de diversos productos pesqueros y la extracción de sal, se consolidó una población porteña que forjó su propia identidad cultural. Estas personas estuvieron mucho más ligadas a los grandes empresarios y capitales extranjeros en comparación con los rancheros. Los paceños vivieron el saqueo de los recursos naturales sudcalifornianos de manera más cercana, e incluso participaron en él con su fuerza de trabajo. Esta población, a diferencia de la ranchera, es una población urbana, que aunque fue influida por algunas tradiciones rancheras, tiene una identidad cultural propia que se basó en una economía orientada al exterior. En este último punto los porteños y los rancheros fueron diametralmente opuestos.

Entre los porteños, los grandes comerciantes y empresarios de mentalidad burguesa se destacaron por su preeminencia económica desde mediados del siglo XIX. Fue este grupo el que estableció los vínculos con el mercado internacional, y también el que empleó en su conveniencia —y en la medida de sus posibilidades— las políticas centrales mexicanas. Este grupo tiene también su propia identidad cultural, distinta a la de los rancheros y los porteños, pero con influencias de ambas.

Es posible distinguir otro grupo formado por algunos de los herederos de la cultura ranchera que vivían en los pueblos sureños y que en el siglo XX migraron a la capital (La Paz). Los que tuvieron mayor suerte lograron realizar estudios e inclusive estudios superiores en la ciudad de México. Esta generación de sudcalifornianos con mayor preparación ha sido la que ha concientizado y defendido más la esencia de la identidad cultural sudcaliforniana en las zonas urbanas en las últimas décadas. Sin duda, al pasar cierto tiempo fuera de su terruño y tener la oportunidad de confrontar su identidad con la de otros mexicanos, reconocieron y valoraron los rasgos originales de su cultura. Desgraciadamente sus sucesores han ido perdiendo esa esencia y hoy vivimos precisamente un momento en el que tanto la conciencia como la valorización de esa identidad, parece perderse.

Finalmente en sudcalifornia, desde los años sesenta se han engrosado las filas de otros dos grupos que habitan la entidad pero que tienen una identidad cultural distinta. Se trata de inmigrantes del macizo continental mexicano y de Norteamérica. El grupo de migrantes mexicanos evidentemente dista mucho de ser un grupo homogéneo, pero se pueden diferenciar los extremos: intelectuales y jornaleros agrícolas. Por otra parte, el grupo de los migrantes estadounidenses son en general jubilados que aprecian las bondades de la estación "fría" de Baja California Sur. Por su proporción, posición social, poder económico e importancia en el mercado de trabajo, los migrantes, con sus muy variadas identidades culturales, han influido, influyen e influirán aún más en la identidad cultural sudcaliforniana. Éste es un campo fértil y virgen para la investigación antropológica, y en realidad los efectos aún no han sido evaluados en lo más mínimo.

Sea como fuere, en sudcalifornia aún resulta evidente, ante los ojos de todo visitante sensible y curioso, que éste es "Otro México". Por cierto, nunca suficientemente valorado ni conocido por los compatriotas, y siempre anhelado por los extranjeros.

 

Las fronteras económicas: integración y desintegración de mercados

Notas conceptuales

Robert Pastor (1995:264-281) analiza el reordenamiento de las viejas y las nuevas fronteras económicas de México. La vieja frontera, la frontera nacional de raíz decimonónica, tuvo razones internas y externas. Las razones internas eran la pérdida de territorio, una frontera de más de 3 000 km con una superpotencia, la posibilidad de que México fuera rebasado por un país con menor cultura y el temor a un avasallamiento económico y cultural. La vieja frontera justificaba la protección de hombres de negocios ante la competencia y el mantenimiento de un grupo político en el poder. Los pilares de esta vieja frontera fueron: 1) una mística revolucionaria de defensa de valores patrios; 2) una política exterior antiestadounidense; 3) una estrategia económica productiva limitada pero funcional de 1940 a 1982, y 4) un sistema de partido dominante. Con estos pilares cumplía funciones paradigmáticas para los países con problemas similares y permitía cierta hegemonía en la región. El nacionalismo de la vieja frontera es, para Pastor, uno defensivo.

A esta frontera se contrapone la que puede llamarse "nueva frontera". Pastor entiende que a partir del gobierno de Carlos Salinas, México realizó renegociación de las fronteras económicas. Las premisas de esta situación están en el fin de la guerra fría, la constitución de los bloques europeos y asiáticos, y la necesidad de los Estados Unidos de competir con Japón y Europa aprovechando la fuerza de trabajo mexicana barata. Las medidas del gobierno salinista provocaron la apertura de la economía nacional y la de los mercados latinoamericanos. En la práctica abrió el mercado nacional al mercado estadounidense y propuso un acuerdo de libre comercio nadando a contracorriente de la tradición política y económica latinoamericana que México había iniciado para garantizar un funcionamiento administrativo acorde con su mercado nacional y su política internacional.

Para Robert Pastor, la nueva frontera económica no hace más que abrir la economía mexicana a los Estados Unidos, y tiene como fin un régimen hemisférico de libre comercio. El resultado esperado será una mejor capacidad para competir en el mercado de los bloques.

Por otra parte, para explicar la conformación de mercados y fronteras económicas, Carol Smith (1991:40) propone el uso de modelos espacio-regionales de sistemas económicos específicos a partir de cinco elementos: 1) regiones, 2) sistemas de intercambio, 3) lugares centrales, 4) niveles sistémicos y 5) relaciones de ubicación.

Los sistemas de intercambio se forman por relaciones económicas entre comunidades o asentamientos en un territorio, y se interrelacionan entre sí por una red o arreglo jerárquico con un lugar central que funge como eje de un sistema jerárquico que agrupa a otros asentamientos o comunidades donde se concentran las mercancías, la gente y la información. A su vez, se crean sistemas regionales complejos que incluyen más de un lugar central constituyendo un nodo de sistemas incluidos. Estos lugares centrales se relacionan por un sistema de relación de ubicación entre ellos y sus periferias, de forma tal que proveen un marco metodológico en el que los sistemas regionales y sus niveles sistémicos se relacionan, describen y delimitan. De esta manera, los sistemas de intercambio y los lugares centrales determinan la integración regional de la economía (Smith, 1991:42), es decir, conforman fronteras económicas.

Las condiciones del mercado, el transporte y las características administrativas establecen jerarquías en cuanto a lugares centrales, y el crecimiento crea irregularidades que definen la dinámica misma del mercado y la economía desarrollando diversos sistemas de distribución (Smith, 1991:66): 1) solar, 2) reticular y 3) dendrítico. El sistema solar es controlado por un centro político-administrativo, y es ideado para la administración política y territorial. El sistema dendrítico concentra en un solo lugar central de más alto nivel a los centros de más bajo nivel que le son tributarios y donde no hay comercio horizontal entre distintos productores. El sistema reticular se basa en la autosuficiencia, se da el intercambio local y sirve para adquirir dinero para la compra de artículos de primera necesidad.

A su vez, Immanuel Wallerstein (1974), señala que el sistema capitalista está compuesto por tres partes: un núcleo desarrollado en Europa occidental, una semiperiferia desarrollada en el sur y este de Europa, y una periferia subdesarrollada en la mayor parte del mundo. Con estas tres partes, Wallerstein argumenta "que la dinámica del capitalismo está basada en el desequilibrio estructural creado por las economías regionales que integran un sistema mundial que permite la concentración del capital en una parte de él" (Wallerstein, 1974:90). "El grado en el que este desequilibrio tiende a la permanencia, el subdesarrollo se desarrolla junto con el desarrollo para convertirse en ajuste económico relativamente estable". Este fenómeno ayuda a entender el equilibrio que brindan, con su subdesarrollo, las regiones periféricas a las economías que complementan. "Las áreas periféricas proporcionan materias primas, mano de obra o mercados que parecen consolidar el desarrollo de las áreas nucleares". Por último, establece que "ningún subsistema de una economía puede entenderse aislándolo de los otros subsistemas y, además, ninguna economía nacional puede entenderse sin entender la relación entre sus subsistemas regionales" (Wallerstein, 1974:95).

Interesa ver esto en términos más amplios. Darcy Ribeiro (1978) argumenta que la evolución sociocultural se basa en una serie de revoluciones tecnológicas generadoras de múltiples procesos civilizatorios que dan nacimiento a diversas formaciones económicosociales o socioculturales, y provocan focos dinámicos de pueblos activados por el dominio de las nuevas técnicas y tecnologías. Los focos se difunden por áreas contiguas o distantes constituyendo imperios. Todos los pueblos se transforman a través de una autoconstrucción y modernización dependiente con la primacía de quienes dominan el proceso civilizatorio o centro rector. Para quien es alcanzado por el proceso civilizatorio, éste es un movimiento de actualización o incorporación histórica que los coloca bajo el dominio de un centro rector (una especie de lugar central de la revolución tecnológica y del proceso civilizatorio), haciéndolo transitar también de una a otra etapa evolutiva, pero con pérdida de su autonomía y mediante su conversión en proletariado externo de otros pueblos. Es decir, como proveedores de fuerza de trabajo o de productos destinados a promover la prosperidad ajena (Ribeiro, 1978:21).

En términos más actuales y en palabras de Héctor Cuadra (1997), el traslado de modelos culturales y económicos (la actualización histórica de la que habla Ribeiro) es la globalización. En este proceso las transacciones económicas se hacen por medios electrónicos que hacen perder sentido a las fronteras políticas, provocando una desterritorialización de la actividad económica. Entonces, si a cada mercado nacional correspondía un Estado nacional, las actividades económicas y su manejo a distancia disminuyen la operatividad jurídica y política de los Estados superando la territorialidad de los mercados en las fronteras físicas. Cuadra añade, de acuerdo con Octavio Lanni, que la sociedad moderna internacional actúa a través de un mercado, finanzas y una política global, y con Wallerstein, que existe una tercera división internacional del trabajo que se orienta hacia la desterritorialización de las etapas de la producción en serie de las mercancías que abarata el proceso económico, integrándose así las economías nacionales a la economía mundial.

Tenemos, entonces, que los lugares centrales articulan mercados organizando sistemas de intercambio dentro de ese mercado y asignando funciones a partir de las relaciones de ubicación al funcionamiento del mercado y sus partes. Estas partes organizan su sistema de distribución de manera solar (en el caso de la administración territorial), dendrítico (en el caso de economías que complementan otras economías de centro rector) y reticular (en el caso de economías de subsistencia). Las regiones tienen su centro y su periferia integrada con funciones determinadas por la división nacional y/o internacional del trabajo, donde el subdesarrollo de una región opera como factor que equilibra y concentra el desarrollo en los lugares centrales. Con esta descripción general se puede entender la situación de las fronteras económicas de un mercado.

Si estos elementos teóricos sobre la estructuración de los mercados los relacionamos con los planteamientos de Ribeiro, podemos ver cómo estas estructuras y relaciones en la conformación de los mercados que define Smith, están, a su vez, relacionadas con los procesos civilizatorios que generan las revoluciones tecnológicas a las que hace alusión Ribeiro. La actualización histórica incorporará, modificará o determinará las funciones de las regiones, el lugar o los lugares centrales y los sistemas regionales complejos, y con ello, establecerá fronteras económicas e incorporará territorios a su mercado. Esto nos permite entender tanto los procesos de incorporación al mercado nacional y la conformación de las regiones económicas internas —los subsistemas— como los procesos de relaciones económicas internacionales. Y si en el pasado esto fue llamado colonialismo o neocolonialismo, las nuevas revoluciones tecnológicas y los nuevos procesos civilizatorios tienen ahora por nombre globalización. Se han conformado nuevos mercados y bloques económicos con tres características señaladas por Héctor Cuadra: a) pérdida de soberanía, b) pérdida de autonomía económica, y c) presiones sobre las atribuciones del Estado.

 

Reflexiones en torno al caso sudcaliforniano

Con estos elementos teóricos podemos aproximarnos a la historia de Baja California Sur y tratar de entender algunos aspectos de su incorporación a las fronteras políticas y económicas del Estado mexicano y a las fronteras económicas del mercado mundial a través de la explotación de sus recursos naturales y la agricultura.

Miguel León-Portilla (1994:26) se refiere a la California peninsular mexicana, y destaca su importancia durante el periodo colonial para garantizar el dominio del Pacífico, facilitar una ruta de las especies, acceder al buscado paso transoceánico del norte, y apoyar la expansión hispánica en Asia, así como el tornaviaje de la nao de China. Por estos motivos, desde el siglo XVI se intentó la incorporación de California al mercado global español.

A pesar de los esfuerzos hispánicos y novohispánicos, fue hasta el siglo XIX que Baja California se incorporó a los circuitos de la economía mundial. Este siglo también marcó de manera particular la vida de la península evidenciando la vulnerabilidad de la línea divisoria internacional en el territorio californiano. La guerra contra los Estados Unidos y la amenaza constante de su anexión a ese país son ejemplos de esa debilidad. Ésta, en buena medida era producto de su escasa población, de su débil incorporación al mercado nacional y de su papel en la distribución internacional del trabajo en tanto que zona periférica de los mercados más importantes: Estados Unidos, Francia e Inglaterra.

La explotación de los recursos naturales sudcalifornianos bajo el modelo de saqueo10 fue la manera decimonónica en la que Baja California se incorporó al mercado mundial. El impacto de esta inserción en el desarrollo del territorio fue marginal, como también lo fue su integración al mercado nacional. Sudcalifornia fue la periferia subdesarrollada que entregó recursos naturales a través de un sistema de distribución dendrítico.

Las ostras perleras fueron el primer recurso saqueado. Aunque la pesca de perlas estuvo relacionada con la demarcación y la conquista de Baja California desde el siglo XVI, fue hasta el siglo XIX que la explotación de las ostras perleras se llevó a cabo a mediana y a gran escala. El nácar y las perlas del golfo de California entraron como mercancía privilegiada al mercado mundial por la vía francesa a través de París, pero también por Nueva York y Hamburgo (Cariño, 1996a:32). A partir de la introducción de la escafandra, las compañías extranjeras obtuvieron concesiones exclusivas de vastas zonas marítimas. Tras la liberación de la pesca de ostras perleras, con la rescisión del contrato de concesión de la compañía inglesa The Mangara Exploration Co. Ltd., en 1912, los armadores locales contaron con menor capital y dispusieron de un recurso mermado. A causa del agotamiento, la explotación perlífera colapsó en 1940.

También se sobreexplotó la ballena gris en la primera mitad del siglo XIX. El gobierno no recibió pago alguno por el saqueo del recurso, y ni siquiera hubo capacidad para proteger ni litigar en su defensa. En 28 años se pescaron 10 800 ballenas llegando casi a su extinción. Durante el siglo XX, la actividad pesquera se orientó a peces como el tiburón, el atún y otras especies comestibles siempre con destino al mercado internacional y con características altamente depredatorias.

Otras actividades económicas como la minería también beneficiaron a compañías extranjeras. El oro y la plata que se habían explotado desde la colonia, formaron, en el siglo XIX, una red comercial y política interesando los establecimientos de Todos Santos, La Paz, San Antonio y El Triunfo. Ya entre 1880 y 1910 la minería era coto casi exclusivo de extranjeros. Por ello, la economía local dependía para vivir del mercado mundial y generaba presión al gobierno federal. El ejemplo más importante en materia de minería es el de la compañía minera El Boleo en Santa Rosalía, que además de tener grandes ventajas del gobierno, no pagaba impuestos, a pesar de haber sido una de las compañías mineras más importantes del país (Cariño, 1996b:167).

El saqueo de la orchilla por compañías colonizadoras se basó en concesiones territoriales. Dichas compañías, además de no pagar impuestos y hacer contrabando, nunca cumplieron con sus compromisos poblacionales. Podemos inferir que, "además de la extracción de los recursos naturales, el principal objetivo de los concesionarios era la especulación fincada en la expectativa de que la península fuera anexada total o parcialmente por los Estados Unidos" (Cariño, 1996a:47).

El gobierno federal tenía grandes esperanzas en los logros de las compañías extranjeras que recibieron vastas concesiones territoriales en Baja California (cerca de 90% de la superficie peninsular). Se esperaba una estable y productiva colonización, el establecimiento de una base técnica-material, apoyo al transporte de cabotaje y a la comunicación en general. Así, a cambio de las ventajas que se les concedieron, se apostó por la incorporación del Territorio al mercado y la frontera política nacional, y a la incorporación histórica de la que habla Ribeiro, teniendo por meta el desarrollo económico regional. Pero en muy pocas ocasiones las compañías extranjeras cumplieron con esas funciones. Lejos de provocar el desarrollo esperado por el gobierno federal, incorporaron los recursos naturales, el espacio geográfico y la población regional a las redes de los mercados capitalistas centrales sin que las fronteras nacionales cumplieran su cometido, a saber: regular el uso de los recursos, garantizar la incorporación del Territorio a la vida nacional y mejorar la economía regional en forma amplia.

Volviendo la vista al proceso histórico, de los siglos XVI al XVIII destacan los intentos de incorporación de Baja California a las redes económicas, políticas y comerciales de los lugares centrales de la Nueva España y, al mismo tiempo, su inserción en el sistema de comercio intercontinental. Estos esfuerzos no dieron resultado, por lo que puede deducirse que las redes de distribución debieron ser del tipo reticular, para la población civil, y de tipo solar, desde la estructura política, administrativa y religiosa. Se infiere que la economía informal y el contrabando complementaron el sistema reticular de la economía, y acercaron la región a la economía mundial ante las dificultades novohispanas de cumplir con la función de lugar central en esos procesos civilizatorios —en términos de Ribeiro.

Fue hasta el siglo XIX cuando las fronteras políticas y económicas se volvieron más efectivas. La península fue incorporada a los procesos civilizatorios de los centros rectores europeos a través de una división nacional e internacional del trabajo, en la que México asignó a la región la función de abastecedora de recursos naturales a la industria mundial, sin poder resolver su incorporación efectiva a las fronteras económicas y políticas nacionales. Esta función de periferia subdesarrollada de los lugares centrales se expresa ya a través de las negociaciones políticas (Tratado McLane-Ocampo, por ejemplo) y las distintas concesiones territoriales a compañías extranjeras (Castañeda, 1993:331). Baja California estaba, entonces, en las redes dendríticas estadounidenses, francesas e inglesas, sin posibilidad de un desarrollo basado en la autotransformación. Carlos Marichal expresa cuáles fueron sus premisas materiales: "La zona sureña de Baja California contaba con una escasa población en el siglo XIX; pero, en cambio, disfrutaba de grandes extensiones de tierras y determinados recursos naturales que tenían una demanda importante en los países económicamente más avanzados" (Marichal, 1988:20). Por eso no es casual que entre 1866 y 1925, la bahía de Pichilingue fuera usada como estación carbonera por la Marina de Guerra de los Estados Unidos.

El periodo de apogeo de la gran inversión extranjera en México, según Carlos Marichal, fue de 1880 a 1910. La revolución (1910-1920) provocó una descapitalización con inversiones sólo en la industria petrolera, la manufactura y la banca, y modificó las relaciones sociales y económicas al interior del país, las relaciones internacionales, la inversión y la inmigración. Es decir, realizó un reordenamiento de las fronteras económicas y políticas. Así, a pesar de haberse establecido las fronteras para el Estado nacional y su mercado exclusivo en el siglo XIX, como señala Héctor Cuadra, la actividad económica no se nacionalizó y siguió siendo periferia de los mercados centrales y dependiendo de sus criterios de desarrollo, no de los del Estado nacional.

En este punto es posible identificar que existían al menos tres fronteras económicas y tres mercados en Baja California Sur: 1) la que establecían los mercados y lugares centrales europeos y estadounidenses, de distribución dendrítica; 2) la de la economía local de tipo solar que relaciona el mercado local con el nacional y a través de las relaciones políticas con las empresas extranjeras, y 3) las economías de subsistencia, presumiblemente reticulares y relacionadas con los mercados del sistema solar, y es de esperarse, que a los de la economía informal también.

Estas estructuras establecen un complejo entramado entre las economías locales, la de representación nacional y la mundial. Evidentemente que las economías hegemonizadoras son las del mercado internacional, vulnerando las funciones de las fronteras nacionales y su proyecto político nacional, aunque no necesariamente el de grupos económicos locales o nacionales conectados al proceso.

Esto nos permite analizar el reordenamiento de las fronteras, estructuras económicas y políticas, a partir de la revolución mexicana. Darcy Ribeiro (Ribeiro, 1978:30-31) reconoce que México logró una aceleración evolutiva a través de un nacionalismo modernizador surgido con la revolución. Este proceso en Baja California Sur se verificó con la salida de la base carbonera estadounidense de Pichilingue en 1925, y con la reivindicación completa de las tierras comprendidas en la concesión de Delbert J. Haff y Cía. y con una política de colonización agraria, auspiciada por el gobierno del General Juan Domínguez Cota e impulsado por el programa del gobierno de Lázaro Cárdenas. Este proyecto contemplaba el desarrollo del territorio y acciones directas orientadas hacia la agricultura, los campesinos, las comunicaciones, el comercio, la industria y el crédito (Martínez, 1991:447). Pero aún no se había realizado una incorporación política del territorio al Estado nacional, lo que limitaba cualquier intento de acceso directo, por la vía de la participación política, al proyecto nacional.

El nuevo proyecto económico y político de la posrevolución introdujo el riego por bombeo para potencializar la agricultura. Su parte principal incluía 40 000 hectáreas en el valle de Santo Domingo para la producción de algodón y trigo. Se estableció una ley especial para regular el turismo, y en 1933 se extendió la franquicia de perímetros libres para las mercancías extranjeras a Baja California Sur. Las medidas del gobierno cardenista tenían la intención de acercar a Baja California, Baja California Sur y Quintana Roo a la frontera económica, política y cultural mexicana, reconociendo su desatención y justificándola por su situación geográfica: "Los Territorios han tenido que afrontar el problema de aislamiento que se deriva de su posición geográfica, la unidad de cultura y las relaciones de índole económica [...]" (Martínez, 1991:551).

Las medidas proponían acciones económicas, transformaciones políticas, promovían una repoblación mexicana, ofrecían protección estatal, incorporación a la economía nacional y defensa de la "cultura patria", para "ahorrar a la nación las responsabilidades que en el futuro le sobrevendrían si no supiera cumplir con su deber hacia las regiones peninsulares" (Martínez, 1991:551). En términos de nuestro análisis, se pretendía evitar la ruptura de la frontera decimonónica y la pérdida de los territorios. El intento de rearticular la frontera contaba con un elemento de aceleración tecnológica: la aplicación de los sistemas de riego y la incorporación de Baja California Sur al mercado nacional, creando un modelo de mercado regional agrícola que dio base a los asentamientos humanos en el valle de Santo Domingo (Ciudad Insurgentes y Constitución).

Hay que recordar que a partir de 1930, el gobierno contaba con 90% de las tierras peninsulares después de la recuperación de los terrenos de la concesión Delbert J. Haff (Preciado, 1995:50). Aunado a esto, con la medida de las zonas libres, el gobierno regulaba el comercio directo con el mercado mundial, que antes se había dejado en manos de las compañías extranjeras o de particulares.

No es el propósito de estas líneas hacer la evaluación de este modelo de incorporación a la frontera económica nacional, eso nos distraería del objeto central de este trabajo. Por ello, daremos un salto desde el inicio del proyecto de reordenamiento de las fronteras económicas y políticas a la actualidad, y trataremos de mostrar algunos aspectos agrícolas de la frontera económica.

Los escenarios de la frontera económica en la agricultura han cambiado. En 1993, José Urciaga (1993) hizo un recuento de la situación agrícola que evolucionó a partir del proyecto cardenista: la producción tradicional de algodón y garbanzo disminuyó, aumentó la producción de maíz y frijol, las hortalizas se diversificaron y los empresarios de este sector encontraron una base para establecerse en el estado. La razón es clara: "los trabajadores agrícolas apenas perciben un décimo del salario del trabajador norteamericano. La ventaja comparativa más atractiva para los capitales norteamericanos y canadienses, y en especial para las agromaquilas, es el bajo costo de la fuerza de trabajo agrícola mexicana" (Urciaga, 1993:25). Además: "la apertura comercial y el TLC han generado un conjunto de expectativas para que las regiones orienten su producción agrícola al mercado internacional" (Urciaga, 1993:26).

Según Urciaga, Baja California Sur se orientaba al mercado internacional con la producción de hortalizas, sobre todo las que se consumen en invierno. Pero la capacidad de los agricultores locales para invertir en este mercado era limitada. Además, la concentración de la tierra había puesto el 60% de los predios agrícolas en manos de 20 familias, y había una sobreexplotación de los pozos. Ante este cuadro, las opciones eran: el respeto a las normas de uso de agua, la tecnificación del riego (aunque no había capacidad económica para ello), la reducción de la superficie cultivada y la reorientación de la producción agrícola.

Un nuevo reordenamiento económico modificó el artículo 27 constitucional, lo que "permitirá que grupos económicos de coinversión nacional y extranjera operen en los ejidos y en propiedad privada" (Urciaga, 1993:32). La agricultura altamente productiva quedaría en manos de las agromaquilas de capital mixto que realizan su mercancía en los mercados extranjeros. Así, en el marco del TLC, los agentes capaces de realizar el proceso de acumulación en la agricultura son, en orden decreciente: los inversionistas extranjeros (particularmente en la agromaquila hortícola), los inversionistas privados nacionales, los ejidatarios y, en menor medida, el Estado. "La iniciativa privada nacional [...] no puede competir tecnológicamente, en montos de inversión, ni en procesos de comercialización con la inversión extranjera con lo que queda claro su papel de complementariedad" (Urciaga, 1993:34-35).

Ya han pasado cuatro años de esa apreciación. El proceso que preveía Urciaga avanza y se percibe parte de sus efectos. Ramiro Serna (1997), Coordinador estatal del Programa Nacional con Jornaleros Agrícolas en Baja California Sur, expresó, en mayo de 1997, que la cantidad de jornaleros agrícolas en el estado llega hasta 20 000 personas, que en La Paz y Mulegé se generan 110 millones de pesos, y se ocupa el 2.5% de las ganancias en salarios. La mayoría de los jornaleros procede de Guerrero y Oaxaca, pero llegan a los campos de Baja California Sur desde los campos agrícolas de Sinaloa, generalmente. En los campos agrícolas del valle de Vizcaíno trabajan cerca de 6 458 jornaleros, y en los del valle de Santo Domingo llegan a ser hasta 8 390. Las empresas agrícolas establecidas cuentan con alta tecnología importada, insumos importados, exportan a los Estados Unidos, aprovechan los bajos costos de arrendamiento de la tierra, no tienen limitaciones para el uso de agua y sus redes de comercialización están en California.

Tenemos, entonces, que el esfuerzo cardenista de reordenamiento de la frontera económica en Baja California Sur ha sido sustituido por otro reordenamiento económico, de sistema de distribución dendrítico, con lugar central, en el caso de la horticultura, en California. Cuenta con una capacidad tecnológica que supera la capacidad de los agricultores locales y los ejidatarios que se beneficiaron del reparto agrícola, moviliza una cantidad importante de trabajadores y es capaz de aprovechar al máximo todas las ventajas que el TLC pueda ofrecerle.

Podemos encontrar similitudes en distintos momentos históricos en la frontera económica sudcaliforniana: su mercado dendrítico — organizado por empresas de alta tecnología aprovechando los recursos naturales de la región— y la fuerza de trabajo jornalera. Si el proyecto cardenista de reordenamiento económico contemplaba acercar a las penínsulas al mercado nacional, los procesos del mercado y la constitución de fronteras económicas parecieran tener un efecto contrario.

La frontera económica se articula a través de las redes comerciales y la jerarquización de lugares centrales, gracias a la permeabilidad económica y política del mercado y del estado sudcaliforniano, y por la capacidad técnica y económica de quienes organizan los mercados en los centros rectores. Las condiciones geográficas, económicas y políticas han orientado a este subsistema económico del Estado mexicano a ser periferia política y económica del sistema político y económico nacional y periferia de los mercados extranacionales.

El establecimiento de las agromaquilas conecta los procesos agrícolas y productivos del noroeste (puesto que los productores hortofrutícolas están relacionados con esta región) al mercado estadounidense; es decir, establecen una nueva frontera económica, de mercado, hacia ese lugar central. Evidentemente, la reorganización de los mercados en los subsistemas económicos provoca un reajuste de las fronteras económicas y éstas, a su vez, traen consigo reordenamientos de las políticas del estado en relación con sus fronteras y subsistemas económicos. Así, para mantener dentro de su sistema político los procesos que allí se verifican, a esas fronteras las harán más o menos permeables. Ésa es la lógica que aparenta seguir el proceso iniciado antes de 1988, y que se hace más evidente a partir de ese año con las medidas políticas y económicas de apertura formal de la economía e inicio de un proceso de integración al mercado del bloque estadounidense, para competir con los otros bloques. El reordenamiento crea condiciones para una participación nacional de los subsistemas regida por acuerdos internacionales. Esto tiene como consecuencia inmediata la definición de políticas de regulación al interior del Estado nacional que procurará integrar otros subsistemas a esta estrategia nacional y de bloque. Para Baja California Sur, esta apertura ya estaba hecha en el terreno agrícola desde la década de los ochenta. La nueva frontera de la globalización y el TLC se parece bastante a la frontera económica a la que ya estaba integrándose el agro en Baja California Sur. Faltaría ver sus implicaciones en el turismo, la pesca, la minería y las salinas.

En efecto, no hemos analizado el enclave turístico de Los Cabos, que cumple funciones tal vez similares y otras distintas en términos del verdadero significado económico que pueda tener este enclave. Tampoco hemos analizado el caso de las salinas de Guerrero Negro, que a nuestro parecer responde también a otro sistema dendrítico de mercado, como tampoco la situación de la pesca que se orienta igualmente hacia el mercado internacional. Estos temas también deberían ser estudiados en perspectiva histórica ante las premisas que impone la redefinición de las nuevas fronteras económicas en Baja California Sur. Así, el estudio de la sal y el paisaje son, entre otras, tareas pendientes a considerar en una investigación sobre las implicaciones regionales del nuevo paradigma de la frontera.

El espacio regional y el subsistema económico de lo que hoy es Baja California Sur ha sido accesible a mercados y economías centrales extranacionales las más de las veces a partir de acuerdos legalmente establecidos, de lo que se infiere que ésa ha sido su función como subsistema económico regional en el contexto económico nacional. Este proceso fue alcanzado por el reordenamiento económico y político actual que se enmarca jurídicamente en el TLC y lo que podría llamarse un proceso civilizatorio de actualización histórica: la globalización. Pero todo parece indicar que lo que hoy se llama globalización, transferencia de tecnología e incorporación a mercados internacionales, ha estado ocurriendo en Baja California Sur, por lo menos, desde mediados del siglo XIX. La frontera económica sudcaliforniana y su desarrollo han dependido de las integraciones y desintegraciones de mercados y de la casi siempre permeable frontera política mexicana que ha fracasado en fomentar un desarrollo más amplio y una incorporación más activa de la región a la vida nacional.

 

Conclusión

Desde el punto de vista económico, cultural y natural, el viejo concepto de frontera política es limitado para explicar la realidad actual ante la globalización. Si bien este fenómeno, entendido como una importante cantidad de intercambios internacionales, no es nuevo —data por lo menos del siglo XV— (Dollfus, 1997:10-13), sí lo es en las dimensiones e intensidad contemporáneas.

Sin embargo, las fronteras decimonónicas —las de los Estadonación— lejos de tender a la extinción, sirven como sustento a las intrincadas redes de la mundialización. Es menester mantener los espacios nacionales bien diferenciados, de otra manera, las ventajas comparativas que incitan la exacerbación de la mundialización tenderían a eliminarse, y con esto, a contravenir a la existencia misma del fenómeno.

Todo se clarifica cuando comprendemos la verdadera naturaleza del proceso: las fronteras políticas se encuentran avasalladas ante las redes de la economía internacional. Las nuevas fronteras económicas, cuyos espacios ni por asomo se asemejan a los de las fronteras políticas, transforman profundamente todos los ámbitos de la existencia, lo que explica la necesaria redefinición de las fronteras culturales y naturales, ya que, lejos de desaparecer, sólo se han transformado.

Retomando el estudio del caso que empíricamente nos ha ocupado, podemos constatar que la frontera económica sudcaliforniana y su desarrollo han dependido de integraciones y desintegraciones de mercados y de la casi siempre permeable frontera política que no ha podido organizar un desarrollo más amplio y una incorporación más activa de la región a la vida nacional. La nueva frontera económica nacional no es tan nueva para Baja California Sur, en especial en lo que se refiere al uso de los recursos naturales. Ya se han señalado las limitaciones de la nueva frontera económica; éstas pueden generar situaciones particularmente duras en zonas que siguen siendo periféricas para su centro político. El reordenamiento económico de los subsistemas y de la política nacional implica reordenamientos importantes tanto legales como de la percepción del fenómeno desde la sociedad civil, lo que hace importante la participación de la opinión pública.

El desarrollo de la nueva frontera económica apunta hacia una actualización histórica que, evidentemente, puede tener implicaciones negativas, pero podría traer consigo procesos de desarrollo propio cultural, económico, político, tecnológico, informático y organizacional en los escenarios de esta nueva frontera, que permitan activaciones sociales que el mismo proceso económico acelera. La globalización y sus medios electrónicos y técnicos van a cumplir un papel importante no sólo en la organización de la nueva frontera económica, sino en el reordenamiento social que debe darse. Las herramientas técnicas y de comunicación de la nueva frontera económica van a jugar —y ya juegan— un papel importante en el reordenamiento de la frontera política, cultural y social.

La conformación de los nuevos mercados, de actualización técnica e histórica, está definiendo fronteras económicas, pero también las políticas sociales y culturales y sus escenarios. El problema es de gran interés porque, en el caso mexicano, la conformación de estas fronteras, aunado a la situación política y económica internacional, generaron las condiciones para cambios en las relaciones México-Estados Unidos. Esto, a su vez, tuvo gran peso en la formulación de reordenamientos económicos y políticos en América Latina después de la guerra fría.

El caso sudcaliforniano de utilización de sus recursos naturales y el de su agricultura es parte de los reordenamientos de la frontera económica. Éstos han establecido las pautas y las prácticas económicas que condujeron a un reordenamiento económico nacional y desataron procesos de reordenamiento económico en América Latina, de ahí la importancia de su estudio.

 

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Notas

1 J. R. Southworth escribió, en 1899, un libro titulado Baja California ilustrada (1989) en el que con exageraciones de todo tipo, señalaba que esta región era inmensamente rica y que sólo faltaba la mano de hombres emprendedores para obtener esa riqueza. Desde la introducción indicaba que "el principal objeto de su libro era atraer la atención de los capitalistas inteligentes hacia el territorio de Baja California donde los enormes recursos eran manifiestos de la manera más completa", (Southworth, 1989:3). Esta obra tuvo gran circulación en varios estados de la unión americana.

2 Vientos, precipitaciones. Clima, temperatura, etcétera.

3 Ríos, mares, lagos, océanos.

4 Que puede ser visto en términos horizontales (islas, penínsulas, continentes) y verticales (orografía).

5 Formado por la flora y la fauna.

6 En la que prevalecen los criterios de una geografía retrospectiva y el concepto de la larga duración histórica (Braudel, 1953:317-327).

7 Traducción: la tierra nutricia.

8 Archivo Histórico del Estado de Baja California Sur. "Pablo L. Martínez" (AHPLM), vols. 234, 244, 323, 400, 785, 866, Archivo General de la Nación (AGN), Anuario estadístico de la Secretaría de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, 1892, 1894, 1895, 1897, 1898.

9 AGN, Memoria de la Secretaría de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, 1868, 1870, 1883, 1894, 1898, AGN, Memoria de Hacienda y Crédito Público, 1863-1864, AHPLM, Boletín oficial, 1881, vol. 164, exp. 4.

10 Modelo en el que predomina la racionalidad del mercado, la sobreexplotación de la riqueza natural y la ausencia de acumulación local de capital. (Ver M. Cariño, 1996b).