ArtículosEstudios Fronterizos, vol. 20, 2019, e026

https://doi.org/10.21670/ref.1905026


Cuerpo, espacio y género. Las mujeres bagayeras en el límite Aguas Blancas, Argentina-Bermejo, Bolivia

Body, space and gender. The bagayeras women in the Aguas Blancas, Argentina-Bermejo, Bolivia boundary

Andrea Noelia Lópeza* https://orcid.org/0000-0002-1637-6219

a Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas; Universidad Nacional de Quilmes, Centro de Historia, Cultura y Memoria; Universidad Nacional de Jujuy, San Salvador de Jujuy, Jujuy, Argentina, correo electrónico: andynlopez@gmail.com

* Autor para correspondencia: Andrea Noelia López, correo electrónico andynlopez@gmail.com


Recibido el 29 de septiembre de 2018.
Aceptado el 02 de abril de 2019.
Publicado el 11 de Abril de 2019.


CÓMO CITAR: López, A. N. (2019). Cuerpo, espacio y género. Las mujeres bagayeras en el límite Aguas Blancas, Argentina-Bermejo, Bolivia [Body, space and gender. The bagayeras women in the Aguas Blancas, Argentina-Bermejo, Bolivia boundary]. Estudios Fronterizos, 20, e026. doi:https://doi.org/10.21670/ref.1905026

Resumen:
El objetivo de la investigación es reflexionar sobre las dinámicas y tensiones que se suscitan en las relaciones entre espacio y cuerpo en las mujeres “bagayeras”, quienes cruzan mercaderías por circuitos que evitan el control aduanero y de gendarmería en la frontera argentino-boliviana en el límite Aguas Blancas-Bermejo. Metodológicamente, el trabajo pone en diálogo fuentes bibliográficas que intersectan transdisciplinariamente estudios culturales latinoamericanos con descripciones etnográficas y entrevistas realizadas durante los años 2016 y 2017, a fin de mostrar cómo el ambiente, el entorno, el medio, los espacios, adquieren dimensiones políticas que liga las corporalidades y las espacialidades. A partir de los datos obtenidos podemos concluir que las mujeres bagayeras, al cruzar mercadería sobre sus espaldas y enfrentarse al personal de gendarmería y aduana, aprenden astucias, pericias, fortalezas y estrategias que producen trasformaciones corpóreas.
Palabras claves: cuerpo, género, frontera, mujeres.


Abstract:
The general objective of the research is to reflect about the dynamics and tensions that arise in the dynamics between space and body in women bagayeras, who cross merchandise by alternative circuits to avoid control in the limit Aguas Blancas-Bermejo. Methodologically, the text puts in dialogue bibliographical sources that intersect transdisciplinary Latin American cultural studies with ethnographic descriptions and interviews made during the years 2016 and 2017, in order to exhibit how the atmosphere, the environment and the spaces, acquire political dimensions that link corporalities and spatialities. Based on the data obtained, we can conclude that the bagayera women, when crossing merchandise on their backs and confront with gendarmerie personnel, they learn cunning, skills, strengths and strategies that produce corporal transformations.
Keywords: body, gender, border, women.


Introducción y construcción metodológica para el análisis

¿Cómo se vinculan las corporalidades y las espacialidades en lugares borders? Esta pregunta es el punto de partida que nos convoca a pensar las relaciones que se articulan entre corporalidad y espacialidad en nuestra investigación. Para ello reflexionaremos acerca de las dinámicas y tensiones que implican las trasformaciones entre las formaciones corporales y las formaciones espaciales. Proponemos pensar los cambios que se suscitan en tales relaciones poniendo énfasis en las trasformaciones de las corporalidades de mujeres situadas en las ciudades fronterizas de Aguas Blancas-Bermejo, Argentina y Bolivia respectivamente.

El objetivo de este trabajo es analizar las dinámicas y tensiones que se suscitan en las relaciones entre espacio y cuerpo en las mujeres bagayeras,1 quienes se dedican a cruzar mercaderías por circuitos que evitan el control aduanero y de gendarmería. El trabajo pone en diálogo reflexiones que intersectan transdisciplinariamente estudios culturales latinoamericanos con descripciones etnográficas, conversaciones situadas y entrevistas en profundidad realizadas durante los años 2016 y 2017 a mujeres de la ciudad de Aguas Blancas que tienen como fuente de trabajo principal el bagayeo, con la intención de comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de sus actoras. Por ello trabajamos en un método de investigación abierto (Guber, 2014) que consistió principalmente en estar allí, en ambas ciudades fronterizas, fundamentalmente en cada uno de los espacios que requiere la presencia de las mujeres para completar su trabajo, a fin de dar cuenta de cómo a partir de cruzar mercadería sobre sus espaldas y enfrentarse al personal de gendarmería y aduana en la frontera, se dirimen una serie de flujos y transacciones que producen transformaciones en sus cuerpos.


La biopolítica del espacio y el cuerpo

El nacimiento de la biopolítica, como gestión corporal de la vida, ha sido coetáneo con el proceso de organización de los Estados nación en la modernidad. Ambas trayectorias de organización biocorporal se iniciaron en el siglo XIX en occidente (Foucault, 2006; 2007). La organización de la población a través del censo, el mapa y el museo (Anderson, 1993) no es solo la organización de la nación sino también la administración de la vitalidad del cuerpo social: la gestión a través de las estadísticas y el control poblacional, la construcción del territorio espacial como límite y superficie de trayectorias vitales y, finalmente, las epifanías colectivas de las memorias habilitadas para ser recordadas. En este trazado no solo se organizó el cuerpo-espacio social de la comunidad-nación en tanto plasticidad gobernada, sino también el cuerpo consagrado, unidad segmentada sujeta a la administración.

La densificación del conocimiento como ciencia en su forma estatutaria disciplinar ─tal como la conocemos hasta nuestros días─ de las ciencias del hábitat (la arquitectura, el urbanismo, la ingeniería), de las poblaciones (estadística, demografía) y las médicas (medicina social, epidemiología, higienismo y sanitarismo), se sucedieron como procesos complementarios de la gestión biopolítica del cuerpo y la nación. Se ensamblaron entonces las dinámicas del régimen de normalización, que incluye y ocluye en operaciones simultáneas y complementarias, a través de las cuales se definen lo habilitado y aquello que no.

En la sucesión coetánea tanto de la organización de la nación como de la unidad humana, la biopolítica moderna realizó un trazado de la espacialidad creando la agrodimensión del territorio y las corporalidades tras los modelos de gestión y administración. Surgieron así los lugares enclaves de la normalización fuertemente disciplinares como el manicomio, la cárcel y la escuela que no pueden ser pensados sino como densidades mullidas de las redes microfísicas que se extienden por todo el espacio.

El mapa, como modo de ver la nación, es el punto máximo de la organización espacial en la res extensa de las espacialidades y en ellas las corporalidades. Emerge de aquí la figura arquetípica de la humanidad civil: el buen ciudadano, concurrente del espacio público, hombre blanco, burgués y heterosexual ─al menos en su parecer─, sano y sujeto sanitario vigilado, como figura prototípica del habitante de esa espacialidad. El flâneur de Baudelaire (Benjamín, 1972), que disfruta de la ciudad moderna, de su arquitectura y sus espacios, es la expresión de ese modo de habitabilidad urbana.

Pero la normalización tanto de los cuerpos como de los espacios nunca es plena aunque el automatismo parezca tal. Su función disciplinar es también proyectiva hacia la utopía: la construcción de un lugar, topos, como idealización. Y resuenan aquí ecos del proyecto iluminista de la razón en la organización de la república tanto en la ciudadanía nacional como en el habitáculo espacial. Y aunque la administración y gestión de los cuerpos y los espacios sea fractal, vectorizándose en múltiples y complementarios circuitos, en el damero se aglutinan formaciones distópicas que laceran dicha organización y administración.

Foucault (1999) pensó las potencialidades de tales lugares al hablar de los espacios heterotópicos, como epicentros de la inversión o aversión a la normalidad. Alejados del proyecto utópico de la biopolítica, los lugares heterotópicos argüían sus propias dinámicas y reglas por antonomasia de aquellas sucedidas en el espacio público maleando la vitalidad corporal hacia otras formas y usos diferenciales y disidentes. Plasticidad del cuerpo que atiende a la dinámica ergonómica que se suscita entre las materialidades corporales y los espacios habitacionales vectorizando puntos de fuga que habiliten otros modos de pensar lo espacial y corporal (López y Zubia, 2014).

En tanto puntos ciegos en el espacio, los lugares heterotópicos reconjugan las dinámicas interseccionales que hacen a la relación cuerpo-espacio ampliando el espectro posible de entendimiento y comprensión tanto de las corporalidades como de los espacios, sobre todo pensando en las trayectorias vitales que se metamorfosean. Manifestación de otras materialidades corpóreas (Butler, 2002) que inauguran disidencias.


Fronteras mutantes

Nuestra referencia en el análisis de las trasformaciones corpóreas para este artículo es la práctica de bagayeo en la frontera argentino-boliviana en el límite Aguas Blancas (Salta)-Bermejo (Tarija). Para ello comenzaremos exponiendo nuestra forma de entender la frontera, seguido de una descripción, a modo de contextualización, de algunos rasgos sobresalientes del espacio elegido.

Entendemos a las fronteras y sus ciudades fronterizas como creaciones de los Estados nación en pos de la soberanía territorial que esgrimen el límite material de la ficción espacial de las naciones concebidas como puerta de entrada o salida al territorio nacional, márgenes de la ciudadanía en su articulación espacial. Las fronteras son los bordes que delimitan el alcance espacial del sistema de derechos, deberes y garantías de un Estado para sí, pero además son la escritura que crea esa misma espacialidad.

El borde fronterizo no es entonces físico sino textual: es a través de este último que se crea la cartografía oficial del estado. Vigente cada vez que intenta pensarse la frontera no como espacio de diálogo, de interacción, sino como lugar inmóvil, límite de la nación y su territorio. No obstante, esta ficción protocolizada en cuerpo de la ley que configura la espacialidad hegemónica, las fronteras son también tránsito, movimiento, pasaje, circulación. Espacios no agotados por la cartografía oficial y por tanto lugar de germinación de irreverencias de la ciudadanía y la reinvención constante de sus límites materiales.

Las fronteras son entonces cronologías y topografías que se distinguen del mapa tiempo-espacio de la cartografía oficial de la nación, a la vez que impugnan el grado cero del espacio abstracto y la mirada neutra que le da fundamento. Los espacios fronterizos deben ser entendidos en tanto performación, como producción y producto en constante proceso, definido y creado por sus actores en una multiplicidad de complicidades y por lo tanto inseparables de la experiencia de los sujetos de esos espacios (Ficoseco, Gaona y López, 2014). Espacios que se habitan desde una relación particular con el lugar, el ambiente, la cultura, el territorio y los paisajes sociales. Espacios de formulación experiencial corporal, donde la experiencia sugiere para sí interpretaciones otras de la configuración territorial hegemónica, donde la norma específica desde un deber ser (el arquetipo, el mapa, la ciudadanía, la legitimidad, los géneros) se subvierte desde la apropiación, desde el estar siendo propio.

Son así entonces las fronteras porosas y dinámicas. Espacios caracterizados por su heterogeneidad y compleja movilidad fragmentaria, fluida, donde la experiencia de los habitantes, en ciertas ocasiones, transcurre alterada por los golpes arbitrarios del Estado, pero a la vez persiste entramada en una continuidad displicente cuya fuerza defensiva, sabia y memoriosa los ampara (Camblong, 2009).

Cuando el Estado nacional argentino comenzó su lento proceso para definir los límites de su territorio, empezó también una ardua transformación de demarcación de la frontera argentino-boliviana. La discusión diplomática por los límites con Bolivia comenzó en 1881 mediante el primer tratado que posteriormente fue modificado en 1891 y finalmente culminado con un tratado complementario en 1925. Los límites fueron impuestos desde las regiones centrales de ambos países, Buenos Aires y La Paz, que conocían escasamente el terreno y las características culturales de la población (Celton y Carbonetti, 2007). Así se crearon tres pasos fronterizos “legales” con Bolivia:2 La Quiaca y Villazón, Aguas Blancas y Bermejo y, Profesor Salvador Mazza y Yacuiba, la primera ubicada en la provincia de Jujuy y las dos últimas localizadas en los bordes de la provincia de Salta. Aquí nos concentramos en la segunda de las fronteras enumeradas.

La ciudad de Aguas Blancas fue fundada el 23 de abril de 1912, a 50 kilómetros de la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán, uno de los departamentos más importantes de la provincia de Salta. Del lado del frente, la ciudad de Bermejo fue fundada oficialmente el 7 de diciembre de 1952, aunque desde 1902 ya existía población en el lugar producto de una colonia militar y de la perforación del primer pozo petrolero de Bolivia (Souchaud, 2007).

Bermejo es una de las ciudades bolivianas que desde 1986 se transformó en un importante centro de recepción de migrantes campesinos y mineros indemnizados, transformados actualmente en comerciantes. Apoyada en el crecimiento de Bermejo, Aguas Blancas también se expandió en el territorio argentino. Se da una relación de complementariedad en donde uno de los dos centros urbanos se desarrolla más en momentos en que se ve favorecido por las fluctuaciones y variaciones monetarias entre ambos países y por los flujos comerciales de compra. Sin duda en esta relación simbiótica fue Bermejo el núcleo de mayor expansión urbana y crecimiento demográfico (Rabey y Jerez, 1999).

En cuanto a las economías de la ciudad de Aguas Blancas, la población vive casi exclusivamente del comercio y del tránsito de frontera: negocios de comida, hotelería, comercios minoristas para el viajero y mayoristas para la exportación, así como de los puestos de trabajo que genera la administración pública y el paso fronterizo. Un escaso porcentaje de los habitantes se dedica al trabajo de los pequeños conglomerados de fincas de cultivo hortícola y fruticultura (pomelo, limón, mango, papaya, banano, pimiento verde, tomate, sandía, zapallo, melón) de la zona. Aquí nos parece importante marcar que los procesos de privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) en la década de los noventa fueron políticas de gobierno que generaron cambios económicos y sociales para muchas de las zonas extractivas salteñas, sobre todo en las ciudades de Tartagal y Mosconi. El impacto de una baja de 75% del empleo (Gordillo, 2010) también se sintió en ciudades cercanas como San Ramón de la Nueva Orán y Aguas Blancas ya que, dada la cercanía geográfica, muchos pobladores de la zona se trasladaban para trabajar en esas ciudades.


Un oficio de frontera

En la frontera de Aguas Blancas y Bermejo, Argentina y Bolivia respectivamente, se desarrolla un trabajo que es conocido localmente como bagayeo. Se entiende como tal, el cruce de mercadería a través de la frontera por recorridos que evitan el control aduanero y de gendarmería. Este cruce tiene como contexto económico, político y geográfico la relación cambiaria entre ambos países que define el valor de bienes y mercaderías hacia cada uno de los lados de la frontera. Durante la década del neoliberalismo argentino, los noventa, la paridad del peso argentino en relación al dólar hacía que el peso boliviano tuviera menor valor comparativo en relación al argentino. En ese momento, el cambio favorable para Argentina generó una práctica de consumo de bienes y mercaderías del lado boliviano: se cruzaba la frontera para comprar del otro lado. En los últimos años, a pesar de la constante devaluación del peso argentino en relación al boliviano ─moneda oficial del país vecino─ en las ciudades fronterizas todavía se pueden encontrar productos textiles y electrónicos a un costo menor. Si bien estas prácticas aumentan o disminuyen de acuerdo con las distintas temporadas del año, el cruce de mercadería nunca se interrumpe.

A la ciudad de Aguas Blancas llegan decenas de personas, la mayoría comerciantes intermediarios, con la intención de cruzar Bermejo para comprar en grandes cantidades y después revender los productos en ciudades argentinas aledañas. Ahora bien, el paso de compras en cantidad está limitada a 150 USD por aduana argentina;3 si la mercadería supera ese monto se debe pagar el impuesto correspondiente, lo que aumenta el valor del producto encareciéndose la facilidad de compra. Por ello, los comerciantes intermediarios contratan el servicio de mujeres bagayeras para que crucen la mercadería por las zonas fronterizas evitando el control aduanero y de gendarmería.

La descripción que realizaremos a continuación de las distintas tareas que implica dicho trabajo nos permitirá, más adelante, analizar y reflexionar sobre esta práctica y las transformaciones que implican.

En general el trabajo del bagayeo en esta frontera4 supone una dedicación de más de ocho horas diarias para completar todo el proceso que comienza en las calles de la ciudad de Bermejo (Bolivia) y termina en la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán a 50 kilómetros de Aguas Blancas (Argentina). Si bien los diferentes momentos del trabajo no son llevados a cabo por las mismas personas, sí es necesaria la presencia de los distintos sujetos durante la espera de la concreción de las tareas de cada participante.

El trabajo comienza en la ciudad de Bermejo (Bolivia) donde se localizan la mayoría de los comercios que venden al por mayor sus productos: lo bienes y mercancías van desde ropa y calzados, hasta pequeños electrodomésticos. Estos objetos llegan a la ciudad de Bermejo desde el interior de Bolivia, pero en su mayoría no son de producción nacional sino importaciones provenientes de otros países.

Desde la calle Colorado hasta Coronel Araya, además de los diversos negocios, se puede observar a decenas de mujeres a la espera de los compradores mayoristas que necesiten del traslado de sus bienes. Una vez que las mujeres reciben la mercadería deben anotar cada producto, controlar cada bolsa y armar sus mochilas o lonas. Así hasta conformar un grupo de cinco, seis o siete personas. Este trabajo implica, casi inevitablemente, el trabajo grupal tanto por la necesidad de confiar en el otro durante todo el transcurso de paso de la mercadería, como por el hecho de viajar en grupo, cualquiera que sea el medio que se utilice. Así, muchos grupos están constituidos por integrantes de una misma familia. Esto se relaciona no solo con la necesidad de hacer participar al grupo familiar en el aporte para mejorar las condiciones de vida, sino además por la confianza a la hora de trabajar.

Cuando todas llenaron sus “bultos” se localizan taxis que las acercan hasta el río límite entre Argentina y Bolivia. El primero de los controles a sortear es el puesto con las oficinas de migraciones, aduana y gendarmería ubicadas en la ciudad de Aguas Blancas. Para ellos el cruce no se realiza por las chalanas5 (lanchas), medio convencional de paso en esta frontera, sino a través de gomones (balsas elaboradas por los trabajadores). Se localizan en algunos de los tramos del río Bermejo que no superan una distancia mayor a 200 metros del paso oficial y son manejados mediante la fuerza por sus dueños, que en su totalidad son varones.

Así se llega hasta la vera del río pero del lado argentino donde se reacomodan las mochilas y lonas. Una vez que las mujeres se reorganizaron, intervienen otros participantes fundamentales: los choferes de remises, que en la mayoría de los casos ya tienen un acuerdo previo con las “patronas”. Ellos son los encargados de transportar a las mujeres, pero además son los informantes de la situación que pudieron observar o escucharon del puesto 28 de Julio de Gendarmería Nacional, el segundo de los controles a sortear. Como puede verse no son meros transportadores, sino que se involucran para que las mujeres tengan mayores posibilidades de cruce sin ser intervenidas.

Esquivar el escuadrón Nº 28, localizado entre la ciudad de Aguas Blancas y San Ramón de la Nueva Orán, necesita de dos momentos. En una primera instancia se viaja en los remises desde la vera del río del lado argentino hasta cien metros antes del escuadrón, donde las trabajadoras descienden y toman el sendero que abre el camino alternativo para desviar la mercadería por detrás del edificio de gendarmería y aduana.

En este trayecto, las mujeres deben sortear distintos obstáculos como tendido de alambrados de las fincas, crecidas del río y lo más común: patrullajes y controles de oficiales de gendarmería. Para cualquiera de estas vicisitudes, las mujeres pergeñan tácticas que les permitan sobrellevar los “inconvenientes”. Este recorrido es el más largo y pesado del proceso porque caminan alrededor de una hora, sorteando los obstáculos con mochilas que pesan unos 50, 60 o 70 kilos sobre sus espaldas. En ocasiones, este trayecto demora más, producto de algunas circunstancias como los momentos en los que las mujeres deben esconderse para no ser encontradas por los efectivos, y el tiempo que les lleve “negociar” o “pelear” para evitar que les decomisen la mercadería.

Una vez terminado el recorrido, las mujeres salen por un camino que termina a 200 metros delante del control oficial, donde las espera el remis que las dejó una hora atrás; allí cargan nuevamente sus bultos y comienza la segunda parte del viaje, desde esta salida hasta la ciudad de Orán, sea en el “playón” situado frente de la terminal o en algunos de los galpones establecidos previamente con los compradores, donde su trabajo termina.

El trabajo de pasar mercadería en la frontera se realiza varias veces al día ejecutando el mismo trayecto una y otra vez. En este tránsito se conoce y reconoce con otras personas que realizan la misma práctica y, en los encuentros por distintos segmentos del trayecto, se comparte información acerca de las actitudes de control posible de aduana y gendarmería.


Cuerpos de frontera

La relación cuerpos y espacios en la genealogía biopolítica trazada en los apartados anteriores, en conjunto con segmentos de entrevistas realizadas a mujeres bagayeras, nos permitirán reflexionar sobre las trasformaciones que produce en los cuerpos de las mujeres el espacio y oficio de frontera.

La dinámica del tránsito de la mercadería por toda la zona fronteriza, y en ella el cuerpo que la traslada, se organiza en función de los dispositivos de control estatal apostados en diferentes puntos. En el caso de la frontera Aguas Blancas-Bermejo estos enclaves de control, gendarmería y aduana (control poblacional y control comercial, respectivamente), tienen dos puntos fijos: el primero, a la vera del río y el segundo, a aproximadamente 25 km del límite. A la vez, como reafirmación del dispositivo estratégico de control, se arman puntos móviles en distintos lugares de la zona con puestos espontáneos. El trabajo de las mujeres bagayeras consiste en transportar la mercadería evitando la incautación, por ello es necesario eludir tales controles, sorteando tanto sus puntos fijos como los móviles. De allí que el traslado de la mercadería sea también estratégico e implique una astucia cotidiana.

¿Vos trabajas todos los días?
Sí, de lunes a sábado, todo el día.
¿Hay muchas mujeres que realizan esta actividad?
Muchas, muchas. Vos vas a ver que son mujeres que llevan el bulto en la cabeza, le llevan como mochila, hay mujeres que hacen dos o tres viajes.
¿Cuánto puede pesar un bulto de esos?
Cuando llevas pesado, pesado, a veces son hasta 90 kilos, lo más pesado 100 kilos.
¿Vos alzaste 100 kilos alguna vez?
Sí cuando sabían darnos, porque había un tiempo que había, era un tiempo de las sábanas, las zapatillas, las camperas, todo eso... y sí, una vez 100 kilos (Angélica, 2017, 30 años).

En esta dinámica de tránsito, las mujeres cargan sobre sus espaldas grandes y pesados bultos de mercadería. Sus cuerpos se adiestran a las ágiles tareas que el transporte implica: cargar los bultos; subirse a los gomones para cruzar el río, descargar los bultos del otro lado ─aquí sortean el primer control aduanero─; volver a montar los bultos sobre sus cuerpos, trasladarlos hasta el vehículo que hace parte del recorrido por la ruta. Para sortear el segundo control realizan parte del recorrido a pie, aproximadamente hora y media caminando, cargando la mercadería a través del monte; y si hay controles espontáneos, correr a campo traviesa ─siempre con los bultos sobre sus espaldas─ evitando la incautación de los bienes.

Se trata de una ardua tarea de transporte de mercaderías a través de la zona fronteriza, en la que los cuerpos de estas mujeres no solo soportan el peso y las condiciones climáticas ─con elevadas temperaturas estivales─, sino también las múltiples estrategias que se requieren para sortear los controles espontáneos de aduana, con el fin de mantener en posesión los bienes consignados por los comerciantes intermediarios. Este es el servicio que ofrecen: el traslado y resguardo de los productos para devolvérselos a sus dueños y dueñas del otro lado de la frontera.

En toda esta dinámica de traslado, la corporalidad requerida para el desarrollo del bagayeo demanda de cierta astucia, cierta pericia y fortaleza para cargar los bultos y transportarlos en distintas instancias. Es aquí donde enfatizamos las transformaciones del cuerpo de las mujeres que se desempeñan en el bagayeo. En función del trabajo que realizan, sus cuerpos se fortalecen, se dinamizan. Y sucede aquí un desplazamiento del prototipo arquetípico de la corporalidad signada como femenina: cuerpos frágiles, livianos, delicados. Es un desplazamiento, una adecuación no solo a las tareas que realizan sino también al espacio en el que lo hacen.

El desplazamiento señalado implica un complejo proceso de pedagogía mutante colectiva que se sucede en las comunidades de bagayeras, en tanto vínculos solidarios, de sororidad, de un yo comunal (Lugones, 2016)6 entre mujeres. Es decir, la trasformación del cuerpo se aprende y sucede en la misma práctica del bagayeo, en la tarea que realizan. Para hacer su trabajo, ellas incorporan movimientos corporales y conductas en un aprendizaje que está acompañado de imágenes y metáforas que se transfieren en la cotidianidad. Imágenes inscriptas en el proceso de socialización grupal entre las mujeres que realizan el bagayeo, así como reactualizadas en sus actos. Aprendizaje grupal, en suma, a través del cual opera el acondicionamiento de los cuerpos en las tareas y los espacios.

En la experiencia del bagayeo surgen para sí interpretaciones otras de la configuración corporal: lo que el cuerpo puede hacer. Esas otras interpretaciones desplazan los sentidos de propiedad y cualidad como umbral exploratorio de la corporalidad. El desplazamiento del arquetipo signado como femenino, como característica del pseudodestino biológico, implica una trasformación sobre el propio cuerpo que, en comunidad de tareas afectivas en la que se desenvuelve el bagayeo, está en permanente transformación de forma y función. Tal como lo expresa el mismo Foucault (2006) las dinámicas cambiantes hacen que la materia corpórea contenga rasgos particularizados de ciertos lugares, así las figuras corporales de estas mujeres es entonces hiato mediado entre el trabajo y el espacio en el que se realiza la misma.


Aprender las mutaciones en la cotidianidad

Como plantemos en el apartado anterior, las corporalidades de las mujeres bagayeras se desplazan de la adaptación normalizada canónica a partir de las prácticas que realizan, abriéndose hacia trasformaciones. Su cuerpo se metamorfosea con el trabajo y el espacio. El proceso de socialización de las técnicas del trabajo ─que produce las mutaciones en los cuerpos─ ocurre en el contexto cotidiano, familiar. De alguna manera es el cuerpo el que aprende los movimientos, la intencionalidad, así como las representaciones y las emociones que le están asociadas.

¿Hace cuánto se dedica a esto?
Hace como 8 o 9 años.
¿Y por qué comenzó?
Yo por necesidad, porque tenía cuatro chicos y estaba sola, mi marido de entonces me dejó y tuve que trabajar. Ahora ya tengo seis así que más necesito. Yo trabajaba más antes y después conocí al que era mi marido que trabajaba en otro grupo y como después quedé sola tenía que trabajar.
¿Alguien la ayudó a entrar?
Si, una amiga. Después me hice conocida y pasaba yo por aparte. Entonces me han hablado para que les pase unos y después más y así. Ahora yo consigo y nos venimos nomás (Susana, 2016, 28 años).

El aprendizaje de las técnicas de movimiento se da sin demasiada explicación mediante, está inmerso en el contexto diario, permea las relaciones familiares y de amistad, está entretejido con los asuntos cotidianos. Pero además, esta corporización intensifica las relaciones de las mujeres dentro de la misma performance. Se trata entonces de una comunión de experiencias: quien entra al trabajo concentra su atención en la mujer que está bagayeando, que en la mayoría de los casos son familiares o amigas.

Los cambios ocurridos en el cuerpo de las mujeres acompañan y son acompañados de transformaciones en el cuerpo colectivo. Aquellas que pertenecen a un mismo grupo social tienden a compartir ciertas imágenes corporizadas porque las han adquirido en un proceso de aprendizaje mimético (Rodríguez, 2010). Es decir, el aprendizaje está acompañado de imágenes y metáforas que también se transfieren en la socialización. Las técnicas corporales son un medio importante para la socialización de las mujeres en los grupos de bagayeras, a través de ellas y de su cuerpo las mujeres llegan a conocer un oficio y a vivir de él.

En estos espacios fronterizos el cuerpo se expresa simbólicamente y se convierte en un emblema de la situación. Los tipos y cantidades de objetos consignados y las mujeres a quienes se asignan revelan: experiencias, recorridos, trayectos, relaciones de género. Así la “consignación” de la mercadería por parte de los clientes que llegan hasta las zonas de frontera desde otras ciudades, da cuenta de una destreza y reconocimiento de las experiencias de las mujeres bagayeras en el pasaje de la mercadería por la frontera. El cuerpo trasmite la “astucia” para desenvolverse el recorrido: hacerlo más rápido, pasar desapercibidas y las actitudes al enfrentarse a un posible control de gendarmería.

Tal y como expone Turner (1984) el cuerpo ofrece de por sí una amplia superficie apropiada para exhibir públicamente marcas de posición familiar, rango social, afiliación tribal y religiosa, edad y género. En el bagayeo, la consignación de los bienes a cruzar se sostiene a partir de lecturas que se realizan de las corporalidades y de las estrategias de astucia que pueden encontrarse allí, no solo en la contratación discursiva del “servicio”, el pacto, sino también en el desenvolvimiento y la hexis corporal que sirve de marco a ese acuerdo. A partir de la cantidad de clientes que los grupos de mujeres puedan conseguir para el transporte de las mercaderías se ponen en juego una serie de reconocimientos: entre el revendedor y las bagayeras pero también dentro del mismo grupo entre mujeres.

Aquí nos parece importante volver a marcar que el aprendizaje de técnicas, así como la improvisación se renueva constantemente. Si bien es una actividad repetida en el tiempo y el camino es “siempre el mismo”, dentro de los mismos relatos se distinguen diferentes tácticas aprendidas o improvisadas a menudo. El bagayeo en tanto actividad que involucra sujetos sociales se ve modificado históricamente por procesos que merecen una renovación de conocimientos de manera permanente.


Aprender en el cuerpo

Entre las estrategias que se enseñan en los grupos están las formas de traslado de la mercadería. El modo de organización de la misma busca en el cuerpo mejores condiciones para su pasaje ajustándose no solo a las corporalidades mismas sino también al desplazamiento de éstas por el espacio. Así, la mercadería a cruzar es distribuida en bolsas y mochilas que faciliten la carga y, en el caso de grandes volúmenes, existe una distribución de la variedad de productos y su peso entre las distintas personas que van a ejecutar el cruce.

La distribución de los pesos de los volúmenes a transportar se realiza a partir de configuraciones históricas de lectura de los cuerpos, así las mujeres que recién comienzan ponen en circulación menores pesos que las de mayor experiencia. En esta misma línea fácilmente podría establecerse una igual distribución de peso entre los géneros ─ergo, los hombres soportarían más peso que las mujeres─, pero la experiencia de tránsito en la frontera se revela contra esta lectura y da cuenta de procesos más conexos entre cuerpos. Es así que muchas de las mujeres, en el recorrido de su experiencia, llegan a soportar grandes pesos sobre sus espaldas para el traslado de las mercaderías. Eso hace para sí un formateo de las relaciones de género y del cuerpo en este contexto.

¿Y cuánto pesa su lona?
Cuanto sabrá pesar, ponele cuarenta y cinco o cincuenta kilos. La de ellos pesa más, unos sesenta.
¿Cómo hace para soportar el calor en el desvío?
Un chicle. Me pongo un chicle cuando se me seca la garganta y no puedo caminar, siempre hay que tener, aunque sea un chicle. Varias mujeres coquean.
¿Y cómo queda después del cruce?
Muerta. El peso te da cansancio, te da gana de no hacer nada, es feo. El calor es feo, en el invierno no se sufre tanto, pero en el verano sí (Marta, 2016, 40 años).

Se aprenden además diferentes tácticas para que el cuerpo resista las horas que requiere el trabajo y principalmente las circunstancias a las que se exponen a diario. Hablamos de circunstancias climáticas (recordemos que en la frontera Aguas Blancas-Bermejo en épocas de verano las temperaturas alcanzan más de 40 grados), espaciales (crecidas de río, caminos de barro, pozos, piedras, alambrados) como también de controles (patrullaje de gendarmería en diferentes puntos). Así las mujeres bagayeras copian tácticas, movimientos y hasta formas de cuidar sus cuerpos.

En el relato de sus experiencias, las mujeres aprendieron a utilizar calzado y ropa holgada preferentemente de colores claros que les permite desplazarse por los espacios de la manera más cómoda. Además de las remeras y pantalones sueltos observamos que cada una de las mujeres utiliza el pelo recogido con una gorra arriba que las ayuda a protegerse de los efectos del sol.

La hidratación constante también resulta fundamental en estos espacios. En cada uno de los grupos se observaron botellas de agua, gaseosas o jugos que pasan de mano en mano en horas de la espera de la mercadería, como así también durante el cruce y la entrega de la misma a sus respectivos dueños. Para muchas de las mujeres entrevistadas solo el agua y la gorra no alcanzan para enfrentar las diferentes condiciones, por ello algunas como Marta incorporaron golosinas: chicles y chupetines que refuerzan las energías y lo que es lo más común, hojas de coca.7 Durante todo el trabajo de campo observamos a la mayoría de las mujeres colocar antes de comenzar los respectivos cruces hojas de coca en forma de acullico8 dentro de sus bocas que, según sus relatos, incorporaron como enseñanza de otras bagayeras para poder aguantar no solo las condiciones a las que se exponen, sino fundamentalmente el peso que deben soportar sobre sus espaldas durante todo el tiempo que dura su trabajo.

Las personas pertenecientes a los sectores populares tienden a transmitir sus fuerzas físicas y también su trasferencia del dolor (Louveaur, 2007). Entre las enseñanzas y los aprendizajes que requiere el bagayeo se encuentra el del dolor corporal. Todas las mujeres entrevistadas tienen más de cinco años trabajando y han aprendido a vivir con las consecuencias que ello tuvo sobre sus cuerpos. Aprendieron a soportar el dolor que provoca cargar mochilas, bolsas o lonas con un peso superior a cuarenta kilos diarios. Se convirtieron en cuerpos dolientes: daños en sus espaldas, calambres provocados por el esfuerzo, y dolores en los talones y las rodillas resultado del sacrificio que se necesita para completar todas las actividades, son algunas de las secuelas que las mujeres bagayeras relatan sufrir en sus experiencias, con las cuales aprendieron a convivir.

Todas las técnicas que son socializadas y aprendidas en el cotidiano dan cuenta de una imagen de mujer con patrones de inversión y alteridad respecto de los estereotipos femeninos occidentales. La intención de exponer el marco interpretativo en el que los cuerpos de las mujeres bagayeras se formaron y establecieron tiene como fin mostrar una forma otra de ser mujer. Son un cuerpo hecho signo, apasionado y dolido, transpirado y resistente. Ser mujer bagayera es un hacer mucho más que discursivo y simbólico: es también vivencial y corporal de ser en estos espacios fronterizos.


La domesticidad del hogar

El cuerpo es, por excelencia, lugar de cultura, de socialización y, como ya es sabido, tiene normas distintas para cada uno de los géneros. Las mujeres están sujetas a muchas prácticas disciplinarias que producen un tipo de cuerpo con características similares entre ellas. Los distintos espacios tanto públicos (la calle) como privados (las familias) funcionan con normas distintas que determinan la forma de presentarse, así como la de interactuar con los demás. Entonces el cuerpo sirve para sustancializar y legitimar ciertos ideales, identidades y relaciones culturales por medio de reglas explícitas y de prácticas. Las disposiciones corporalizadas en los espacios generan y organizan representaciones de los géneros.

¿Cómo se organizan con tu marido para estar con tu hijo?
Mi marido casi no está con él.
¿Él trabaja todos los días?
Ahora como no hay trabaja cuando mi mamá tiene o cuando su otro patrón viene de Buenos Aires recién. Jueves, viernes y sábado trabaja fijo, pero no para en la casa. Yo sí paro, toda la mañana en la casa con mi hijo, cuando no voy a Orán teniéndolo con la tarea, todo eso.
¿Y cuando vas cómo haces?
Él se va a la escuela hasta las seis y veinte, a la seis y veinte se viene para aquí con mi sobrino o se queda con mi hermano el menor hasta que yo llegue.
¿Y después haces todo?
Sí, le reviso los cuadernos, le reviso que se bañe porque es medio flojo (Adriana, 2016, 36 años).

Si bien sostenemos que las mujeres bagayeras son una forma otra de ser mujeres en los espacios fronterizos, no es menos cierto que para ellas ─como para la mayoría de las mujeres─ la maternidad y el cuidado de sus hijos son una imposición social, una forma de delimitación y control de la corporalidad femenina. Aun cuando socialmente se reconozca la participación y fundamentalmente la importancia que tienen las mujeres en los diferentes espacios públicos, el reconocimiento ciudadano está mediado por la maternidad y la responsabilidad especial en la educación y formación de sus hijos. Las normas que se refieren al campo de las mujeres son más estrictas precisamente por su definición cultural de mujer-madre (Anzaldúa, 1987).

Las características asignadas a la función materna son producto de los aprendizajes y mandatos sociales establecidos (Curiel, 2011). La socialización de la maternidad comienza a temprana edad en la vida de las mujeres, el cuerpo de ellas debe ser bello y al mismo tiempo fértil; es, sobre todo, un cuerpo para los demás (Hirsch, 2008). La ocupación primordial de las mujeres será entonces hacerse cargo de la función reproductora, es decir tener los hijos, cuidarlos y encargarse de su educación. Existe en el imaginario social la idea de que una buena madre es la que cumple con la atención de los hijos aun cuando pueda tener trabajos remunerados por fuera de su hogar, de lo contrario las mujeres suelen ser catalogadas como una madre desnaturalizada. Las mujeres deben tener la capacidad de generar recursos económicos, de adaptarse a los vaivenes de las economías de estos espacios y de cumplir la supuesta “obligación” del cuidado de sus hijos y de todas las tareas domésticas.

Las mujeres bagayeras se presentan en estos espacios como mujeres otras, con trasformaciones en sus cuerpos para poder soportar mochilas que superan los cincuenta kilos, pero cuando vuelven a sus hogares aparece en ellas lo que denominamos la domesticidad del hogar. Se transforman en mujeres-madres que ante sus hijos y su pareja (en el caso de las que no están separadas) deben volverse cuerpos débiles, frágiles.

Para las mujeres ser vista forzuda, alzando cosas pesadas, es decir compromisos del cuerpo semejantes a los de los varones, no resulta beneficioso para una aceptación social favorable en sus hogares porque son los modos de ser madre-padre los que crean problemas. Aquello que las mujeres incorporan con un mínimo de rebelión (cuerpos otros) suele incluirse en la normatividad de mujer-madre imperante.

Las mujeres bagayeras confrontan, resignifican y disputan muchos de los supuestos mandatos femeninos en los espacios públicos, pero en sus hogares responden a ellos. La familia en tanto institución social tiene una serie de controles en la corporalidad en las mujeres, las vuelve cuerpos frágiles al servicio de los otros (Federici, 2010). La materialidad de sus cuerpos en sus hogares deberá concebirse entonces como los efectos más productivos del poder patriarcal.


Conclusión

El trazado de una espacialidad neutra, extensa, pasible de ser gestionada, diseño administrado desde el mapa, por un lado y por otro, la organización de la sociedad civil, cuerpo social gestionado sanitariamente; son tecnologías complementarias y coetáneas que se anudan problemáticamente en la organización de la nación en la modernidad: gobierno de los espacios y el gobierno de los cuerpos. La combinación de ambas generó una serie de procesos de dislocación y reubicación de los sentidos que unían cuerpos y espacios en relaciones específicas para pasar a ser organizados y administrados ampliamente. Se configuró, a partir de estos procesos, el espacio como territorio nacional y el cuerpo individual como el “buen ciudadano”. Ambos, cuerpos y espacios, entraban en el anonimato moderno de la formación normalizada, prototípica, en tanto tecnología de gobierno múltiple.

La administración de dicha política nacional implicó la manufactura de la vitalidad social, moldeada en la figura humana tipificada, a su vez, en comportamientos estándares genéricos: hombre y mujer, como prototipos conductuales. Se borraban, de este modo, las marcas específicas de cada corporalidad-espacialidad, sean indígenas, sean étnicas, sean genéricas, entre otras. Sin embargo, la politicidad de la relación cuerpos-espacios continuó operando, volviendo desde su abyección, dando cuenta de las trasformaciones que en tal relación se producen. Focalizar en estas últimas nos sirvió como clave para pensar las corporalidades de las mujeres bagayeras, corporalidades diversas en espacialidades diferenciales.

El cuerpo de las mujeres bagayeras, dada la dinámica de tránsito que requiere su trabajo, se adiestra a las ágiles tareas que implica. Ellas en esta frontera aprenden astucias, pericias, fortalezas, estrategias y es aquí donde se produce la trasformación. En función del trabajo que realizan, sus cuerpos se fortalecen, se dinamizan. Esa pedagogía de la mutación es colectiva, se aprende, sucede en la misma práctica del bagayeo al incorporar movimientos corporales, conductas, metáforas, imágenes que se trasfieren en el día a día, en cada viaje. Imágenes inscriptas en el proceso de socialización grupal, así como reactualizadas en cada uno de sus actos. Aprendizaje grupal, en suma, a través del cual opera el acondicionamiento de los cuerpos en las tareas y los espacios.

En la experiencia del bagayeo surge para sí la interpretación de “lo que el cuerpo puede hacer”. En esta secuencia, el cuerpo deja de pensarse como unidad segmentada para constituirse como forma analógica de continuidad con los espacios. De este modo, el ambiente, el entorno, el medio, los espacios, adquieren otra dimensión política que liga las corporalidades y las espacialidades.

Si bien en gran parte de este artículo hacemos énfasis en las fortalezas, resistencia y vigor de las corporalidades de las mujeres bagayeras, no es nuestra intención abonar a una operación conceptual que tienda a explicar y fijar diversos rasgos ya sean culturales, fenotípicos sobre la base de argumentos que amalgaman la cultura y la biología para creer que ciertas capacidades de ciertos grupos sociales son innatas, indelebles y yacen en su componente biológico-genético (Gómez, 2008).

No creemos en las corporalidades de las mujeres entrevistadas como un cuerpo “naturalmente” acostumbrado a sufrir los excesos a los que están expuestas a diario, ni tampoco concebirlas como un mero instrumento del mercado; transportes de cargas. Lo que hicimos fue reflexionar sobre algunas de las características que asumieron las corporalidades de las mujeres bagayeras producto de las diversas tareas, las circunstancias que deben enfrentar a diario y la espacialidad en donde viven; dando cuenta de las dimensiones de géneros, raciales, étnicas y de clase, que se articulan en estos espacios.


References

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Entrevistas

Adriana. (Enero de 2016). Archivo de audio. Aguas Blancas, Argentina.

Angélica. (Febrero de 2017). Archivo de audio. Aguas Blancas, Argentina.

Susana. (Enero de 2016). Archivo de audio. Aguas Blancas, Argentina.

Marta. (Enero de 2016). Archivo de audio. Bermejo, Bolivia.

Notas

1 Si bien esta forma de trabajo es realizada tanto por hombres como por mujeres, a nuestro entender, adquieren características particulares cuando son pensadas desde las mujeres, por ello en este trabajo los espacios y el oficio del bagayeo solo serán narrados desde la participación de mujeres.

2 La frontera con Bolivia tiene 773 kilómetros de longitud en total, pero solo se han instalado tres pasos “legales”, sin embargo, por otros lugares el cruce también es posible. Por ejemplo, a 10 kilómetros de la frontera se encuentra el paraje Agua Chica, por allí se puede cruzar “al frente” sin presencia de la gendarmería.

3 Oficina pública del Estado, situada en las fronteras, puertos o aeropuertos, donde se registran las mercancías que se importan o exportan y se cobran los derechos que adeudan según el arancel correspondiente.

4 En otras fronteras del país e incluso en los mismos espacios analizados, figuras semejantes reciben el nombre de paseras, pilotas, entre otras denominaciones.

5 El paso a través del río por chalana es posible solo para personas sin vehículos. Autos, camionetas, colectivos u otros sistemas de transporte deben cruzar por “el puente”, otro de los controles de la zona que tiene la misma función y está localizado a un kilómetro de este paso; pero dado que el primero se ubica en frente de la zona comercial es el más utilizado.

6 Lugones define al yo comunal como los espacios cuya característica es poder buscar en los demás lo que nos resuena, lo que nos resulta placentero, lo que deseamos. Experiencias que se encuentran en lugares de educación popular o de organización comunitaria en donde se crea una vida comunal, “donde una percibe que tenemos más de un yo, que somos más de una persona y donde es posible ver nuestro ser discapacitado, reducido, fragmentado que no puede escapar de las porquerías que me imponen por ser una mujer” (Lugones, 2016, p. 1).

7 La hoja de coca crece en las tierras cálidas y húmedas de los Andes (región Yungas o Selva alta), en un rango de altitud que va desde los 800 hasta los 2 500 msnm. La planta de coca tuvo y tiene un papel importante en las culturas andinas, tanto para fines rituales, como energético para el trabajo, como digestivo, y con fines analgésicos y curativos en intervenciones médicas.

8 Acullico, cuyico (del quechua akullikuy) o acusi es un pequeño cúmulo de hojas de coca que se coloca en la boca entre mejilla y mandíbula para humedecerla y así extraer lentamente las sustancias activas y estimulantes.

Andrea Noelia López
Argentina. Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Jujuy y Doctora en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente es becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas y profesora e investigadora en la Universidad Nacional de Jujuy. Líneas de investigación: espacios fronterizos y género, en la que investiga procesos históricos, sociales y culturales de la frontera argentino-boliviana. Publicación reciente: López, A. N. (2017). Dinámicas otras de tránsito en una frontera argentino-boliviana. Cartografiar los espacios desde el bagayeo. Cuadernos de Humanidades, (28), 55-70.



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