e-ISSN 2395-9134 |
Artículos | Estudios Fronterizos, vol. 22, 2021, e066 |
https://doi.org/10.21670/ref.2103066
La pandemia del COVID-19 en el discurso antimigratorio y xenófobo en Europa y Estados Unidos
The COVID-19 pandemic on anti-immigration and xenophobic discourse in Europe and the United States
Daniel
Vega Macíasa
*
https://orcid.org/0000-0002-5550-7744
a Universidad de Guanajuato, Departamento de Estudios Culturales, Demográficos y Políticos, Guanajuato, México, correo electrónico: daniel.vm@ugto.mx
* Autor para correspondencia: Daniel Vega Macías. Correo electrónico: daniel.vm@ugto.mx
Recibido el 5 de octubre de 2020.
Aceptado el 4 de marzo de 2021.
Publicado el 11 de marzo de 2021.
CÓMO CITAR: Vega Macías, D. (2021). La pandemia del COVID-19 en el discurso antimigratorio y xenófobo en Europa y Estados Unidos [The COVID-19 pandemic on anti-immigration and xenophobic discourse in Europe and the United States]. Estudios Fronterizos, 22, e066. https://doi.org/10.21670/ref.2103066 |
Resumen:
El discurso antimigratorio en algunos países europeos y en Estados Unidos había estado escalando en las últimas décadas. La migración como problema ya era un argumento recurrente en las directrices migratorias de algunos Estados nacionales y una bandera de las formaciones políticas de derecha. El objetivo de este artículo es analizar la manera en que la contingencia sanitaria derivada del COVID-19 ha influido sobre el discurso migratorio de los representantes políticos. Con base en la revisión hemerográfica de periódicos, agencias de noticias y organismos internacionales, entre marzo y septiembre de 2020, esta investigación muestra que la pandemia ha reforzado el discurso político antimigratorio, dado que ofrece un argumento maniqueo que puede favorecer sentimientos y actitudes xenófobos en las sociedades receptoras.
Palabras clave:
COVID-19,
discurso antimigratorio,
Estados Unidos,
Europa,
política migratoria,
pandemias,
frontera.
Abstract:
In the last decades, anti-immigration discourse had been growing in some European countries and the United States. Migration as a problem was already a recurring argument in migration guidelines in some national states and it was also a political flag for right-wing formations. The objective of this research is to analyze how the health contingency by COVID-19 has influenced the political discourse on immigration. The investigation was based on a hemerographic review, including information from newspapers, news agencies and international organizations, carried out from March to September 2020. The results obtained from this research suggest that the pandemic has strengthened the anti-immigration positions, since it offers a manichean argument which might encourage xenophobic feelings and actions in the host societies.
Keywords:
COVID-19,
anti-immigration discourse,
United States,
Europe,
migration policy,
pandemics,
border.
Introducción
Hace unos cuantos años, el filósofo holandés Rob Riemen (2017) alertaba sobre la manera en que algunas de las emociones irracionales menos afortunadas de los seres humanos se estaban abriendo camino en las sociedades europeas. Explicaba que el resentimiento, el odio, la xenofobia y el miedo, se venían situando en una posición privilegiada en el discurso de los movimientos populistas de extrema derecha y permeando en el imaginario colectivo. Para el autor, esto no significa el surgimiento de planteamientos novedosos, sino el retorno de doctrinas que inevitablemente conducirán, de seguir su escalada, al despotismo y a la violencia. En un clima de miedo, derivado del sentido de crisis, de la inseguridad económica y de la amenaza del terror, estos movimientos potencian su capacidad de consolidación. Riesgos que pueden ocurrir en cualquier parte del mundo, aunque muchas veces pueden pasar desapercibidos en sus formas iniciales o simplemente son minimizados, como apropiadamente advierte Riemen en sus reflexiones.
Estas manifestaciones no pueden operar sin enemigos visibles, y los migrantes internacionales se tornan en una especie de destinatarios ideales de estos sentimientos. Ayhan Kaya (2017) argumenta que, en general, los discursos populistas relativos a la inmigración se fundamentan en la concepción maniquea que polariza la sociedad, al hacer distinción entre nosotros y ellos, a través de capitalizar o promover el resentimiento económico y cultural. Es cuando la identidad social se torna en una función instrumental, en palabras de Amartya Sen (2000). Es decir, la identidad es el instrumento que establece los límites de quiénes pueden ser beneficiarios del bien social y ellos generalmente son el último eslabón.
Tanto en Europa como en Estados Unidos, aunque no exclusivamente, el discurso antimigratorio ha ganado terreno de manera paulatina (Halimi, 2019; Kaya, 2017; Oroza & Puente, 2017; Raines et al., 2017; Streeck, 2019; Verea, 2018). Recientemente se han presentado diversas manifestaciones procedentes de partidos y movimientos populistas de derecha1 en contra de los migrantes y refugiados. Asimismo, son cada vez más recurrentes los intentos del gobierno de Estados Unidos por implementar políticas de control migratorio cada vez más férreas (Arango et al., 2017).
A inicio de marzo de 2020, derivado del aumento de casos de contagio a nivel global, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente al nuevo coronavirus como una pandemia, y con ello surgieron de manera natural restricciones a la movilidad. Varios países adoptaron desde su inicio limitaciones a la circulación de personas en las fronteras, los cuales suspendieron muchos de sus viajes internacionales. A mediados de marzo, 93 países ya habían cerrado de manera vertiginosa sus fronteras (Pedroza, 2020). Incluso, las autoridades sanitarias internacionales recomendaron priorizar los viajes que fueran considerados como esenciales: casos de emergencia, actividades humanitarias y de repatriación, así como los relacionados con el suministro de mercancías básicas (OMS, 2020).
No obstante, existe una línea muy delgada entre las restricciones recomendables y el uso instrumental del Covid-19 como un argumento arquetípico para atribuir a la migración internacional toda suerte de amenazas para la seguridad de los estados. La retórica de algunos líderes gubernamentales y de ciertos movimientos políticos se está encaminando a construir un discurso, muchas veces forzado y pobremente estructurado, del papel que las migraciones internacionales tienen en la pandemia mundial. En Alemania, Francia, Italia España, Hungría y Grecia, por ejemplificar algunos países europeos, y en Estados Unidos, el coronavirus ha sido usado recientemente por distintos gobiernos o movimientos políticos como un argumento central contra la inmigración.
Al seguir el trazado de una recurrente concepción maniquea de la migración internacional, los esfuerzos por incorporar orientaciones de corte restrictivo de los estados nacionales hacia la migración están en ascenso. Al apelar a los peligros que los migrantes pudieran representar a la salud, a la economía y a la seguridad, en el contexto de una pandemia, el entramado de voces antimigración está encontrando eco y justificación. Afortunadamente, la contraparte también se ha hecho escuchar: con muestras de solidaridad de distintos sectores de la sociedad se ha buscado inclinar la balanza hacia posturas más mesuradas, donde se expone el papel fundamental de los migrantes en la economía en medio de la contingencia, incluso por su ocupación en puestos de trabajo de alto riesgo sanitario.
Derivado de lo anterior, el objetivo de este artículo es analizar cómo la contingencia sanitaria ha influido al discurso político sobre la inmigración. En las páginas siguientes, además de las cuestiones metodológicas, se presentan tres secciones, las cuales limitan el mismo número de horizontes temporales en el que está estructurado este artículo. La primera analiza los discursos antimigratorios y xenofóbicos recientes en Europa y en Estados Unidos, previos a la irrupción de la pandemia en el escenario mundial. Aquí se expone cómo las directrices migratorias, así como el discurso de algunos movimientos políticos, ya estaban acrecentando su nivel de hostilidad y antipatía hacia el fenómeno migratorio antes de la pandemia. En la siguiente sección se analizan los discursos y políticas migratorias en el marco del COVID-19, donde se presenta la manera en que la contingencia sanitaria está reforzando el discurso antimigrante, y se ubica como un argumento central de la migración como problema. En la tercera sección, y a manera de conclusión, se ofrecen al lector algunos escenarios sobre las perspectivas de las políticas migratorias en los años por venir, donde son analizadas las posibilidades de permanencia de la pandemia en el discurso antimigratorio.
Métodos
Dado el carácter reciente de la pandemia del COVID-19, el cual deriva en el escaso desarrollo de la literatura académica sobre la temática, este trabajo se basó en un análisis hemerográfico de periódicos y agencias de noticias. Estas fuentes de información permitieron tener un panorama actual sobre los diferentes discursos políticos que vinculan al COVID-19 con los movimientos migratorios internacionales. En concreto, se monitorearon las notas informativas publicadas en formato digital por quince medios de comunicación en Estados Unidos y Europa. En el análisis se puso especial atención sobre la objetividad y exactitud de los discursos políticos encontrados, así como la posibilidad de confirmar la información. De igual manera, se consideraron diez informes y anuarios de organismos internacionales que abordaban la temática. Cabe alertar al lector que la literatura académica sobre las relaciones entre COVID-19 y migración internacional era sumamente escasa durante el periodo analizado, debido a lo novedoso del tema.
El horizonte temporal de esta revisión comenzó con la declaratoria de la pandemia en marzo de 2020 por la OMS, y concluyó en septiembre del mismo año. En este lapso se detectaron alrededor de 40 alusiones de la relación del COVID-19 y la migración internacional, expresadas por dirigentes políticos en Estados Unidos y en países europeos como Alemania, Francia, Italia, Malta, Grecia, España, Hungría, Serbia, Polonia, Croacia y Reino Unido. Estas regiones fueron seleccionadas debido a que en ellas los discursos políticos antimigratorios han ganado terreno, como se mencionó en la introducción de este trabajo.
Tendencias recientes de las políticas migratorias y el discurso antimigratorio
Las migraciones internacionales contemporáneas son una parte cardinal dentro de los procesos de globalización que se intensificaron desde la década de 1970. En prácticamente todas las regiones del mundo, los movimientos de población han tenido una gran variedad de consecuencias económicas y sociales, lo que las ha tornado centrales para la política doméstica e internacional de los estados nacionales (Castles & Miller, 2004). Si bien las migraciones internacionales per se no son novedosas, sí lo son algunas de las características de las migraciones contemporáneas.
Uno de los principales cambios respecto de aquellas que las precedieron es que las sociedades receptoras tradicionales como Australia, Canadá y Estados Unidos aumentaron drásticamente el volumen de sus flujos; al mismo tiempo que el origen de la migración dejó de ser primordialmente Europa para ubicar su epicentro en Asia, África y América Latina (Castles & Miller, 2004). Igualmente, Europa se transformó, relativamente rápido, en un continente receptor de inmigrantes (Massey et al., 2000). Además de su carácter global, del incremento de su volumen y la transformación de los orígenes y destinos, otras tendencias de las migraciones contemporáneas es que son cada vez más diversificadas en cuanto al perfil de los migrantes, se han feminizado paulatinamente y lo que ocupa principalmente en este artículo: tienen una carga política cada vez más importante (Castles & Miller, 2004).
Según datos del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Organización de las Naciones Unidas (DAES-ONU, 2019), se estima que los migrantes internacionales en el mundo pasaron de 153 000 000 en 1990 a más de 271 000 000 en 2019, es decir, un incremento de 77.5%. Este despunte sin precedentes de los flujos migratorios a escala mundial ha traído consigo múltiples retos en los países involucrados, en medio de debates políticos acalorados. Respecto a los casos que nos ocupan en este artículo, tanto en Estados Unidos como en Europa, los migrantes internacionales han aumentado de manera ininterrumpida en las últimas tres décadas.
En Norteamérica, la mayor parte de los flujos se han dirigido hacia Estados Unidos: en 2019 aglutinaba a 86.4% de los migrantes de la región. Al respecto, para el mismo año, representaron alrededor de 15% de la población total de Estados Unidos. Por su parte, en el continente europeo, Alemania, Rusia, Reino Unido, Francia, Italia y España son los países que concentran la mayor cantidad de inmigrantes. En el caso de la Unión Europea, Thomson (2015) indica que algo más de una de cada diez personas eran inmigrantes, lo que da cuenta de la magnitud del fenómeno.
Derivado de este panorama estadístico, resulta evidente que la intensidad de los movimientos de población internacionales los torna un asunto muy complejo. Los países europeos están aprendiendo, prácticamente sobre la marcha, a gestionar la llegada de migrantes internacionales, manejo que han tenido que realizar inmersos en un debate entre sus pros y sus contras.
Como apuntan Münz y colaboradores (2006), la migración internacional ha ayudado a establecer una economía y un mercado laboral más eficientes en Europa. En el mismo sentido, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM, 2018) señala que en las sociedades receptoras la migración mejora los ingresos nacionales, eleva el nivel de vida promedio, y ayuda a corregir los desequilibrios del mercado de trabajo, sobre todo en aquellos puestos donde hay escasez de mano de obra local. También en Estados Unidos, señala Delgado (2016), es evidente el aporte que los inmigrantes han hecho al crecimiento de la economía, donde una parte importante del crecimiento del producto interno bruto (PIB) puede atribuirse a este grupo de población. Con todo, cabe matizar que estos beneficios se deben en gran parte a una segmentación de los mercados de trabajo, ya que una gran parte de los inmigrantes se mantienen en trabajos con bajos salarios, y con pocas perspectivas de promoción (Massey et al., 2000).
Sin embargo, dadas las condiciones económicas actuales, el debate sobre la migración está lejos de adoptar este enfoque positivo; por el contrario, es percibida como exclusivamente negativa (Thomson, 2015), lo cual obedece muchas veces a la volatilidad de las políticas migratorias. Es la lógica bipolar de la que habla Jorge Durand (2017): cuando la economía crece, los inmigrantes son considerados como la solución perfecta, al ser una mano de obra barata, laboriosa y eficiente; no obstante, cuando la economía se contrae, los inmigrantes se convierten en una carga innecesaria y desechable.
En el caso de la Unión Europea es un discurso que responsabiliza a los inmigrantes de gran parte de los problemas (Oroza & Puente, 2017). De hecho, el manejo de la llamada crisis migratoria y de refugiados en Europa se ha enfocado en la securitización y en las políticas migratorias cada vez más restrictivas (Foundation for European Progressive Studies [FEPS], Global Migration Group, 2020). A modo de ejemplo, el sociólogo alemán Wolfgang Streeck (2019) argumenta que la razón más importante por la que los británicos votaron para abandonar el proyecto europeo está estrechamente relacionada con el tema inmigratorio. Fue, advierte, el resultado del resentimiento de una parte de la sociedad sobre las políticas laborales asociadas a la migración.
En Estados Unidos la situación no es muy distinta: a raíz de la crisis económica de 2007, durante la administración del presidente Barack Obama, se endurecieron las políticas de control migratorio, lo cual tuvo entre sus principales consecuencias el aumento de las deportaciones masivas. Tan solo en el caso de los mexicanos sumaron más de 2 000 000 de expulsiones (Delgado, 2016). Y como era de esperarse, dadas las promesas de campaña del presidente Donald Trump, la situación para los migrantes internacionales no fue nada halagüeña. Como explica Peña (2017), su gobierno planteó inmediatamente una estrategia de control migratorio de doble enfoque. Durante los primeros 30 días de su administración, firmó dos órdenes ejecutivas para el control migratorio: con la primera buscó expandir la capacidad de acción de las autoridades que operan en la frontera y la construcción del célebre muro fronterizo; con la segunda, intentó reforzar la externalización del control migratorio, es decir, llevarlo más allá de las fronteras de Estados Unidos. En los siguientes meses, como apunta Verea (2018), la retórica antiinmigrante de Donald Trump fue el común denominador en sus políticas, basadas en la criminalización de los inmigrantes, la reducción del número de refugiados, la separación de familias en las fronteras y en la adopción de una postura agresiva en las ciudades santuario.
La cuestión nodal en este punto del artículo es reflexionar dónde se origina el discurso antimigratorio y xenófobo, que conlleva al endurecimiento de las políticas de control y de integración social. Lejos de simplificaciones unicausales, la literatura académica ha puesto énfasis en diversos factores que intentan elucidar la naturaleza de las posturas reacias a la migración. Quizá la primera causa de estas tendencias encuentra su origen en los factores económicos: la reestructuración de la economía internacional, iniciada en la década de 1970 a raíz de la guerra del Yom Kipur y la crisis del petróleo, ha sido considerada por varios sectores de la sociedad como una amenaza a sus condiciones socioeconómicas, riesgos que son relacionados muchas veces con la llegada de migrantes internacionales (Arango, 2003; Castles & Miller, 2004). Tanto en gobiernos conservadores como progresistas, la aplicación de fórmulas neoliberales en la economía ha generado miles de desempleados que encuentran en el migrante, en el otro, el origen de sus problemas y miedos (Brieger, 2019).
De esta manera, los discursos antimigratorios han encontrado eco en algunos sectores de la sociedad, al capitalizar o promover el resentimiento económico y la frustración social, donde se percibe a los migrantes como una carga en la economía y en los sistemas de seguridad social (Kaya, 2017). En los casos de Estados Unidos y Europa, la migración internacional en contextos de poca expansión económica ha reforzado las actitudes de temor y rechazo a los migrantes, quienes son presentados por algunos movimientos políticos como los principales responsables del desempleo de la población local (Morlino & Russo, 2020). En Europa, incluso hay una propensión por deshumanizar y criminalizar a los migrantes, quienes son vistos como los chivos expiatorios de los problemas económicos y sociales (FEPS, Global Migration Group, 2020). En el caso de Estados Unidos, durante el gobierno de Donald Trump, su retórica fue apoyada por muchos ciudadanos descontentos, quienes consideran que la presencia de inmigrantes es la causa de la mayoría de sus dificultades económicas (Verea, 2018).
En el caso francés, las reformas económicas instauradas por más de tres décadas, el estancamiento económico y el desempleo masivo han conducido a la precarización social, la cual se concretiza en acometidas contra las jubilaciones, los subsidios a la vivienda, la educación superior y la salud. En este ambiente de inseguridad económica se fortalecen los discursos en contra del asistencialismo a los extranjeros y de las políticas migratorias de puertas abiertas. En Francia, el descontento popular se ha tornado en combustible para las posturas antimigratorias, a partir de la búsqueda de culpables para justificar los problemas económicos, enarboladas de manera vehemente por el movimiento político de extrema derecha Agrupación Nacional, heredero directo del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen (Halimi, 2019). La lógica anterior también permite explicar la salida del Reino Unido de la Unión Europea, conocida como Brexit, la cual estuvo estrechamente relacionada con la percepción de que la inmigración y la integración europea eran una amenaza al estado de bienestar (Raines et al., 2017).
Sin embargo, el argumento económico no tiene todos los amarres para sustentar por sí mismo el discurso antimigratorio. Requiere de un segundo factor igual de importante: el cultural. Como afirma Kaya (2017), las inquietudes económicas de la población en las posturas antinmigrantes no están sustentadas exclusivamente en los agravios de índole económica. La hostilidad hacia la inmigración se conjunta con el temor que supone una amenaza cultural e incluso étnica. En el mismo sentido, Oroza y Puente (2017, p. 8) señalan que las consecuencias de la crisis económica han reforzado las ideas racistas, xenófobas e intolerantes, y para ejemplificar los autores retoman las palabras del primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, quien en el inicio de la crisis migratoria señaló: “… nuestro país debe defender nuestras fronteras de las personas que fueron criadas en otra religión y representan una cultura radicalmente diferente”.
Otra muestra de que los factores económicos no son suficientes se encuentra en los países nórdicos, donde se han fortalecido los partidos populistas de derecha en un contexto de una relativa igualdad económica. Por ejemplo, en Noruega, un país que ha resultado menos afectado por las crisis financieras, con bajos niveles de desempleo y donde sigue imperando el estado de bienestar, se han fortalecido los movimientos políticos como el Partido del Progreso, reacio a la migración internacional y que ha influenciado la instrumentación de políticas restrictivas y discriminatorias, en las cuales se habla incluso de una islamización del país (Alseth, 2018; Nielsen, 2019).
Al respecto, Rob Riemen manifiesta una especial preocupación por el caso europeo, al considerar que la idea del multiculturalismo no está siendo de fácil gestión. De manera sintética y asertiva afirma que “Estados Unidos al menos sabe cómo lidiar con el multiculturalismo porque es un país basado en la inmigración, en el famoso melting pot; mientras que los europeos no tenemos la más remota idea de cómo manejar este asunto” (Cayuela, 2009). Un año después, incluso la canciller alemana Angela Merkel, quien ha tenido posturas favorables a la inmigración, aseguraba que el concepto de sociedad multicultural alemana había fracasado y que los inmigrantes debían hacer más para integrarse, ya que quien no aprendiera inmediatamente el alemán, no sería bienvenido (Merkel asegura que la Alemania multicultural ha fracasado, 2010).
Lo anterior se magnifica en un contexto donde hay claros rechazos de muchos sectores a una sociedad multicultural, donde se pide el endurecimiento de las posiciones políticas respecto a los inmigrantes. El partido Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) plantea en su programa electoral el cierre de fronteras para proteger al país de la llegada de migrantes no cualificados, la creación de una fuerza especial que proteja los límites fronterizos, la eliminación del derecho de asilo, y se opone a que los hijos de inmigrantes nacidos en Alemania tengan derecho a la nacionalidad (Müller, 2017).
En el caso de Estados Unidos, matizando las palabras de Riemen, es claro que la gestión del multiculturalismo tampoco puede ser descrito como un asunto terso. El acomodo de la diversidad no es un asunto de fácil gestión. Ni siquiera lo es en las tradicionales sociedades receptoras como en Estados Unidos y Canadá, donde los movimientos migratorios han sido un mecanismo esencial en la construcción de sus naciones, afirma Joaquín Arango (2003). Basta con recordar las palabras de Samuel Huntington (2004) cuando en su polémico texto El desafío hispano planteó que la inmigración mexicana en Estados Unidos era capaz de poner en peligro la cultura angloprotestante. La retórica del presidente Donald Trump contra la migración inquietó a la comunidad internacional, dado que instrumentó políticas de control migratorio muy severas y provocó la división social a través del fomento de un discurso racista y xenófobo. Como ejemplos, por un lado, Trump etiquetó a los inmigrantes mexicanos de violadores y criminales; y por el otro, vinculó directamente a los musulmanes con el terrorismo, con una retórica incendiaria sobre el islam (Kaba, 2019).
Así, es posible plantear el problema del argumento cultural como una manera de matizar expresiones racistas y xenofóbicas. Como mencionan Castles y Miller (2004, p. 55): “A medida que las ideas de superioridad racial pierden fuerza ideológica, las prácticas de exclusión contra las minorías se enfocan más en los temas de las diferencias culturales”. Es decir, se enfrenta un discurso antimigratorio que esconde sentimientos racistas y xenófobos. Por las mismas razones, estos argumentos pueden trascender a jóvenes comúnmente denominados de segunda y tercera generaciones de migrantes, e incluso llevarse a otras minorías étnicas poco relacionadas con la migración. Por ejemplo, en 2015 el entonces presidente de Francia, François Hollande, declaró que era aconsejable poder despojar de la nacionalidad francesa a una persona por una violación a los intereses de la nación, aunque haya nacido francés, si contaba con otra nacionalidad (Halimi, 2019).
Aunado a los factores económicos y culturales se encuentran los elementos políticos, en particular los relacionados con la construcción y concepción del Estado-nación. Esta forma de organización está basada, precisamente, en el cuidado de los intereses sociales a partir de características culturales compartidas, como la lengua, la religión, las costumbres, e incluso las tipologías físicas. Así, el Estado-nación está fundado en la soberanía de las instituciones políticas sobre un territorio y en la regulación de quiénes son aquellos con historias, símbolos y características comunes que pueden ser elegibles para gozar de sus beneficios económicos, políticos y sociales. Esa es la barrera inicial que deben sortear los migrantes, al ser considerados como los no-nacionales (Vega-Macías, 2018). Es decir, en el Estado-nación se consolida la diferenciación social y cultural interna como unidad nacional, a partir de la construcción de límites absolutos (Kearney, 2003).
En este sentido, el Estado-nación es clave para entender el surgimiento de argumentos antinmigrantes, dado que el territorio es un espacio limitado, apropiado y valorizado por el grupo social, donde se asegura la reproducción y satisfacción de sus necesidades vitales (Giménez, 2001). Por estas razones, la integridad del Estado-nación se contrapone a un gobierno común en el caso de Europa; o la economía del mercado y el capitalismo se exige como exclusivamente nacional y es abiertamente hostil hacia la globalización;2 y la idea de una tierra, un pueblo, se confronta con una sociedad multicultural (Camus, 2019).
Resulta evidente que estas ecuaciones son un insumo muy valioso dentro de las estrategias y cálculos electorales. Este discurso es, entonces, enarbolado por los movimientos políticos nacionalistas, los cuales encuentran en la migración una bandera política que calza con sus ideales, más cuando es percibida por sectores de la sociedad como un fenómeno descontrolado, que afecta de manera directa a sus intereses. Raines y colaboradores (2017), en una encuesta aplicada a 10 195 ciudadanos en 10 países europeos (Alemania, Austria, Bélgica, España, Francia, Grecia, Hungría, Italia, Polonia y Reino Unido), encontraron que la crisis de refugiados iniciada en 2015 y la inmigración eran consideradas entre los tres principales fracasos de la Unión Europea. Asimismo, 44% percibía que la inmigración tenía un efecto negativo en su país; 38% rechazó la opinión de que había enriquecido su vida cultural; 51% afirmó que la inmigración había empeorado el crimen; y, 55% que ejercía presión sobre el estado de bienestar.
En el caso de Estados Unidos, las percepciones contrarias a la migración también han aumentado en los últimos años. De acuerdo con la encuesta Minority Rights and Relations (Jones & Saad, 2019), 23% de los estadounidenses consideró que la migración internacional era el problema más importante que enfrentaba el país, el valor más alto registrado en las últimas tres décadas. Sin embargo, cabe matizar que, de acuerdo con la misma encuesta, los estadounidenses todavía ven a la inmigración de manera positiva: 76% la describió como algo bueno para el país.
En consecuencia, no es difícil entender cómo estas preocupaciones económicas y sociales son capitalizadas políticamente. La capacidad de explotar elementos como cultura, identidad, etnia, religión, pasado e inmigración, han sido fundamentales en la consolidación del poder de los partidos populistas de derecha en Europa, a través de la mezcla entre resentimiento económico y cultural (Kaya, 2017). De hecho, Stockemer (como se citó en Raines et al., 2017) estima que, desde la década de 1960, el porcentaje medio de votos de los partidos populistas de derecha en las elecciones nacionales y europeas ha pasado de 5.1% a 13.2%, y su proporción de escaños se ha triplicado. Y en Estados Unidos no parece distinto. Para Immanuel Wallerstein (2019, p. 115) la migración en la frontera sur fue un asunto nodal de la campaña política de Donald Trump. Al respecto, el sociólogo estadounidense escribió: “es probable que sus incesantes comentarios ásperos hacia México y los mexicanos le hayan ganado más apoyo popular que cualquier otro tema, y por tanto terminaron dándole la presidencia”. Visto desde la perspectiva de Durand (2017), con una agresividad inusitada, recientemente la articulación narrativa y el discurso ideológico frente al inmigrante en Estados Unidos ha dado lugar a una exitosa política electoral y a nuevos ordenamientos legales antimigratorios.
Se ha tratado a lo largo de esta sección cómo el aumento de los flujos migratorios a escala global ha estado acompañado de una carga política cada vez mayor. La percepción de algunos sectores de la población en Europa y en Estados Unidos de que se trata de un fenómeno fuera de control, que atenta contra sus estándares de vida y su identidad nacional, es un asunto cada vez más frecuente. Estas preocupaciones están siendo incitadas y capitalizadas por movimientos políticos de extrema derecha como un activo electoral muy valioso, que les permite influir en la acción gubernamental, donde la inmigración y la multiculturalidad en sus proyectos de nación son altamente cuestionadas. En marzo de 2020, la OMS declaró oficialmente al nuevo coronavirus como una pandemia y con ello asomó un elemento novedoso que podía ser aprovechado por las derechas populistas para fortalecer este discurso xenófobo y antimigrante. Este tema será abordado en los apartados siguientes.
Discurso antimigratorio en el contexto de la pandemia del COVID-19
En un marco de hostilidad hacia la migración internacional, la pandemia del COVID-19 es aprovechada como un argumento bastante útil para reafirmar estas antipatías. Esta coyuntura vigoriza el discurso antimigratorio y xenófobo de los grupos de extrema derecha en muchos países. La emergencia sanitaria mundial está siendo usada por algunos gobiernos para implementar medidas dirigidas hacia refugiados, solicitantes de asilo y migrantes con el pretexto de contener la propagación del virus (Zargar, 2020). Steven Erlanger (2020) acierta al afirmar que el coronavirus no solo se está propagando, sino que también está infectando a las sociedades con una sensación de inseguridad, miedo y fragmentación. Además, considera que las narrativas contrarias a los movimientos de población han incluido históricamente metáforas de invasiones y la formulación de tesis basadas en que los migrantes transportan enfermedades, las cuales pueden sacarse a la luz en estos momentos. En coincidencia con el punto de vista del autor, es posible agregar que en la actual crisis sanitaria esos argumentos están en el punto de mira de los grupos de extrema derecha, como un elemento de peso para cuestionar al fenómeno migratorio, y para incendiar el debate sobre sus potenciales consecuencias dañinas en la sociedad.
Fernand de Varennes, relator especial de las Naciones Unidas sobre cuestiones de las minorías, presentó un comunicado en el cual refiere que algunos grupos y políticos estaban explotando los temores relacionados con el COVID-19 en el discurso contra la población china y otras minorías. Advertía que habían sido reportadas agresiones verbales y físicas a personas asiáticas, en las cuales se les acusaba de propagar el virus. Incluso relata que algunos políticos estaban solicitando denegar el acceso a los servicios de salud a los migrantes (El coronavirus no puede usarse como excusa para atacar a las minorías, 2020).
También el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, alertaba que la pandemia desató en muchos países una oleada de odio y xenofobia, a través de la búsqueda de chivos expiatorios y el fomento al miedo. En un comunicado hizo un llamado a los gobiernos a fortalecer la inmunidad contra el virus del odio. En particular, señaló que algunos líderes gubernamentales y altos funcionarios alentaban directa o indirectamente el racismo, la xenofobia y el discurso antinmigrante, aprovechando la crisis del COVID-19. Guterres mostró particular preocupación por las personas asiáticas y sus descendientes, quienes habían sido blanco de lenguaje despectivo en los medios de comunicación y en las declaraciones de algunos políticos (Human Right Watch [HRW], 2020). Las expresiones de racismo y xenofobia se han extendido en varios países europeos y en Estados Unidos, donde es posible encontrar discursos similares en contra de los migrantes, acusaciones que aprovechan el impulso que les puede dar la situación económica y social derivada de la pandemia.
En Alemania, los discursos han sido presentados principalmente por el partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD), el cual enarbola una propaganda política que busca obtener réditos electorales a través de un discurso abiertamente antimigratorio y en contra del islam (Müller, 2017). AfD entró por primera vez en el Parlamento alemán en 2017 con base en un discurso xenófobo en contra de la llegada de un millón de refugiados. Aunque ha habido un retroceso en el apoyo a la ultraderecha en Alemania y la migración ha dejado de estar tan presente en la agenda política alemana, la AfD ha dado muestras de que confía en que los estragos socioeconómicos que puede provocar la pandemia del COVID-19 ayuden a posicionar nuevamente su discurso antimigratorio (Bennhold, 2020; Carbajosa, 2020).
De una manera más álgida se ha desarrollado la discusión en Francia sobre la relación de la pandemia y la migración. La presidenta del partido político Agrupación Nacional, Marine Le Pen, inauguró a inicios de septiembre de 2020, en plena crisis sanitaria, su campaña para las elecciones regionales y departamentales de 2021 y para las presidenciales de 2022, con el tema de la seguridad como punto central. Y la migración no podía faltar en su ecuación. En sus propuestas considera que el COVID-19 ha actuado como un acelerador del naufragio francés en materia de seguridad. Al respecto, Le Pen atribuyó gran parte de los problemas de seguridad a “la inmigración anárquica e incontrolada impuesta a los franceses durante años, por lo que ofreció a sus potenciales electores ‘una respuesta firme, determinada e implacable’” contra la migración (Le Pen apoya su discurso electoral en una política de seguridad “implacable”, 2020, párr. 4).
En el mismo sentido, meses atrás, Marine Le Pen culpaba a los migrantes de ser los principales responsables de propagar el coronavirus. Aseguró que “en algunos lugares [los extranjeros] no han respetado el confinamiento” y criticó que “se repartieran mascarillas en los centros de refugiados, y no en las residencias de ancianos” (Baelo, 2020, párr. 6). Otro indicador de este discurso antimigrante es que la Agrupación Nacional de Francia fue el primer movimiento político en solicitar el cierre de fronteras y en criticar la reacción de la Unión Europea en el manejo de la epidemia (Gil, 2020).
En Italia, uno de los países más afectados inicialmente por la pandemia, los discursos xenofóbicos y antimigratorios también han estado presentes en la discusión pública sobre la propagación del COVID-19 y sus consecuencias. Como reporta el periodista y escritor inglés Robert Fisk (2020), a inicios de marzo de 2020, Paolo Serpi, el embajador italiano en Dublín, sorprendió con sus declaraciones al asegurar que Italia había sido el primer país europeo afectado a gran escala por la pandemia, debido a la cantidad de población china dedicada a la industria textil en el norte del país. Pero las evidencias descartaron pronto esta correlación ya que los barrios donde residen no habían tenido un comportamiento epidemiológico atípico. Al contrario, añadía Fisk, este grupo de población tenía un mayor compromiso cívico relacionado con la pandemia.
Asimismo, como reportó HRW (2020, párr. 6), el gobernador de la región de Véneto llegó más lejos en su discurso al inicio de la pandemia. Declaró ─con posterior disculpa─ que Italia estaba mejor preparada que China para enfrentar la pandemia. Las razones en sus propias palabras: “la higiene que tiene nuestro pueblo, (…) la formación cultural que tenemos, de ducharnos, lavarnos muy a menudo las manos (…); mientras que todos hemos visto los videos con chinos que comen ratas vivas”.
En este sentido, los discursos más incendiarios y sistemáticos en contra de la migración en Italia han venido en los últimos años del líder político de derecha Matteo Salvini, secretario federal de la Liga. Sin embargo, durante la pandemia pareciera que su agenda se desplazó de la inmigración a la economía, quizá porque las tres regiones con más contagios y muertes en el país estaban gobernadas por su partido. Además, la inmigración comenzó a perder importancia en el ánimo de la opinión pública durante la pandemia (Verdú, 2020b). No obstante, Salvini sigue asegurando que en muchas ciudades italianas la inmigración excesiva causa muchos problemas sociales (Verdú, 2020a), por lo que por momentos aviva su discurso sobre las relaciones entre la migración y la pandemia al sugerir, por ejemplo, que los migrantes de África pueden haber traído el virus con ellos (Zargar, 2020). Asimismo, consideraba que la región de Sicilia se estaba derrumbando debido a la invasión de inmigrantes ilegales, quienes traían consigo un boom de infecciones (Pianigiani & Bubola, 2020).
También en Italia, el discurso migratorio ha afectado particularmente a quienes buscan refugio. Desde el 7 de abril, Italia decretó que, mientras duraba la pandemia, los puertos italianos no podían considerarse como lugares seguros para el desembarco de personas rescatadas fuera de su región de búsqueda y salvamento (Amnesty International [AI], 2020). Asimismo, el presidente de Sicilia, el político de derecha Nello Musumeci, ordenó en agosto el cierre de todos los centros de migrantes con el argumento de que era imposible prevenir la propagación del COVID-19. Si bien un tribunal bloqueó la iniciativa, el mensaje mostró que los políticos de derecha buscaban reavivar el debate sobre la inmigración (Pianigiani & Bubola, 2020).
El modelo italiano pronto fue trasladado a Malta, país que cerró sus puertos con el argumento de canalizar todos los recursos en el control de la pandemia de COVID-19. Igual que Italia se declaró como un lugar inseguro para desembarcar.
Como ejemplo de la actuación de las autoridades maltesas, Amnistía Internacional ha mencionado un caso que ha definido como la “devolución sumaria del Lunes Santo”, en el que un barco de pesca comercial contratado por Malta rescató a 51 migrantes y refugiados y los llevó de vuelta a Libia para entregárselos a las autoridades, exponiendo al grupo de personas refugiadas y migrantes, que acababa de sobrevivir a un naufragio mortal, a más riesgos para su vida. (AI, 2020, p. 7)
En Grecia, las evidencias de la escasa relación entre flujos migratorios y COVID-19 invalidó la explotación del tema de la inmigración como vector de la enfermedad, afirmó el politólogo Jean-Yves Camus, director del Observatorio de las Radicalidades Políticas (ORAP, por sus siglas en francés). Sin embargo, afirma que la relación fue utilizada por los partidos de extrema derecha principalmente para denunciar la falta de confinamiento en algunos barrios de alta población inmigrante, donde radica principalmente la población musulmana (La ultraderecha europea, escudada en la crítica y el complot ante la pandemia, 2020).
También en España la derecha ha utilizado la relación entre inmigración y la pandemia en un tono similar. Isabel Díaz Ayuso, política del Partido Popular (PP) y presidenta de la Comunidad de Madrid, señaló en septiembre que los contagios en los distritos del sur de la ciudad se debían a la población inmigrante. En el debate del estado de la región la presidenta afirmó: “Sí, efectivamente, [los contagios] se están produciendo entre otras cosas por el modo de vida que tiene nuestra inmigración en Madrid”; aunque en la misma sesión intentó recular trasladando el problema a la sobrepoblación y al hacinamiento: “es evidente que yo no he hablado de un problema contra los migrantes, ya que el virus se ceba con familias que viven más juntas, en viviendas más pequeñas” (Viejo & Mateo, 2020, párrs. 2 y 4). Lo anterior es un reflejo del discurso inmigratorio del PP, el cual históricamente ha proyectado una serie de prejuicios y estereotipos mediante un discurso altamente manipulativo, donde los migrantes aparecen siempre representados de manera negativa como un problema y una amenaza para el país (Rubio, 2010).
Vox, un partido político de extrema derecha español fundado apenas en 2013 y que ha crecido paulatinamente en las preferencias electorales, busca aprovechar el COVID-19 para fortalecer su discurso antimigrante. En marzo propuso sin éxito que durante la contingencia sanitaria los inmigrantes irregulares tuvieran un trato diferenciado en la sanidad pública. Además, planteó que la estancia de los extranjeros irregulares en los centros de internamiento, la cual está limitada legalmente a 60 días, pudiera extenderse a la duración de la contingencia sanitaria y, por si esto no fuera suficiente, fueran expulsados de España al finalizar la cuarentena (González, 2020). En junio el portavoz parlamentario de Vox, Iván Espinosa, hizo un llamamiento a los inmigrantes ilegales: “el mensaje tiene que ser muy claro para todos los inmigrantes que estén pensando llegar a España. No vengan, no les podemos acoger, es una realidad”, y esto, curiosamente, lo expresó en español, inglés y francés para que su mensaje llegara a más inmigrantes (Vox alerta a los inmigrantes que quieran venir a España por el ingreso mínimo: “No hay dinero para todos”, 2020, párr. 5).
Unas semanas después, Juan Luis Steegmann, el portavoz de Vox en materia sanitaria, solicitaba que el gobierno vigilara de forma estricta a las organizaciones no gubernamentales que se dedican al rescate o acompañamiento de inmigrantes, ya que fomentaban la inmigración ilegal y conseguirían “matar a los españoles a base de infecciones de coronavirus”. Pedía además “hacer un examen de salud en frontera de enfermedades como coronavirus o tuberculosis, poniendo un tratamiento adecuado a los inmigrantes (…) durante el periodo en el que se tramita su expulsión” (Vox, sobre las ONG de apoyo a inmigrantes: “Van a conseguir matar a los españoles a base de infecciones”, 2020, párrs. 1 y 5).
En Hungría, el líder del partido de derecha Fidesz-Unión Cívica Húngara y actual primer ministro, Viktor Orbán, asiduo defensor del discurso antimigrante, buscó rápidamente la manera de vincular la pandemia a la migración: “estamos librando una guerra de dos frentes. Un frente se llama migración y el otro pertenece al coronavirus. Existe una conexión lógica entre los dos, ya que ambos se propagan con el movimiento” (Rohac, 2020, párr. 8). Además, este discurso se tradujo en hechos con la sonada deportación de Hungría de 17 estudiantes iraníes de la Universidad de Medicina Semmelweis, fundamentada en la supuesta violación de las medidas de cuarentena durante su aislamiento en un hospital de Budapest (Tissera, 2020). Como parte de la defensa de su decisión Orbán argumentó que “(…) los extranjeros trajeron la enfermedad y se está extendiendo entre los extranjeros” (Mutsvara, 2020, párr. 6).
Expresiones similares se han dado también en otras partes de Europa. En Serbia, los partidos de extrema derecha han endurecido su retórica antimigratoria durante la crisis sanitaria, con la amenaza de expulsar a cerca de 6 000 migrantes que residen en el país (Zargar, 2020). En Polonia, grupos de derecha han argumentado que la uniformidad étnica y el nacionalismo son la solución para combatir la pandemia de COVID-19 (Colborne & Hajdari, 2020). En Croacia la ministra de Salud, Vili Beroš, dijo que los migrantes representan un riesgo potencial en la propagación del virus (Zargar, 2020).
Finalmente, en lo que respecta a Europa, un caso contrario es el del Reino Unido, donde la mayoría de las fuerzas políticas han destacado el trabajo esencial de los migrantes durante la pandemia, quienes habían sido culpados recientemente de muchos de los problemas económicos y sociales. No obstante, a raíz del COVID-19 fue muy complicado cuestionar las contribuciones de los migrantes en los servicios públicos, en especial en los de salud (Sanders, 2020). Desde abril, la inmigración prácticamente desapareció de la agenda política, y en los medios de comunicación los titulares comenzaron a elogiar a los inmigrantes por sus contribuciones. Como ejemplo, los grupos parlamentarios solicitaron que se extendiera la visa de forma gratuita a los trabajadores extranjeros del Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés); iniciativa que Boris Johnson, líder del Partido Conservador y primer ministro, decidió implementar (Will COVID-19 change the UK’s attitudes towards immigration for good?, 2020).
En Estados Unidos, el presidente Donald Trump comenzó por nombrar en repetidas ocasiones al COVID-19 como el “virus chino”, lo cual pudo alentar antiguos insultos étnicos contra la población asiática. Para Tendayi Achiume, relatora especial de la ONU sobre las formas contemporáneas de racismo, el uso de un nombre geográfico para este virus puede fomentar el racismo y la xenofobia (Deen, 2020). Sin embargo, cuando el presidente fue cuestionado al respecto se limitó a responder que el virus venía de China y que la expresión no era racista en absoluto (Coronavirus: Trump grilled on use of term “Chinese virus”, 2020). Además, el gobierno de Estados Unidos intentó sistemáticamente convertir a los inmigrantes en chivos expiatorios de su fracaso en la gestión de la pandemia, o la han utilizado para impulsar sus políticas antiinmigrantes y racistas. Por ejemplo, Alex Azar, secretario de Salud, afirmó en mayo que el estilo de vida de los empleados de las empacadoras de carne, en su mayoría migrantes y minorías, fue lo que desató la propagación del virus en esos negocios (Hastings & Torres, 2020).
Donald Trump también usó el virus como una excusa para acelerar sus restricciones a la inmigración. Por ejemplo, en junio suspendió la emisión de visas de trabajo para miles de extranjeros, desde el personal del sector tecnológico y trabajadores estacionales en la industria hotelera hasta niñeras y estudiantes (Manjoo, 2020). Es un hecho que en Estados Unidos el cierre de fronteras y el repliegue nacional, al tomar como pretexto la seguridad sanitaria frente al COVID-19, están reforzando las tendencias unilaterales y nacionalistas, y banalizando el discurso antimigratorio (Ramonet, 2020).
A modo de conclusión: perspectivas de la permanencia de la pandemia en el discurso antimigratorio
La pandemia del COVID-19 ha causado estragos en la vida política, económica y social a nivel global con una intensidad que no encuentra precedentes en las últimas décadas, y las migraciones internacionales no han sido una excepción. En este sentido, este artículo se centró en analizar la manera en que la contingencia sanitaria ha influido en el discurso de los representantes políticos sobre la inmigración en Europa y Estados Unidos. Un panorama general de esta investigación permite concluir que las posiciones antimigratorias y xenófobas en estás regiones se han vigorizado durante la pandemia, principalmente por los integrantes de algunos movimientos políticos de derecha. Al mismo tiempo, sus resultados sugieren que estas posturas pueden continuar en el futuro, e incluso intensificarse, por las razones que se ponen a consideración del lector en las siguientes líneas.
Entre las secuelas de la pandemia hay dos asuntos que resultarán inminentes. En primer lugar, se prevé que la crisis sanitaria desemboque en una de las peores recesiones económicas en la historia reciente, lo cual generará muchos desafíos económicos en las décadas por venir. Como es de esperarse, sus efectos se cebarán en las economías más débiles, ya de por sí vulnerables antes de la pandemia. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI, 2020), el PIB de las economías de mercados emergentes y en desarrollo (excluido China) cayó en 5.7% en 2020 y se prevé que crezca en 5% en 2021; sin embargo, considera que el repunte proyectado no bastará para recuperar el nivel de actividad previo a la pandemia.
En segundo lugar, es muy probable que los flujos migratorios sean alentados aún más por el desempleo y el incremento de las desigualdades. Si bien son variados los factores que causan la migración internacional, los problemas económicos generados por la pandemia resultarán cruciales en la intensidad de la migración. Es verdad que durante la pandemia el cierre de fronteras ha ralentizado los flujos migratorios, pero seguramente volverán a su caudal y lo harán de manera revitalizada. Durante los primeros meses de la pandemia, la Unión Europea tuvo una disminución de las solicitudes de asilo y de las entradas irregulares; no obstante, en algunos países este efecto fue temporal. Por ejemplo, en 2020 las llegadas irregulares a Italia y a Malta aumentaron en 154% y en las Islas Canarias españolas se acrecentaron en 46%, respecto al año anterior. Es importante destacar que la mayoría de estos migrantes eran originarios de países afectados por la crisis económica derivada de la pandemia, y no tanto por conflictos políticos y sociales (Comisión Europea, 2021). En Estados Unidos sucede algo semejante: después de un periodo de estancamiento debido a la pandemia, el número de migrantes detenidos en la frontera sur aumentó en 137% entre marzo y julio de 2020, aunque es verdad que aún está lejos de los niveles registrados en 2019 (Semple, 2020).
En este contexto, las posibilidades de permanencia que el COVID-19 puede ocupar en el discurso migratorio futuro apuntan a dos escenarios contrapuestos. En el primero de ellos, el menos probable de acuerdo con la experiencia reciente relatada en este artículo, es que de la pandemia emerjan elementos que favorezcan un cambio de rumbo en el discurso antimigratorio. La crisis sanitaria puso sobre la mesa la aportación positiva que tiene la migración sobre el conjunto de la economía y en los servicios básicos. Como ocurrió en el Reino Unido, uno de los lados positivos de la pandemia es que destacó el trabajo esencial de los migrantes. Culpar del desempleo a la inmigración, un argumento básico de la derecha, es difícil de sostener cuando se ha mostrado dependencia de los extranjeros en sectores estratégicos (González-Páramo, 2020; Pretel et al., 2020; Sanders, 2020). De hecho, la pandemia y su gestión han supuesto que la inmigración haya retrocedido como preocupación política; y que el cierre de fronteras y la suspensión de la libre circulación en Europa les ha quitado a los partidos de derecha su nicho político antiinmigración (Dennison & Geddes, 2020). Sin embargo, es muy probable que todo lo anterior solo sea transitorio.
En el segundo escenario, muy probablemente la pandemia será culpabilizada de los fracasos de muchas de las políticas públicas, algunas veces con razón y otras sin ella. Quienes han encontrado históricamente en los migrantes internacionales los chivos expiatorios de muchos problemas sociales, no dudarán en llevar a la palestra el trinomio pandemia-migración-problema. Es previsible que cuando los efectos económicos de la pandemia sean más intensos, la derecha tendrá un discurso migratorio renovado y listo para ser utilizado en el endurecimiento de las políticas de integración y control migratorio, o como un instrumento electoral muy efectivo.
Asimismo, resulta preocupante que la pandemia pueda robustecer a los movimientos políticos de derecha con tendencias autoritarias, dado que la contingencia de salud ha permitido a los gobiernos limitar algunas libertades (Aguirre, 2020). En medio de un alto riesgo para la sanidad pública, la mayoría de los ciudadanos, y con razón, están dispuestos a sacrificar libertades como la de circulación y la de reunión. Pero no se trata solo de ello, sino que, en nombre de la sanidad pública, se están tomando decisiones que en otro contexto serían muy cuestionadas. En algunos países, la pandemia ha dado manga ancha para gobernar con base en decretos con una clara ausencia de rendición de cuentas y sin límites al ejercicio del poder, lo que ha debilitado a las instituciones democráticas.
Los autoritarismos están más cómodos en ríos revueltos, y la pandemia los está agitando de forma impetuosa. Lo anterior representa una mala noticia para los migrantes internacionales, entre quienes el desplazamiento y la integración a las sociedades receptoras puede ser cada vez más difícil. Con todos sus defectos, los sistemas democráticos tienen obligaciones morales con los migrantes, que les confiere una serie de derechos dentro de sus sistemas legales, y aunque están lejos de consolidar un orden social justo, y atraviesan por una crisis de representación y credibilidad, son un piso mínimo en la protección de los derechos humanos de este grupo de población.
En este escenario, la migración como problema continuará siendo un argumento recurrente de las formaciones políticas denominadas de derecha; pero no exclusivamente. Esta ala del espectro político tiene un discurso frontal contra la migración, el cual es incluso presentado en términos poco amables de manera intencional, esa “‘derecha desacomplejada’ que le encanta fustigar lo ‘políticamente correcto’” de la que habla Serge Halimi (2019, p. 34). Este estilo provocador resulta muy atractivo entre algunos sectores de la población. Sin embargo, muchos gobiernos y organizaciones políticas consideradas de centro o de izquierda también han endurecido sus posturas hacia los migrantes económicos y los refugiados. Es verdad que el tono es más mesurado, pero con resultados muchas veces similares.
Como lo señala Rob Riemen (2017, p. 44): con la finalidad de ampliar su poder, es muy probable que algunos movimientos políticos “explotarán el resentimiento, señalarán chivos expiatorios, incitarán al odio, esconderán un vacío intelectual debajo de eslóganes e insultos estridentes, y convertirán el oportunismo político en una forma de arte”. En concordancia con lo anterior, los resultados de esta investigación apuntan a que la pandemia dejará una impronta negativa en los migrantes internacionales más vulnerables, quienes continuarán asolados por los discursos antimigratorios y xenófobos.
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Notas
1 Si bien el término populismo es controvertido en las ciencias sociales y en la teoría política, debido a que puede ser muy impreciso y a que está sobresaturado en la esfera pública (Ungureanu & Serrano, 2019), en este artículo se consideró pertinente su utilización, dado que es un término recurrente en la literatura académica consultada a lo largo de este trabajo. En este contexto, se utiliza para nombrar a las organizaciones políticas de derecha con tintes xenófobos y autoritarios.
2 Joaquín Arango (2003) considera que el término globalización puede ser cuestionable cuando se usa en el contexto de las migraciones internacionales, ya que este hace referencia, sobre todo, a la libre circulación de información, bienes y capitales; sin embargo, no ocurre con la libertad de circulación de las personas, por lo que el concepto de mundialización podría ser más adecuado, ya que lo limita solamente al alcance mundial de las migraciones.
Daniel Vega Macías
Mexicano. Doctor en Migraciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es profesor-investigador de la Universidad de Guanajuato. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 1. Líneas de investigación: migración, cambio demográfico y cambio social. Publicaciones recientes: Vega, D. (2018). La triple frontera: inmigración e integración social en España. Huellas de la Migración, 17-40. Vega, D. (2019). Aportes de la migración latinoamericana y caribeña al cambio demográfico en España. En J. Najera, D. Lindstrom & S. Giorguli (Eds.). Migraciones en las Américas (pp. 445-474). El Colegio de México.
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